Sonreí de oreja a oreja. Edden se había pasado un cuarto de hora despotricando al respecto.
Tras sacar al elefante Raymond y al oso azul al que había dado el nombre de Gummie y que solo me traían buenos recuerdos, los dejé a un lado, cerré la caja y la puse encima de la otra que iba a llevar al hospital. Mi aura casi se había recuperado del todo, y tenía muchas ganas de ver a los chicos. Especialmente a la ni?a del pijama rojo. Necesitaba hablar con ella. Decirle que las posibilidades eran reales. Si sus padres me dejaban, claro está.
En ese momento contuve la respiración para evitar inhalar todo aquel polvo y levanté las dos cajas, abrí la puerta de mi habitación de una patada y me dirigí al vestíbulo. Apenas puse pie en el santuario, un coro de pixies me saludó alegremente y Rex se fue a toda pastilla por la puerta para gatos que daba a la escalera del campanario, pues se había llevado un susto de muerte cuando dejé caer la caja encima de las que ya había sacado anteriormente.
—?Qué pasa, Rex? —le pregunté con tono zalamero. Ella salió y, lentamente, se acercó a mí con la cola levantada para que le rascara debajo de la barbilla. Cuando había llevado la primera caja, también estaba en el vestíbulo.
El zumbido de las alas de pixie hizo que ambas alzáramos la cabeza.
—?Juguetes para los ni?os? —preguntó Jenks con las alas de un intenso color rojo después de haber estado sentado bajo la bombilla de amplio espectro que había puesto en la lámpara de mi escritorio.
— Ajá. ?Te gustaría acompa?arnos a Ivy y a mí cuando vayamos a llevárselos?
—?Y tanto! —respondió arrastrando las palabras—. De hecho, es posible que rastree la planta de los brujos en busca de alguna semilla de helecho.
Me puse en pie, aclarándome la garganta con cierta pomposidad.
—Puedes hacer lo que te plazca. Invito yo.
Era difícil conseguir ciertos productos cuando te habían excluido, y Jenks ya estaba planeando habilitar un tercer huerto en el jardín para compensar las carencias. Queda la opción del mercado negro, pero no podía recurrir a él. Si lo hacía, podrían argumentar que estaba de acuerdo con la etiqueta que me habían puesto, y no era cierto.
Rex se metió debajo de mi abrigo y yo vacilé cuando se puso de pie sobre las patas traseras y empezó a darme golpecitos en el bolsillo. Alcé las cejas y miré a Jenks. Ya iban dos veces que había tenido que echarla del vestíbulo.
—?Alguno de tus hijos se ha metido ahí dentro? —pregunté a Jenks. A continuación me abalancé sobre la gata cuando vi que clavaba las u?as en el pa?o y empezaba a tirar. Cuando la levanté, sus zarpas se desengancharon, pero tuve que soltarla cuando me clavó las u?as traseras en el brazo. Agitando la cola, corrió hacia la parte trasera de la iglesia. Entonces se oyó un breve grito de los hijos de Jenks y después un suspiro de decepción. Mantener el santuario a una temperatura mayor que el resto de la iglesia era mejor que tenerlos en una burbuja.
Jenks estaba muerto de risa pero, cuando me subí la manga, descubrí un ara?azo considerable.
—Jenks… —protesté—. Hay que cortarle las u?as a tu gata sin falta. Ya te dije que me ocuparía yo.
—Rachel, mira esto.
Yo me bajé la manga y levanté la cabeza, encontrando al pixie suspendido delante de mí con algo azul entre los brazos. A juzgar por la forma en que Jenks lo sujetaba, hubiera dicho que se trataba de un bebé envuelto en una mantita azul, pero sabía a ciencia cierta que no era posible.
—?Qué es? —pregunté. él la dejó caer sobre mi mano extendida.
—Estaba en tu bolsillo —dijo, aterrizando sobre mi palma, y juntos nos quedamos mirándolo bajo la luz que provenía del santuario—. Es evidente que se trata de una crisálida, pero no sabría decirte a qué especie pertenece —a?adió, dándole un empujoncito con la punta de la bota.
De pronto caí en la cuenta e, inspirando profundamente, recordé a Al rodeándola con sus dedos la víspera de A?o Nuevo.
—?Sabrías decirme si está viva?
El pixie se llevó las manos a las caderas y asintió con la cabeza.
—Supongo que sí. ?De dónde la has sacado?
Jenks echó a volar cuando cerré el pu?o con delicadeza y me encaminé hacia la cocina para lavarme el ara?azo.
—Esto… Me la dio Al —dije mientras atravesábamos el santuario en dirección al pasillo, mucho más frío—. Se dedicaba a hacer surgir mariposas de los copos de nieve y esta fue la única que sobrevivió.
—?Por el amor de Campanilla y su relación incestuosa con Disney! ?Es la cosa más espeluznante que he visto desde que Bis se quedó atascado en el canalón! —dijo quedamente mientras agitaba las alas suavemente en la oscuridad.
Apreté el interruptor de la cocina con el codo y, sin saber muy bien qué hacer con ella, la dejé en la repisa de la ventana.