Bruja blanca, magia negra

—?Hay alguna diferencia?

 

Me dolía la cabeza. Aquello era una pesadilla. Una maldita pesadilla.

 

—No debería —susurré.

 

—No recuerdo haber muerto —dijo, y después me soltó y se giró hacia el vampiro que lo había matado—. ?Te conozco? —preguntó, y el vampiro sonrió.

 

—No. Tienes que irte. Ella es mía, y no pienso compartirla. Tus necesidades de sangre no son problema mío. Ve a darte un largo paseo en una corta sombra.

 

Una vez más Kisten frunció el ce?o, intentando entender lo que sucedía.

 

—No —respondió finalmente—. Yo la quiero, incluso aunque no recuerde por qué. No voy a dejar que la toques. Tú no le gustas.

 

Apenas me di cuenta de lo que iba a pasar, contuve la respiración. Mierda. Una de dos, o acababa sometida a Kisten o a su asesino, y con mi miedo ti?endo el aire, empecé a recular.

 

—Dentro de poco me adorará —sentenció el vampiro con un grave gru?ido. Seguidamente bajó la cabeza para mirar a Kisten por debajo de las cejas y el pelo le cayó hacia delante. Kisten se encorvó, imitándolo, transformándose en un animal de dos patas. La belleza y el encanto habían desaparecido. Era puro salvajismo, y yo era el trofeo.

 

El vampiro se abalanzó en silencio sobre Kisten, apartándose en el último momento y haciendo que saltara por encima de su cabeza. Se dirigía hacia mí y, con los ojos muy abiertos, me agaché, maldiciendo cuando su pu?o se estrelló contra mi hombro y me lanzó girando contra la pared. Mi cabeza sufrió un fuerte impacto, y me esforcé por fijar la mirada.

 

Empecé a deslizarme por la pared, pero clavé los pies en la moqueta y bloqueé las rodillas. No podía derrumbarme. Si lo hacía, probablemente no volvería a levantarme nunca más. Entonces observé, petrificada, cómo se peleaban entre ellos. Kisten no era tan rápido, pero sí terriblemente fiero. Las peleas de bar le habían proporcionado diversas técnicas de lucha que hacían que siguiera moviéndose y levantándose cada vez que el otro vampiro le golpeaba con fuerza suficiente para romperle los huesos a cualquiera. Cada directo y cada gancho hacían un da?o que el virus vampírico reparaba de inmediato.

 

—Sal de aquí, Rachel —me ordenó Kisten con calma cuando finalmente consiguió arrinconar a su rival.

 

Llorando, desoí su mandato y me dirigí hacia mi bolso. Tenía algunos hechizos en su interior. Mi aturdida mano revolvió en busca de algo que pudiera salvar a Kisten y también a mí misma. Al ver lo que estaba haciendo, nuestro agresor logró zafarse y se lanzó sobre mí. Aterrorizada, solté el bolso. Tenía en la mano la botella de seda de ara?a que había utilizado para pegar a Jenks al espejo del ba?o y que no me siguiera.

 

Agachándome para esquivar al vampiro, lo rocié con la poción. El hombre gritó consternado cuando le di de lleno en los ojos, pero volvía a encontrarse entre la puerta y yo. Intenté sortearlo, pero él estiró el brazo y me lanzó contra el tocador. Mi estómago aterrizó justo sobre una esquina del mueble, y el impulso hizo que diera con la cabeza en el espejo. Con el corazón latiendo con una fuerza inusitada, miré y me quedé de piedra cuando descubrí a Kisten entre las garras del otro vampiro, con su brazo alrededor del cuello, demostrándome que podía rompérselo en cualquier momento.

 

—Ven aquí o morirá de nuevo —me dijo el vampiro, y yo, obedientemente, di un paso hacia delante. A Kisten solo le quedaba una vida.

 

Los ojos de mi amado estaban abiertos de par en par.

 

—Tú me amas —dijo, y yo asentí con la cabeza, enjugándome las lágrimas para poder ver.

 

El vampiro sonrió, con su largo rostro y sus dientes puntiagudos, mientras atraía a Kisten con más fuerza, como a un amante.

 

—Habría sido tan divertido gozar de tus últimas gotas de sangre —le dijo al oído, acariciando con los labios el pelo que en otro tiempo yo solía acariciar—. Lo único que hubiera podido divertirme aún más habría sido tomar la de la puta de Ivy, pero no puedo tenerla —gru?ó, tirando de Kisten de manera que, por un instante, tuvo que ponerse de puntillas—. Es la jodida reina de Piscary, pero esto le va a doler. Le debo un poco de sufrimiento por los a?os que pasé en prisión, viviendo de desperdicios y de sombras desechadas que le entregan su sangre a cualquiera. Matarte es un buen comienzo. Convertir a su compa?era de piso en una marioneta es mejor aún, y cuando se haya convertido en una puta quejumbrosa sin alma y con los ojos muertos, me dedicaré a su hermana y después a todos los que haya amado alguna vez.

 

Kisten pareció asustado, y la emoción consiguió traspasar la muerte donde el amor no había podido.

 

—Deja en paz a Ivy —le exigió.

 

Los labios de su asesino acariciaron el pelo de Kisten.

 

—Eres demasiado joven. Yo también recuerdo haber amado a alguien, pero todos murieron, y lo único que me queda ahora es la pureza de la nada. ?Dios! ?Pero si todavía estás caliente!