Con cuidado, volví a dejarla sobre la encimera. No quería saber qué recuerdo contenía. Todavía no. De momento, ya había tenido bastantes regresiones. Quería vivir un tiempo sin ellas, afrontando el presente sin el dolor del pasado.
Se escuchó el sonido de mi móvil desde el interior de mi bolso y miré a Jenks cuando me di cuenta de que se trataba de la melodía de Sharp Dressed Man, de ZZ Top. El pixie me miró con expresión inocente, pero, cuando Rex estiró el cuello y se quedó inmóvil en la esquina de la cocina, con una gravedad que me resultaba muy familiar, me quedé blanca y di un paso atrás, decidida a no responder.
—?Pierce? —pregunté en un susurro.
La presión del aire cambió y, tras una peque?a explosión, apareció una neblina en la esquina que fue tomando forma hasta convertirse en Pierce. Rex se puso en pie con un peque?o gorjeo gatuno y yo di un respingo, estupefacta. Tenía que ser Pierce. A no ser que Al se hubiera disfrazado de él.
—?Pierce? —pregunté de nuevo. él se volvió hacia mí, con los ojos brillantes y un traje de lo más elegante según la moda de mediados del siglo XIX. Se parecía a sí mismo. Es decir, no se parecía a Tom, y me pregunté qué demonios estaba sucediendo.
—Mi adorada bruja —dijo, atravesando la cocina a toda prisa para cogerme las manos—. No puedo quedarme —a?adió, jadeando, con la mirada fulgurante—. Al intentará seguirme el rastro con la misma celeridad con que un perro obliga a un mapache a trepar a lo alto de un árbol en una noche de luna llena, pero tenía que visitarte primero. Para explicarme.
—Te apoderaste del cuerpo de Tom —lo acusé, retirando las manos—. Pierce, me alegro de verte pero…
él asintió, con el pelo tapándole los ojos hasta que se lo echó hacia atrás con malicia.
—Es magia negra, sí, y no estoy orgulloso de ello, pero no fui yo quien mató al brujo negro. Se lo hizo él mismo.
—Pero tu aspecto…
—Es el de siempre, lo sé —concluyó tirando de mí como si quisiera ponerse a bailar. Estaba exultante—. Formaba parte del trato. Rachel… —De pronto, su expresión se tornó preocupada—. Te has quemado —dijo, apartando de su mente cualquier otro pensamiento. Entonces alargó la mano y yo la detuve antes de que pudiera tocarme la cara.
Tenía el pulso acelerado y empezaba a tener calor.
—En la pira de Kisten —respondí, ruborizándome.
Pierce me miró con firmeza.
—Entonces, se ha acabado.
Asentí con la cabeza.
—Por favor, no me digas que vendiste tu alma a cambio de este… —En ese preciso instante me interrumpí y lo miré de arriba abajo, y él me soltó las manos y dio un paso atrás.
—La cuestión es, al menos, discutible. Deberías ser capaz de retener lo que reclamas y, aunque accedí al pacto, él no puede retenerme. Ninguno de ellos puede.
Su sonrisa era excesivamente presuntuosa para mi gusto; sentí un escalofrío.
—?Te escapaste!
—Una vez hube conseguido un cuerpo y pude comunicarme con una línea, era solo cuestión de tiempo. Nada puede retenerme por siempre. Excepto, quizás, tú.
Con expresión radiante, tiró de mí hacia su cuerpo y, viendo que iba a besarme, le espeté:
—Jenks está aquí.
Inmediatamente apartó sus manos de mí y, con una mirada de sorpresa en sus hermosos ojos azules, dio un paso atrás.
—?Jenks! —exclamó, sonrojándose—. Mis más sinceras disculpas.
Yo seguí el sonido de un enfadado zumbido y descubrí a Jenks suspendido sobre la encimera central, mirándonos fijamente con los brazos en jarras y expresión de desagrado.
—?Fuera de aquí! —dijo secamente—. Quiero que vuelva a ser la misma de siempre. Vete antes de que la conviertas en una patética ni?ata… enamorada.
—?Jenks! —le reproché, y Pierce posó su mano sobre mi hombro.
—Esa es precisamente mi intención, Jenks —respondió galantemente y me pregunté si se referiría a largarse o a convertirme en una ni?ata enamorada.
Pierce se inclinó hacia Rex, que estaba enroscado alrededor de sus tobillos.
—Tengo que irme —dijo cogiéndola en brazos—. Quería darte una explicación antes de que Al te llenara la cabeza con su versión de lo que sucedió la semana pasada. Te veré en cuanto pueda. Como demonio, Al es de una perversión extremadamente refinada. Me divierte mucho competir con él en lo que a astucia se refiere.
?Está jugando con Al?
—Pierce… —dije, intentando contener la risa. ?Estaba tan confundida! ?Se había escapado? ?Había utilizado a Al para conseguir un cuerpo y después se había escaqueado?
Pierce volvió a mirarme.
—Tengo que salir de aquí inmediatamente, pero hasta que me encuentre en una situación más propicia, pensaré en ti todas las noches, desde el momento en que se encienden las velas hasta la puesta de sol.
—?Espera un momento, Pierce! Yo no…