Bruja blanca, magia negra

Kisten se puso rígido y, cuando miró por encima de mi hombro, recordé el sutil bamboleo del barco y el sonido del agua golpeando el casco. El olor a vampiro se hizo más intenso, y me di la vuelta, apoyando la espalda con fuerza contra el pecho de Kisten. Me temblaba la barbilla y apreté la mandíbula.

 

El asesino de Kisten no podía ser considerado un hombre alto. De hecho, Kisten hubiera podido reducirlo sin problemas en un combate justo, pero sabía de sobra que aquello nunca sucedería. Tenía los ojos negros por el ansia de sangre y sus manos mostraban un ligero temblor, como si estuviera conteniéndose, disfrutando de aquella sensación. Unas tenues arrugas marcaban las comisuras de sus párpados. Iba vestido con un traje que parecía de los a?os ochenta, con una corbata ancha metida entre la camisa. Para ser un no muerto, me pareció bastante desali?ado y anticuado. Pero estaba hambriento. Por lo visto, las ansias de sangre nunca pasaban de moda.

 

—Ya me dijo Piscary que tal vez podría probar la sangre de bruja —dijo, y yo tragué saliva al percibir la rabiosa amargura que se escondía en su voz, algo agresiva. Es posible que tuviera aspecto de memo, pero era un depredador y, mientras entraba en el dormitorio de Kisten, que se encontraba en el fondo de la embarcación, no me di cuenta de hasta qué punto estaba de mierda hasta el cuello. Sin mover los ojos, tanteé mi bolso en busca de mi pistola de pintura. Hubiera podido derribarlo con la misma velocidad con la que tumbaba a cualquier otro, pero solo si lo veía venir. Los vampiros no muertos eran muy rápidos, y estaba segura de que llevaba muerto el tiempo suficiente como para haber superado el delicado techo de los cuarenta a?os que acababa con la vida de la mayoría de los no muertos. Lo que significaba que también era experimentado. ?Oh, Dios! ?Por qué no le había hecho caso a Kisten cuando me había dicho que me marchara? Pero conocía la respuesta, y busqué a tientas la mano de mi novio.

 

—Márchate, Rachel. No tiene ningún derecho sobre ti —dijo Kisten, como si todavía tuviera el control de la situación, y el vampiro que se encontraba frente a nosotros sonrió ante su inocencia. Sus colmillos eran de un intenso color blanco y brillaban por las luces de bajo voltaje, mojados de saliva mientras que yo… ?Oh, Dios! Estaba empezando a sentir un cosquilleo en el cuello.

 

Me llevé la mano a mi antigua cicatriz y retrocedí, pensando solo en poner suficiente distancia entre nosotros para poder sacar mi pistola de pintura. El vampiro se abalanzó sobre nosotros.

 

Jadeando, salté hacia un lado. Sentí un dolor insoportable en el brazo cuando caí sobre la moqueta, bocabajo. Un sonido estremecedor inundó el barco, y tras apartarme el pelo de la cara, los descubrí luchando cuerpo a cuerpo. No podía respirar y, todavía en el suelo, me senté y me puse a escarbar en mi bolso. Pero mis dedos no funcionaban y me llevó una angustiosa eternidad encontrar mi pistola. Con un grito de alivio, aparté mi bolso de un empujón y dirigí la boca hacia él. Si era necesario, les dispararía a los dos.

 

—Así no —dijo el mayor de los vampiros con un gru?ido.

 

—Y que lo digas, aliento putrefacto —dije, justo antes de apretar el gatillo.

 

Con el rostro cubierto por una máscara de cólera, el vampiro empujó a Kisten. él salió disparado hacia el otro extremo de la habitación y su cabeza provocó un fuerte ruido al estrellarse contra la pared de metal situada tras los paneles de madera.

 

—?Kisten! —grité mientras sus ojos se ponían en blanco y caía al suelo desplomado.

 

Temblando, me puse en pie.

 

—Hijo de puta —dije, casi sin poder apuntar mi arma.

 

—No tienes ni idea —dijo el vampiro. Acto seguido me mostró la bola, que estaba en su mano, intacta e inservible. La colocó con cuidado sobre el aparador y esta echó a rodar, cayendo justo detrás. Con los ojos entrecerrados, inspiró profundamente, llenándose los pulmones del miedo con el que yo llenaba la habitación.

 

Mis ojos comenzaron a derramar lágrimas de frustración. Tenía que dejar que se acercara aún más, de lo contrario atraparía la siguiente bola, pero si se aproximaba demasiado, sería suya. Kisten no se movía, y yo retrocedí.

 

—Kisten —dije, dándole un empujoncito con el pie—. Kisten, por favor, despierta. No puedo mantenernos a los dos con vida. Necesito tu ayuda.

 

El olor a sangre hizo que bajara la vista y, de pronto, me puse pálida. Kisten no respiraba.

 

—?Kisten? —dije en un susurro, sintiendo que todo mi mundo se derrumbaba—. ?Kisten?

 

Me escocían los ojos, y unas cálidas lágrimas descendieron por mis mejillas cuando me di cuenta de que estaba muerto. El vampiro lo había matado. El muy hijo de puta había matado a Kisten.

 

—?Cabrón! —grité, presa del dolor y la rabia—. ?Cabrón hijo de puta! ?Lo has matado!

 

El vampiro se detuvo en seco mirando a Kisten. Sus negros ojos se abrieron por la sorpresa cuando se dio cuenta de lo que había hecho y torció la boca adoptando una expresión de desagrado. Un aterrador gru?ido de rabia, casi un rugido, se elevó en el aire.