Bruja blanca, magia negra

—?Yo también lo quería! —gritó, haciendo retumbar su voz—. ?Lo quería mucho, y no hay nada que pueda hacer para demostrarlo! ?Art está muerto! —se lamentó, haciendo grandes aspavientos—. ?Piscary está muerto! ?Y yo no puedo hacer nada para demostrar que amaba a Kisten! ?No es justo, Rachel! ?Necesito hacerle da?o a alguien pero no ha quedado nadie!

 

Edden se agitó incómodo. Yo tenía la garganta bloqueada. Quería abrazarla y decirle que todo se iba a arreglar, pero no era cierto. No había nadie con quien tomar represalias, nadie a quien se?alar y decirle: ?Sé lo que hiciste y te vas a cagar por ello?. Que Piscary estuviera muerto y que Art se hubiera convertido en un cadáver retorcido no bastaba. Ni muchísimo menos.

 

—Se?oritas… —dijo Edden de pronto, se?alando el túnel con su linterna—. Mandaré a un equipo de la científica a examinar el lugar esta misma noche. En cuanto estemos seguros de sus identidades, os lo haré saber.

 

A continuación echó a andar con intención de marcharse, pero se detuvo para comprobar que lo seguíamos.

 

Exhausta, Ivy se apartó de la pared.

 

—Piscary utilizó a Kisten como regalo para compensar a Art porque yo lo había encarcelado. Era una cuestión política. ?Dios! ?Cuánto odio mi vida!

 

Me quedé mirando el oscuro agujero en la pared, sintiendo que me subía la tensión. Tenía razón. Kisten había muerto para mantener un equilibrio de poderes. Su lúcida alma estaba empezando a ser consciente de que su propia fuerza había sido extinguida de un soplo para alimentar un ego y derrotar a Ivy. Habría entendido que lo hubieran hecho por venganza, pero aquello…

 

Despidiéndose de Kisten con un susurro, Ivy bajó la cabeza y pasó por delante de mí. Yo permanecí inmóvil frente al sombrío vano, y la mano de Edden recayó sobre mi hombro.

 

—Necesitas entrar en calor.

 

Al sentir el tacto de sus dedos di un respingo. Entrar en calor. Buena idea. No estaba lista para marcharme. El alma de Kisten descansaba en paz porque había luchado y había ganado. Pero ?y nosotras? ?Qué pasaba con las que habíamos sobrevivido? ?No teníamos derecho a resarcirnos?

 

El corazón empezó a latirme con fuerza y apreté la mandíbula.

 

—No pienso vivir con este dolor.

 

Ivy se detuvo en seco y Edden me miró de reojo con recelo.

 

Temblando, se?alé con el dedo la oscura guarida.

 

—No permitiré que la SI lo oculte todo, los entierre con hermosas lápidas y dignas inscripciones y diga que Kisten fue asesinado para favorecer la agenda política de alguien.

 

Ivy sacudió la cabeza.

 

—Eso da lo mismo.

 

Pero a mí no me daba lo mismo. La habitación estaba a oscuras y ocultaba así la depravación de lo que sucedía cuando la vida transcurría temiendo la muerte, cuando se dedicaba toda la existencia a satisfacer los egoístas deseos del ego, cuando se reemplazaba el alma por el irreflexivo instinto de supervivencia. Se echaban a perder vidas auténticas y sinceras en aras de estas horribles caricaturas de poder. El alma de Kisten se había perdido apenas había descubierto la fuerza que se escondía en su interior, mientras seguía apretando el nudo en su intento de encontrar la paz. La oscuridad no taparía aquello. Quería iluminar aquella habitación. Iluminarla con la cruda verdad para que nunca encontraran protección al abrigo de la tierra.

 

—?Rachel? —me llamó Ivy y, temblando, intercepté una línea. Esta me tocó, rasgando mi delgada aura como una llama. Entonces caí de rodillas, pero, apretando los dientes, me puse en pie, dejando que el dolor me atravesara, aceptándolo.

 

—?Celero inanio! —grité, encauzando la energía a través de un gesto de magia negra. Había visto a Al hacerlo. No podía ser tan difícil.

 

La línea me atravesó con fuerza, atraída por el hechizo, y un dolor insoportable se apoderó de mí, provocándome fuertes convulsiones, pero me negué a soltarla mientras el hechizo estuviera funcionando.

 

—?Rachel! —gritó Ivy.

 

Me vi impulsada hacia atrás por la explosión blanca que se produjo en medio de la habitación. Mi pelo salió disparado hacia atrás y después hacia delante cuando el aire de la estancia se consumió y entró uno nuevo para ocupar su lugar. Como si hubiera sido el mismísimo cielo, la gloria del fuego formó una llamarada blanca, con un minúsculo punto negro en el centro de mi ira.

 

Entonces caí de rodillas, con los ojos fijos en la entrada e ignorando la dura piedra que me quemaba la piel de las articulaciones. Y entonces Ivy me cogió. Sus brazos me sirvieron de almohada y solté un grito ahogado, no por su helada ternura, sino por la repentina desaparición del dolor que provenía de la línea. Me había vuelto a coger y su aura me protegía, filtrando la peor parte.

 

—?Estúpida bruja! —me reprochó con amargura, mientras me sujetaba—. ?Qué demonios estás haciendo?

 

Me quedé mirándola, mientras la línea me atravesaba, limpia y fría.

 

—?Estás segura de que no sientes nada? —le pregunté, sin poder dar crédito a que su aura me estuviera protegiendo de aquello.

 

—Solo el corazón partido. Déjalo, Rachel.