—Tiene gracia —dije amargamente—. Yo me siento como una mierda.
Nadie dijo nada. Dando un paso más, tomé aire y lo dejé escapar. Estábamos a punto de llegar arriba y solo quería volver a casa.
—Edden, ?te importaría tomarme declaración en otro momento?
Mirándome fijamente a los ojos, asintió con la cabeza.
—Vete a casa. Mandaré a alguien ma?ana.
—Después de mediodía, ?vale? —le recordé, tambaleándome cuando la escalera llegó a su fin y nos vimos rodeados por los estrechos límites de una peque?a habitación. Allí hacía aún más frío, y me arrebujé en mi abrigo. No volvería a entrar en calor nunca más.
—?Te encuentras bien, Rachel? —preguntó Ivy.
Exhalé un fuerte suspiro, pensando en Jenks y echando de menos su apoyo. Haciendo un gesto de dolor, me apoyé aún más en el brazo de Ivy y me puse a temblar. Tenía frío. Los pies se me habían entumecido, y probablemente, cuando se me descongelaran, estarían llenos de cortes. Y la muerte de Kisten, después de que hubiera conseguido eliminarla de mi mente, había extendido el brazo y me había abofeteado con todas sus promesas rotas y su belleza hecha pedazos.
—No —contesté, y me pregunté si tendría que hacer todo el camino de vuelta a la cafetería con los pies descalzos. Edden siguió mi mirada hasta mis dedos blancos y contusionados y, después de murmurar algo sobre un par de calcetines, apoyó la linterna en el suelo y me dejó a solas con Ivy. Yo la miré a los ojos, cuyas pupilas se dilataron al ver mi miedo.
—Mientras estaba inconsciente, recordé la noche en el barco de Kisten —susurré—. Toda.
A Ivy se le cortó la respiración. Desde fuera, oí a Edden pidiendo a gritos, por radio, un coche para que viniera a recogernos.
Tragué saliva. Apenas conseguía articular palabra.
—El asesino de Kisten había estado en los túneles antes de venir a chupar la última sangre de Kisten —dije, con el alma tan fría como la nieve que penetraba en el peque?o cobertizo—. Era eso lo que había estado oliendo durante todo este tiempo —a?adí mientras me sacudía la suciedad con desgana—. Era este maldito polvo. Había estado en él y lo cubría de arriba abajo.
Ivy no se movió.
—Cuéntame —me pidió, con los ojos negros y sus largas manos apretadas.
Le eché un vistazo para evaluar la situación, preguntándome si no sería mejor hablarlo en casa con un poco de vino, o incluso en un coche, con un poco más de privacidad, pero si iba a perder los estribos, prefería tener cerca varias docenas de agentes de la AFI armados con pistolas.
—El vampiro había venido a por Kisten —expliqué en voz baja—, y a mí me pilló en medio. Kisten murió de un golpe en la cabeza antes de que el vampiro tuviera ocasión de hacer algo más que olfatear su sangre. Estaba realmente furioso —dije, alzando la voz para no ponerme a llorar de nuevo mientras recordaba la fuerza con la que me sujetaba y mi impotente rabia—, pero entonces decidió convertirme en su sombra para hacerte da?o. Kisten se despertó…
Parpadeando rápidamente, limpié las lágrimas de los ara?azos de mi mejilla mientras recordaba su mirada confusa y su expresión angelical.
—Su rostro era de una belleza extraordinaria, Ivy —dije, llorando—. Era inocente y salvaje. Recordó que me amaba y, solo por eso, trató de salvarme, de salvarnos, de la mejor manera que pudo. ?Recuerdas cuando Jenks dijo que yo le conté que Kisten mordió a su agresor? Lo hizo para salvarnos, Ivy. Murió entre mis brazos y su asesino escapó.
La voz se me quebró y me quedé callada. No podía contarle el resto. Allí no. No era el momento.
Ivy parpadeó. Con aquellas pupilas dilatándose lentamente, casi parecía que fuera a tener un ataque de pánico.
—?Entregó su vida para salvarte? —preguntó—. ?Porque te amaba?
Yo apreté la mandíbula.
—A mí no. A nosotras. Eligió sacrificar el resto de su existencia para salvarnos a ambas. Ese vampiro te odia, Ivy. No dejaba de repetir que eras la favorita de Piscary y que no podía tocarte, pero que matar a Kisten no era suficiente y que iba a hacerte pagar por meterle en prisión y por obligarle a vivir en la sombra y relegado al olvido durante cinco a?os.
Ivy retrocedió y, aterrorizada, se llevó la mano a la garganta.
—No se trata de alguien que fue a visitar a Piscary, sino de alguien que estaba en la cárcel al mismo tiempo que él —dijo en un susurro.
Sus ojos se volvieron completamente negros en la penumbra de la sala iluminada por la luz de las linternas, y yo reprimí un escalofrío.