Bruja blanca, magia negra

—?Qué crees que estás haciendo? —pregunté, a pesar de que resultaba de lo más obvio—. No puedes tocar a Holly, y te puedo asegurar que Mia no va a ayudarte.

 

—A diferencia de ti, Morgan, a mí no me importa a?adir una peque?a mancha a mi alma —dijo con voz siniestra, frunciendo el ce?o para darme a entender que lo que quiera que hubiera en su varita, no era legal, por no hablar de que debía de ser tan desagradable que a él mismo le producía cierto rechazo.

 

?La se?ora Harbor va a subir esas escaleras y entregarle la ni?a a quien yo diga. —En ese momento le dedicó una desagradable sonrisa a la furiosa banshee, que tenía uno de sus tacones junto al borde del profundo escalón.

 

—Y tú saldrás de aquí con los bolsillos bien llenos, ?verdad? —dije, retrocediendo para poder apuntar mejor hacia él—. Los hechizos de sometimiento son muy desagradables, Tom. ?Le arrancaste tú mismo la lengua a la cabra o le pagaste a alguien para que lo hiciera?

 

Tom apretó la mandíbula, pero no se movió.

 

—?Qué decides, Mia? —dijo—. ?Vas a subir las escaleras voluntariamente o bajo los efectos del hechizo?

 

—?Maldito brujo bastardo! —le increpó, con la cabeza algo inclinada hacia delante para poder verlo por debajo de su pelo. Era la mirada de una depredadora, con los ojos negros y los músculos tensos. Bajó a la ni?a de sus brazos y retrocedí, apartándome de su camino. Ford, por su parte, hizo lo mismo—. No la conseguirás —dijo Mia, dejando también la linterna en el suelo. Con las manos libres, avanzó lentamente—. Esta ni?a me ha costado sangre, sudor y lágrimas.

 

?Oh, oh! Esto no pinta nada bien… Ajena a lo que estaba sucediendo, Holly comenzó a dar golpecitos en la zona del suelo iluminada por la linterna, fascinada por la sombra que creaba su manita regordeta, e intentando cogerla. Fue entonces cuando se puso de rodillas y empezó a gatear, persiguiendo las voces que retumbaban en las paredes. Miré hacia el desnivel. Se encontraba demasiado cerca para mi gusto.

 

—Mia… —le advertí, pero no me estaba escuchando.

 

Mia entrecerró los ojos y cambió de postura. Irguiendo la espalda y aumentando de estatura, se convirtió en una diosa agraviada, con un rostro hermoso y calmado, pero salvaje y sin piedad. Era una reina, alguien capaz de decidir quién vivía y quien moría, y sus ojos brillaban como trozos de carbón. ?Oh! Estaba muy, pero que muy cabreada.

 

—?Cuidado, Tom! —grité cuando Mia se abalanzó sobre él, con los dedos contraídos como si fueran terribles garras.

 

Tom la miró aterrorizado y Mia, sin apenas esforzarse, le arrebató la varita de un golpe.

 

—Vais a morir todos para alimentar a mi hija —dijo, pareciendo mucho más peque?a cuando se situó delante de él—. Y después seguiré absorbiendo vuestra vida durante el resto de la eternidad.

 

—?Detente, Mia! —grité, apuntándole con mi pistola—. No voy a permitir que lo mates. Pero tampoco dejaré que se lleve a tu hija. Déjalo en paz. Retrocede y encontraremos una solución. Te lo prometo.

 

Mia vaciló. Una de dos, o estaba reconsiderándolo, o elucubrando la manera de matarnos a todos a la vez.

 

—Lo digo muy en serio, Mia —insistí, y la mano con la que sujetaba a Tom empezó a temblar mientras una gota de sudor descendía por el rostro del brujo. Era consciente de lo cerca que se encontraba de la muerte, y no tenía muy claro si me tomaría la molestia de salvar su penoso culo o no. Honestamente, ni yo misma sabía por qué me preocupaba.

 

Holly soltó un chillido de satisfacción y, de golpe, dirigí la mirada hacia ella. El miedo se apoderó de mí y a punto estuve de echar a correr. Ajena a la rabia de los adultos e inmune a ella por culpa de su historia personal, la ni?a jugueteaba con la cambiante luz, caminando con paso inseguro, hipnotizada por las sombras que proyectábamos sobre la pared curvada del túnel. Se encontraba al borde del foso. Balanceándose, comenzó un inquietante balbuceo, y el rostro de Mia parecía dividido por la indecisión. Si se movía, Tom se apresuraría a recuperar su varita, y si no lo hacía, su ni?a se precipitaría.

 

—?Ford! ?No! —grité cuando lo vi lanzarse a por la peque?a ni?a, vestida con su bonito mono rosa.

 

—?Ya te tengo! —exhaló justo en el momento en que ella tropezaba, agarrándola. Ambos aterrizaron en el frío suelo mientras Ford dejaba escapar un resoplido. Holly cayó con fuerza sobre el pecho del psiquiatra, pero Ford la tenía agarrada.

 

—?Oh, Dios… Ford! —dije, respirando aliviada cuando la ni?a levantó la vista y se le quedó mirando, sonriéndole del mismo modo que me había sonreído a mí… justo antes de arrebatarme el aura y succionarme el alma. No podía moverme. Si lo hacía, Mia nos mataría a todos.