Bruja blanca, magia negra

El pixie salió disparado hasta el techo con una sonrisa de oreja a oreja.

 

—?Yo no he sido! —protestó, aunque costaba creerlo, teniendo en cuenta lo bien que se lo estaba pasando.

 

No merecía la pena intentar cogerlo, así que lo metí en el bolso y lo dejé sonar. Ford estaba muy callado y, cuando lo miré a los ojos, me invadió una sensación de inquietud, casi de miedo.

 

—Hay alguien más en esta habitación —dijo quedamente, y Jenks dejó de reírse de golpe. Yo observé cómo Ford sacaba su amuleto. Era un torbellino de emociones, confusas y caóticas. No era de extra?ar que quisiera trabajar con una sola persona cada vez.

 

—Será mejor que os pongáis junto al frigorífico —dijo, provocando que el frío se apoderara de mi cuerpo. Mierda. ?Qué demonios está pasando?

 

—?Venga! —exclamó agitando la mano. Me quedé de pie, muerta de miedo. Tal vez sea un demonio, pensé. No exactamente allí, sino al otro lado de siempre jamás, observándonos con su segunda mirada. El sol todavía no se había puesto, pero faltaba muy poco.

 

Jenks se posó en mi hombro en silencio y retrocedimos hasta que el amuleto adquirió un frustrante color negro.

 

—él o ella siente una extremada frustración —explicó Ford suavemente—. él, me parece.

 

No podía creer lo que estaba pasando. ?Cómo podía estar tan tranquilo?

 

—?Estás seguro de que no es un pixie? —pregunté casi en un gemido. Ford sacudió la cabeza y entonces pregunté—: ?Es un demonio?

 

El amuleto de Ford adquirió un confuso color naranja.

 

—Puede ser —admitió Ford y, cuando el amuleto se volvió de color violeta por la rabia, sacudió de nuevo la cabeza—. No es un demonio. Creo que tenéis un fantasma.

 

—?Qué? —gritó Jenks despidiendo un montón de polvo amarillo que aterrizó en el suelo para desvanecerse lentamente—. ?Cómo es posible que no nos hayamos dado cuenta antes? ?Llevamos un a?o aquí!

 

—Vivimos junto a un cementerio. —En ese momento eché un vistazo a la cocina y, de pronto, tuve la sensación de encontrarme en un lugar extra?o. ?Maldición! Debería haber hecho caso de mi instinto cuando vi por primera vez las lápidas. Aquello no me gustaba nada, y las piernas empezaron a fallarme—. ?Un fantasma? —farfullé—. ?En mi cocina? —Entonces el corazón me dio un vuelco y me quedé mirando los libros demoníacos que había bajado del campanario—. ?Es mi padre? —grité.

 

Ford llevó una mano a la cabeza.

 

—?Atrás! ?Atrás! —gritó—. Estás demasiado cerca.

 

Con el corazón a punto de salírseme del pecho, me quedé mirando los tres metros que nos separaban y pegué la espalda contra el frigorífico.

 

—Creo que se lo estaba diciendo al fantasma —dijo Jenks secamente.

 

Las rodillas empezaron a temblarme.

 

—Esto no me gusta nada, Jenks. Estoy muerta de miedo.

 

—?No me digas! —respondió el pixie—. ?Como si yo estuviera tan campante!

 

La expresión de Ford se relajó y el amuleto que rodeaba su cuello adquirió un triste color marrón con algunas trazas del rojo de la vergüenza.

 

—Lo siente mucho —dijo Ford con la mirada perdida para poder concentrarse—. No quería asustarte. —Una sonrisa, inusualmente dulce, se dibujó en su cara—. Tú le gustas.

 

Parpadeé y Jenks se puso a maldecir con frases de una sola sílaba como solo un pixie es capaz de hacer.

 

—?Que le gusto? —balbucí horrorizada—. ?Dios! —gimoteé—. Tengo un fantasma mirón. ?Quién es?

 

El amuleto estaba completamente rojo. Ford bajó la mirada como si necesitara confirmación.

 

—No diría que se trata de un mirón. Por lo que puedo percibir, está frustrado y es benévolo, y ahora que has descubierto su presencia, empieza a sentirse mejor. —Ford deslizó la vista hasta mi bolso—. Apuesto lo que quieras a que ha sido él el que ha estado cambiando los tonos de tu teléfono.

 

Estiré los brazos para agarrar una silla, la arrastré hasta el frigorífico y me senté.

 

—Pero ?si mi teléfono lleva haciéndolo desde el oto?o! —dije mirando a Jenks en busca de confirmación—. ?Meses! —La rabia estaba empezando a apoderarse de mí—. ?Lleva aquí todo ese tiempo? ?Espiándome?

 

Una vez más, el amuleto se puso de color rojo.

 

—Intentaba llamar tu atención —explicó Ford en un tono amable, como si el fantasma necesitara un abogado.

 

Coloqué los codos sobre las rodillas y sumergí la cabeza entre las manos. Genial.

 

Claramente frustrado, Jenks aterrizó sobre la repisa, junto a la pecera de agua salada en la que flotaba su artemia.

 

—?Quién es? —inquirió—. Pregúntale cómo se llama.

 

—Solo capto emociones, Jenks —dijo Ford—. No palabras.

 

Intentando calmarme, inspiré profundamente y levanté la vista.

 

—Pues, si no es mi padre… —De pronto me quedé petrificada—. ?No será Kisten? —farfullé sintiendo que todo mi mundo se tambaleaba. ?Dios! ?Y si fuera Kisten? Existía un hechizo que permitía hablar con los muertos que estaban atrapados en el purgatorio, pero el alma de Kisten se había esfumado. ?O no?