El lugar estaba bien iluminado y hacía bastante calor, y Jenks abandonó el hombro de Edden para acomodarse en lo alto de las cortinas. Probablemente, la temperatura era aún más agradable allí arriba. Antes de permitirnos la entrada, la AFI había pasado allí la mayor parte de la jornada, pues no les hacía ninguna gracia que me pusiera a revolver su valioso ?territorio inexplorado?, aunque a mí seguía pareciéndome que le faltaba vida.
La mesita auxiliar de baldosas verdes que separaba el sofá de rayas naranjas y verdes de la chimenea de ladrillos (que, por cierto, habían pintado del mismo color que el suelo) estaba volcada y metida en el hogar. Las cortinas que cubrían los amplios ventanales estaban descorridas y, a través de ellos, se veía el patio trasero. Para mi desgracia, hacían juego con la horrorosa combinación de colores. Al observar el conjunto, sentí ganas de vomitar. Era como si los a?os setenta se hubieran refugiado en aquel lugar para evitar su extinción y estuvieran preparándose para invadir el mundo.
No se veían restos de sangre a excepción de unas peque?as salpicaduras en el sofá y la pared, una desagradable mancha marrón que contrastaba con la pintura de color verde amarillento. Tal vez provenía de la nariz rota de Glenn. Alguien había empujado un sillón contra un piano vertical, y algunas partituras sueltas se apilaban sobre el taburete. Apoyado contra la pared en la que se encontraba la amplia ventana desde la que se veía un par de columpios cubiertos de nieve, divisé un cuadro. Había caído del revés, y me moría de ganas de darle la vuelta para ver de qué se trataba.
En una de las esquinas se apoyaba un desali?ado árbol de Navidad, y la mancha oscura de la alfombra que había dejado el agua derramada evidenciaba que en algún momento se había volcado. Había un excesivo número de adornos para una sola habitación, y llamaba la atención especialmente la disparidad de estilos. La mayor parte de ellos no parecían muy caros y se notaba que habían sido fabricados en serie, pero había una bola de nieve de cristal que debía costar unos dos mil dólares, y un antiguo adorno navide?o estilo Tiffany. Aquello era muy extra?o.
De la repisa colgaban tres calcetines decorativos que también parecían demasiado caros y elegantes en comparación con la mayor parte de los adornos. Tan solo el más peque?o tenía nombre: ?Holly?. Probablemente el de la ni?a. No había ninguna fotografía, lo que me pareció bastante insólito teniendo en cuenta que hacía poco que habían tenido un bebé. En la parte superior del piano tampoco había nada.
Jenks había bajado de las cortinas para hablar con el tipo que estaba junto al piano e Ivy tenía la cabeza pegada a la de la fotógrafa. Edden, por su parte, había dejado de prestarme atención. Todos parecían ocupados, así que me acerqué a la chimenea y pasé el dedo por la lisa madera de la repisa intentando dilucidar si en algún momento había habido algún marco de fotos. Ni rastro de polvo.
—?Eh! —exclamó el hombre que estaba con Edden—. ?Qué demonios estás haciendo?
Con el rostro encendido, miró a Edden, claramente cabreado por el hecho de no poder echarme de allí a patadas.
Todas las miradas recayeron sobre mí y, avergonzada, di un paso atrás.
—Lo siento.
La habitación se había quedado en completo silencio e Ivy alzó la vista del ordenador portátil. Tanto ella como la fotógrafa se quedaron mirándome con expresión interrogante, y me di cuenta de que el contraste entre los oscuros cabellos cortos de Ivy y la melena rubia de la fotógrafa hacía que parecieran el yin y el yang. Recordé haber visto a esta última tomando fotos en las caballerizas de Trent, pero Ivy no había estado allí, y me pregunté cómo había conseguido intimar tanto con ella en tan solo quince minutos para estar cabeza con cabeza discutiendo sobre ángulos y sombras.
Casi con una sonrisa, Edden se aclaró la garganta. Con la cabeza ladeada y alzando una de sus regordetas manos para indicar que él se ocuparía de todo, se puso en marcha. Ivy entregó una de nuestras tarjetas a la fotógrafa y cruzó la habitación para reunirse conmigo. Cuando se encontraba a medio camino, Jenks aterrizó en uno de sus hombros y me di cuenta de que mi compa?era le hacía un comentario que provocó una carcajada al pixie.
En el momento en que todos ellos llegaron adonde me encontraba, yo me había cruzado de brazos y había ladeado la cadera en actitud desafiante.
—?No voy a tocar nada más! —exclamé, preguntándome si la severidad en los rostros de los agentes de la AFI se debía a que me había saltado el protocolo o a la sospecha de que tenía algo que ver en la muerte de Kisten. Sabía que Edden había hecho todo lo que estaba en su mano para desterrar aquellos rumores, pero sus esfuerzos no podían lograr gran cosa contra toda una vida guiada por los prejuicios.
Mirando a Ivy con los ojos entornados, Edden me tomó del codo y me condujo hacia el pasillo. Ivy también sonreía, pero tan pronto como nos vimos rodeadas por la privacidad de aquel pasillo, se puso seria de nuevo.
—Rachel ya está aquí, así que, ?por qué no dices dónde le dieron la paliza a Glenn? —preguntó, dejándome boquiabierta.