Bruja blanca, magia negra

—?Mierda! —farfullé cuando conseguí aclararme las ideas. Era un cuerpo gris, retorcido de forma grotesca debido a que los huesos se habían enarcado de forma antinatural durante la lucha entre los dos virus por hacerse con el control, cada uno de ellos intentando hacer del vampiro su particular versión de la perfección. Las sábanas estaban cubiertas de diminutos fragmentos de piel blanca que se habían desprendido con la débil corriente que había provocado la apertura de la puerta. Alrededor del cráneo se amontonaban algunos mechones de pelo negro, y las cavidades que miraban fijamente hacia el techo estaban vacías. De su mandíbula sobresalían unos colmillos el doble de largos que los de un vampiro común y la boca había sido desgarrada, provocando que el maxilar inferior colgara hacia un lado. Una mano a la que le faltaban varios dedos estaba apoyada justo encima. ?Dios! ?Se lo habría hecho él mismo?

 

Ivy dio un respingo y agité la linterna violentamente cuando me di cuenta de que tenía intención de entrar. Con un gru?ido, Edden la agarró del brazo y, aprovechando su arrebato, la lanzó contra la pared opuesta del túnel. Ella se estrelló con un sonoro golpazo, con los ojos muy abiertos y cargados de odio, pero él la tenía bien sujeta por el cuello y no pensaba soltarla.

 

—?Ni se te ocurra acercarte a esa habitación! —le gritó, inmovilizándola contra el muro, y su voz retumbó con un tono que parecía cargado de compasión—. ?No pienso dejarte entrar, Ivy! No me importa si me matas. No vas a acercarte a ese… repugnante… —En ese momento respiró hondo, intentando encontrar las palabras exactas—. Ese agujero de mala muerte —concluyó, con los ojos húmedos por las lágrimas—. Tú eres mucho mejor que todo eso —a?adió—. No tienes nada que ver con esa perversión. Esa. No. Eres. Tú.

 

Ivy no intentaba resistirse. Si hubiera querido hacerlo, habría podido romperle el brazo sin apenas inmutarse. Las lágrimas resplandecieron en la luz cuando bajé la linterna.

 

—Kisten murió por algo que yo hice —dijo, conforme la rabia se iba transformando en sufrimiento—. Y ahora no puedo hacer nada para librarme de este dolor. ?Está muerto! ?Art me arrebató también eso!

 

—??Y qué piensas hacer?! —le gritó Edden, haciendo resonar su voz—. ?El vampiro está muerto! No puedes vengarte de un cadáver. ?Quieres hacerlo pedacitos y tirarlos contra las paredes? ?Está muerto! ?Déjalo o te arruinará la vida y volverá a ganarte la partida!

 

Ivy lloraba en silencio. Edden tenía razón, pero no sabía cómo convencerla de ello.

 

Finalmente, el capitán me arrebató la linterna y se giró.

 

—?Míralo, Ivy! —dijo, apuntando directamente hacia el cadáver—. ?Míralo y dime que esto es una victoria!

 

Ella se tensó como si fuera a gritar pero, inesperadamente, las lágrimas se desbordaron y se rindió.

 

—?Hijos de puta! ?No eran más que unos hijos de puta! ?Los dos!

 

El intenso frío se apoderó de lo más hondo de mi ser y me quedé mirando los pedazos retorcidos que habían quedado. Todavía recordaba vivamente el olor a polvo de los dedos de Art sobre mi piel, mientras miraba sus manos rotas y los restos de piel adheridos a los huesos. Podía sentirlos en mi garganta y en mi mu?eca. Había sido una muerte muy dura que lo había dejado momificado convirtiéndolo en una grotesca caricatura de extremidades contorsionadas y huesos desencajados mientras los dos virus vampíricos luchaban por hacerse con el control, resquebrajándolo hasta que no pudo sobrevivir ni siquiera como no muerto.

 

Era fácil imaginar lo que había sucedido. Sintiéndose morir por culpa de la sangre de no muerto que Kisten le había inoculado, Art llamó a su pupilo. La muerte de Denon se produjo, premeditadamente o no, mientras Art intentaba ganar la fuerza suficiente para combatir la sangre de Kisten. No me extra?aba que Ivy quisiera encontrar la manera de huir de aquello. Era espeluznante.

 

Edden apartó la linterna del camastro. Sus ojos mostraban una clara expresión de cansancio cuando la apagó dejando que fuera el farol de Mia la única luz que iluminara el lugar. Se quedó mirando la profunda desdicha de Ivy y se subió el cinturón para intentar recobrar su habitual compostura.

 

—Dejaremos abierto para que se ventile y después cogeremos un zapato para comparar las huellas. Y ahora vámonos. Aquí ya hemos terminado.

 

Ivy tenía la espalda apoyada en el muro, mirando la oscura puerta.

 

—De no ser por mí, jamás habría tocado a Kisten.

 

—No —aseguré con firmeza—. Kisten dijo que no fue culpa tuya. Lo dijo, Ivy. Y me pidió que te lo transmitiera. —En ese momento dejé el farolillo en el suelo y crucé el túnel, con mi sombra sobre Ivy—. Lo dijo —insistí apoyándole la mano en el hombro y descubriendo que estaba helada. Tenía los ojos negros, pero no me miraban a mí, sino que estaban fijos en el oscuro agujero frente a nosotras—. Ivy, si decides cargar con esto sobre tu conciencia, será una de las cosas más estúpidas que te habré visto hacer.

 

Aquella última frase le llegó, y desvió la mirada para dirigirla hacia mí.

 

—él no te consideraba culpable —dije presionándole suavemente el brazo—. Si lo hubiera hecho, no hubiera sacrificado su vida para matar a ese cabrón en nuestro nombre. Me amaba, Ivy, pero tomó la decisión pensando en ti. ?Lo hizo porque te quería!

 

En la expresión de Ivy se abrió una grieta y su rostro se contrajo por el dolor.