—?Joder! —exclamé, respirando con dificultad y cayendo también hacia atrás. Casi me tropecé con Edden cuando reculó al sentir el intenso hedor. La luz de la linterna iluminó la expresión asqueada de su rostro. Fuera lo que fuera lo que había allí dentro, llevaba mucho tiempo muerto y la rabia empezó a apoderarse de mí. Kisten había logrado matar a nuestro agresor. Y ahora, ?a quién le iba a gritar yo?
—Sujétame esto —dijo el capitán de la AFI pasándome la linterna. Yo dejé el farolillo en el suelo y la cogí. Edden abrió aún más la puerta, dejando al descubierto poco más que un oscuro pasillo. El hedor, a viejo y a podrido, se extendió. No se trataba del simple olor a descomposición, que se habría mitigado con el frío y, quizás, con el paso del tiempo, sino del pestilente tufo a muerte de los vampiros que permanecía hasta que el sol o el viento tenían ocasión de dispersarlo. Recordaba al incienso echado a perder, a flores marchitas, a musgo podrido y a sal del mar Muerto. Resultaba tan desagradable que no podíamos entrar. Era como si el oxígeno hubiera sido reemplazado por un aceite espeso, putrefacto y venenoso.
Edden volvió a coger su linterna y, tapándose la nariz con los dedos, enfocó el suelo para descubrir dónde se encontraban los límites de la estancia. Permanecí inmóvil, pero Ivy se aproximó y se detuvo en el umbral. Tenía las mejillas húmedas por las lágrimas y el rostro descompuesto. Edden se desplazó para colocar su hombro delante de ella, pero era el olor lo que le impedía la entrada, no su presencia.
El suelo tenía el mismo olor a piedra y polvo y las paredes eran de cemento. Sobre el terreno había una costra negra, arrugada y agrietada, del color de la sangre seca. Edden la siguió hasta el muro, donde encontró una serie de ara?azos que surcaban el hormigón.
—Vosotras quedaos aquí —dijo el capitán, con voz jadeante, tras haber inspirado profundamente para poder pronunciar aquellas palabras. Asentí y él paseó rápidamente la luz por el resto de la habitación. Era un desagradable tugurio con un catre artificial y una caja de cartón que hacía las veces de mesa. En el suelo desnudo, junto a otro peque?o charco de sangre putrefacta, se encontraba el cadáver corpulento de un hombre negro, bocarriba y con los brazos en cruz. Llevaba puesta una camisa, desabrochada, que dejaba ver que le habían arrancado la garganta. La cavidad abdominal también estaba abierta, casi como si un animal hubiera estado escarbando en ella, e imaginé que los montoncitos apilados junto a él eran sus vísceras.
Era difícil discernir si lo habían atacado en un momento en que no llevaba pantalones, o si el agresor se los había comido. Los vampiros no hacían esas cosas. Al menos yo no había oído nada semejante. Y aquel no era el hombre que yo recordaba haber visto en el barco de Kisten.
La luz de la linterna de Edden temblaba mientras iluminaba el cuerpo. ?Maldición! Todo aquello no había servido para nada.
—?Se trata de Art? —preguntó Edden.
Negué con la cabeza.
—Es Denon —dijo Ivy.
Aparté la vista del cuerpo, y, tras mirarla unos instantes, volví a concentrarme en el cadáver.
—?Denon? —acerté a decir, sintiendo que me hervía la sangre.
Edden apartó la luz.
—?Que Dios lo ayude! Creo que tiene razón.
De pronto me apoyé en la pared con las piernas temblorosas. ?Con razón no lo había visto últimamente! Si Denon había sido el pupilo de Art, la mejor manera de vigilar a Ivy era asignársela a su grupo de investigadores. Y la mejor manera de insultarla era obligarla a supervisarme.
—El catre —dijo Ivy, tapándose la boca con la mano—. Enfoca el catre. Creo que hay otro cuerpo, pero no estoy… segura.
Me acerqué y dirigí la linterna cuidadosamente hacia el camastro, pero me temblaba la mano y no estaba del todo claro. Edden había conocido a Denon y habían mantenido cierta amigable rivalidad. Encontrarlo descuartizado no sería agradable, y escuché que tragaba saliva cuando su luz iluminó también el lecho.
En aquel momento gui?é los ojos, intentando dilucidar lo que estaba viendo. Lo que en un principio parecía un montón de ropa y correas…