Bruja blanca, magia negra

—?Donde sea! —mascullé, sonriendo al aturdido mensajero y agarrando el paquete—. ?Todo el mundo está dentro? —pregunté, y mientras contaba hasta llegar a cincuenta y tantos, cerré la puerta.

 

Un grupo de hijos de Jenks, compuesto por más de una docena de ellos, se atrevió a adentrarse en el frío de la cocina, dejándose llevar por la curiosidad en perjuicio de la comodidad, cruzándose por delante de mis ojos como una pesadilla de seda y vocecillas estridentes que se me clavaron en el cerebro y que no cesó hasta que Jenks emitió un terrible chirrido con sus alas. El nerviosismo se apoderó de mí mientras aparcaba en mi lado de la mesa el paquete envuelto en papel manila para ocuparme de él más tarde. Esperaría a que Ivy volviera a casa y me ayudara a levantarme del suelo cuando el hechizo de broma que me había mandado Trent me explotara en la cara.

 

Con un brazo alrededor de la cintura, saqué del armario mi taza de Encantamientos Vampíricos. Hacía una semana que no me tomaba una buena taza de café. Concretamente, desde que había estado en Junior′s. Me apetecía otro igual, pero tenía miedo de volver. Y, de todos modos, tampoco me acordaba muy bien de lo que era. Canela nosequé.

 

Jenks se acercó zumbando y luego se alejó.

 

—?Es que no piensas abrirlo? —me instigó suspendido sobre la mesa—. Tiene forma abultada.

 

Me pasé la lengua por los labios y lo miré con expresión interrogante.

 

—ábrelo tú.

 

—?Y salir volando en pedacitos porque haya metido dentro algún desagradable hechizo élfico? —dijo—. ?Ni hablar!

 

—?Hechizo élfico? —Intrigada, me giré sobre mí misma y, tras cruzar la cocina, saqué las llaves de mi bolso y me quedé mirando el amuleto de magia de alto nivel, que despedía una tenue luz rojiza. Interesada, espanté a los pixies de encima. No era letal pero… aun así…

 

—?Por los tampones de Campanilla, Rache! ?ábrelo de una maldita vez!

 

La cafetera terminó con un gorjeo sibilante y, soportando las quejas de unos veinte pixies, sonreí y me serví una taza. A continuación bebí un trago con cuidado de no quemarme mientras lo llevaba a la mesa con el ce?o fruncido. Tal vez, la próxima vez que fuera al súper, podría comprar un poco de sirope de frambuesa.

 

Los pixies se api?aron en mis hombros, empujándose unos a otros, mientras yo cogía el cuchillo ceremonial, que seguía en la encimera, y abría el sobre marrón. Sin mirar lo que había dentro, le di la vuelta y, con suma precaución, lo sacudí intentando alejar de mí lo que quiera que hubiera dentro.

 

—?Es una cuerda! —exclamó Jenks, suspendido encima, y asomándose al interior para asegurarse de que no había una nota—. ?A cuento de qué te manda Trent una cuerda? ?Se trata de alguna broma? —dijo, con una expresión tan enfadada que sus hijos empezaron a recular, susurrando—. A lo mejor quiere que te ahorques con ella, o puede que sea la versión élfica de meterte una cabeza de caballo en la cama.

 

Agarré cuidadosamente el trozo de soga, no especialmente largo, palpando los bastos nudos.

 

—Probablemente está hecho de su familiar —dije, recordando que Trent me había dicho en una ocasión que su familiar era un caballo—. Jenks —dije, con el corazón a punto de salírseme del pecho—, creo que es un hechizo de Pandora.

 

El enfado de Jenks desapareció como por arte de magia. Desde detrás de nosotros, escuché un traqueteo y el ruido de un cubito de hielo al caer al suelo y a sus hijos abalanzándose sobre él. A continuación, agitando las alas al unísono, recorrieron el suelo de la cocina, pasando por debajo de la mesa y rodeando la isla central. El volumen de sus gritos aumentó y todos ellos echaron a volar apenas un segundo antes de que el cubito se estrellara contra la pared, fuera de control.

 

—?Y te lo da así, sin más? —preguntó Jenks aterrizando junto a mí y dándole una patada—. ?Estás segura de que es eso?

 

—Creo que sí —respondí, sin saber muy bien qué hacer con él—. Tienes que deshacer los nudos y recuperas la memoria.

 

Entonces, cogí la soga, mirando las hebras grisáceas anudadas con complejas figuras que me recordaban el mar. Habría apostado cualquier cosa a que la había hecho el propio Trent. Podía sentir la creciente tensión de magia salvaje, provocándome un escalofrío a la vez que un suave cosquilleo en mi delicada aura. O quizás la magia élfica transmitía siempre esa sensación.

 

Jenks levantó la vista de la soga de hebras negras y plateadas y me miró a los ojos.

 

—?Vas a hacerlo?

 

Me encogí de hombros.

 

—El problema es que no sé para qué recuerdo está hecha.

 

—Para el asesinato de Kisten —sentenció él, con absoluta seguridad, pero yo negué con la cabeza.

 

—Puede ser —dije, deslizando la cuerda entre mis dedos, sintiendo los bultos como si fueran notas musicales—. Pero también podría ser algo relacionado con mi padre, o con el suyo, o con el campamento ?Pide un deseo?.