Bruja blanca, magia negra

Mia tenía a Holly en la cadera, y la ni?a me observaba con unos ojos tan negros como los de su madre, tan inocente e indulgente como la muerte en persona. Retrocedí mirando mi pistola de pintura, completamente inservible. No podía alzar un círculo, ni echar a correr tras una banshee sin respaldo (y para colmo, enfadada) sin acabar con el culo al aire. Pero aquella noche había salido de casa dispuesta a convencer a Al de que dejara de raptar gente, no para salvar al mundo de una banshee que había tenido un mal día.

 

—Morirás por tu participación en todo esto —me espetó la mujer.

 

—Intenté ayudarte —dije agarrando la parte posterior de la camisa de Ford y arrastrándolo para que quedara fuera de su alcance. Estaba consciente, pero no iba a resultar de gran ayuda, pues no todavía no era capaz de sentarse por sí mismo.

 

—Estás sola —dijo la mujer, dejando a Holly en el suelo.

 

—?Y? —dije como una tonta, y luego solté un grito ahogado y retrocedí cuando la mujer se abalanzó hacia mí, con las manos extendidas.

 

—?Rachel! —gritó Ford, arrastrando las palabras, y yo tropecé con sus piernas.

 

Perdí el equilibrio, con Mia encima de mí, ambas por el suelo. El aire de mis pulmones salió con un rugido e intercepté una línea, desesperada. El dolor me golpeó mientras el calor de la línea luminosa empezó a quemar mis neuronas y mis sinapsis, que carecían de protección, y cuando sus manos entraron en contacto con mi rostro, grité mientras el aura se me desprendía del alma.

 

—?Crees que puedes matarme? —la desafié—. ?Adelante! —la animé jadeante—. ?Alégrame mi maldito… día!

 

Ella me ense?ó los dientes, a pocos centímetros de mí. Respiraba entrecortadamente, tenía una mirada brutal, aumentada por un instinto salvaje. Pero había luchado contra Ivy, y aquello no me asustaba. La línea zumbaba a través de mí, y dejé que la tomara. Dejé que la tomara toda.

 

Mia soltó un aullido. Clavándome las u?as en la mandíbula, su agonía retumbaba a través de mí como su voz retumbaba contra los techos abovedados de piedra que se alzaban sobre nuestras cabezas. Gritó de nuevo, y apreté los dientes sin soltar la línea a pesar de que me estaba quemando. La energía fluyó en su interior, quemando su mente y su cuerpo, pero no estaba dispuesta a rendirse. El olor a frío polvo y al aire olvidado me invadió, y luego sus ojos se abrieron contra el tormento.

 

Más negros que el pecado de la traición, fijó sus ojos en los míos, respirando con dificultad por la agonía.

 

—Si fuera tan sencillo —dijo, dando claras muestras de su sufrimiento—, habría muerto antes de llegar a los veinte.

 

Por unos segundos vacilé y ella, al verlo, aprovechó para arremeter contra mí.

 

Fue como si el mundo se hubiera vuelto del revés. Con una extra?a sensación de vértigo, me arrebató mi delgada aura. El dolor me atravesó con una fuerza inusitada mientras la línea luminosa que había interceptado me golpeó, completamente pura y sin filtro alguno. Mi cuerpo experimentó una sacudida, dándole un empujón instintivo, pero ella me tenía inmovilizada contra el suelo. La línea todavía fluía, pero no podía soltarla porque era evidente que a ella también le estaba haciendo da?o. El dolor estaba grabado en su frente, que estaba cubierta de sudor. Entonces soltó un grito ahogado y contuvo la respiración. Por detrás de su dolor, podía ver cómo mi alma penetraba en ella, junto con mi energía vital. Si no conseguía evitar que siguiera apoderándose de mi alma, me iba a matar, independientemente de la línea luminosa.

 

—Rachel… —oí decir desde detrás del estruendo de mis oídos, y después alguien nos separó con violencia. Mia me soltó mientras caía hacia atrás. El frío aire del túnel me golpeó, y solté un gru?ido cuando la fuerza de la línea regresó a mi interior como un bumerán. Incapaz de respirar, me hice un ovillo y me llevé las manos al estómago, dolorida. Mi rostro se raspó otra vez con el cemento polvoriento, e inspiré con todas mis fuerzas como si el aire pudiera ayudarme a encontrar mi alma. Todavía la tenía. Todavía poseía parte de mi aura, de lo contrario, estaría muerta. Y no me parecía estar muerta. El dolor era demasiado intenso.

 

Dejé escapar un gemido de dolor.

 

—?Dámela! —aulló Mia, rasgando mi conciencia con su áspera voz. Volví la cabeza y entorné los ojos. Dolía. ?Dios! Incluso aquel peque?o esfuerzo resultaba tremendamente doloroso, pero los encontré. Ford tenía a Holly en brazos y la ni?a miraba a su iracunda madre pesta?eando, pero no parecía disgustada. Ford tenía mi pistola de pintura y mantenía alejada a Mia. Los hechizos debían de haber explotado, de lo contrario habría perdido el conocimiento con solo coger el arma. Lo que no me entraba en la cabeza era cómo podía sujetar a la ni?a mientras que Tom no era capaz de ello.

 

—?Aliméntate de él, Holly! —gritó la banshee, y Ford, que la tenía apoyada en la cadera, la alzó unos centímetros.