—No importa —dije, aplastando con fuerza el cartón—. Ya me había olvidado, ?sabes? —dije con sarcasmo.
Cansada, llevé la caja a la despensa y empecé a clasificar los restantes hechizos. Jenks aterrizó junto a mí y se quedó mirando. El sonido de sus hijos resultaba muy agradable.
—Siento mucho lo de Kisten —dijo Jenks, pillándome por sorpresa—. Creo que, hasta ahora, no te lo había dicho.
—Gracias —respondí, agarrando un pu?ado de hechizos apagados—. Todavía lo echo de menos. —Aun así, el dolor había desaparecido, reducido a cenizas bajo la ciudad, y podía seguir adelante con mi vida.
Puse los hechizos viejos en mi barre?o de agua salada, provocando que salpicara ligeramente. También echaba de menos a Marshal, pero entendía por qué se había marchado. No había sido mi novio, sino algo mucho más profundo: un amigo. Y yo lo había echado todo a perder. Haber intercambiado nuestra energía había provocado que toda la situación pareciera peor de lo que era en realidad.
No le guardaba ningún rencor por haberse largado. Su marcha no había sido una traición y no era un cobarde por no quedarse. Yo había cometido un gravísimo error al permitir que me excluyeran y no le correspondía a él arreglar las cosas. Y tampoco esperaba que aguardara hasta que lo resolviera. En ningún momento me había dicho que fuera a hacerlo. Era evidente que estaba muy cabreado por haberlo fastidiado todo. Si alguien había traicionado al otro, esa había sido yo, faltando a su confianza cuando le había dicho que tenía todo bajo control.
—Rachel, ?para qué sirve este? —dijo Jenks toqueteando el último hechizo que había dejado sobre la encimera.
Saqué las llaves del interior de mi bolso y me aproximé a él.
—Ese detecta magia de alto nivel —respondí se?alando la runa que tenía grabada.
—Pensaba que esa era la función de ese otro —dijo mientras lo ponía en mi llavero junto a mi detector de hechizos malignos o, para ser más exactos, de amuletos letales.
—Este detecta magia letal —expliqué, lanzando al aire el amuleto de magia terrestre original y dejándolo caer—. El de mi padre detecta magia de alto nivel y, dado que toda magia letal es de alto nivel, haría lo mismo. Solo espero que no haga saltar todas las alarmas del sistema de seguridad del centro comercial, como sucede con el de magia letal, puesto que los dos están basados en líneas luminosas. Voy a llevármelos de compras para ver cuál funciona mejor.
—Ahora lo entiendo —concluyó, asintiendo con la cabeza.
—Lo hizo mi padre —dije, sintiéndome más cercana a él, mientras volvía a meter las llaves en mi bolso. El hechizo tenía más de doce a?os, pero como no se había utilizado, todavía estaba en buenas condiciones. Mejor que las pilas.
—?Te apetece un café? —le pregunté.
Jenks asintió y un coro de gritos de pixie hizo que echara a volar. No me sorprendió escuchar la campanilla de la puerta. Los pixies eran mejor que un sistema de seguridad.
—Ya voy yo —dijo Jenks, saliendo disparado y regresando antes de que tuviera tiempo de algo más que de sacar el café molido—. Vienen a traer un paquete —dijo, dejando a su paso una delgada estela de polvo plateado—. Hay que firmar, pero yo no puedo hacerlo. Es para ti.
En ese momento sentí una punzada de miedo que se desvaneció rápidamente. Me habían excluido. Podía ser cualquier cosa.
—?No me seas ni?a! —dijo Jenks, que había captado al vuelo mi preocupación—. ?Tienes idea de la sanción que te puede caer por enviar un hechizo maligno por correo? Además, es de Trent.
—?En serio? —Repentinamente interesada, eché un vistazo a la cafetera y lo seguí hasta la entrada. En el umbral había un humano desconcertado, iluminado por la luz del cartel que tenía sobre su cabeza. La puerta, que estaba abierta de par en par, dejaba escapar todo el calor, y los pixies se desafiaban unos a otros a salir y a entrar a toda velocidad.
—?Basta! ?Se acabó! —grité, agitando las manos para que volvieran a entrar—. ?Qué demonios os pasa? —les recriminé alzando la voz mientras cogía el bolígrafo y firmaba para que me entregaran un voluminoso sobre reforzado—. ?Os estáis comportando como si hubierais nacido en un tocón!
—Fue en una caja de flores, se?orita Morgan —replicó alegremente uno de los hijos de Jenks, que se había encaramado a mi hombro, lejos del frío de la noche y al abrigo de mi pelo.