Bruja blanca, magia negra

—Ya lo está haciendo —dijo el psiquiatra, con el rostro contraído por la emoción. Entonces, intentando adoptar una expresión algo más calmada, a?adió—: Se está alimentando de todo lo que encuentra en mi interior, excepto de lo que realmente me pertenece. En este momento los únicos sentimientos de mi mente son los míos propios. Y déjame decirte una cosa, Mia: eres una criminal. Ayudaste a construir nuestra sociedad y tendrás que regirte por nuestras normas.

 

—?No! —bramó, arremetiendo contra él. Al caer, el rojo destello de la linterna me deslumbró. De pronto lo vi todo de color gris, mientras el intenso dolor de cabeza casi me hizo perder el conocimiento. O eso o la luz se había roto. Gimiendo, escuché la suave explosión de mi pistola de pintura y el ruido seco de algo al caer al suelo.

 

—Tranquila —oí susurrar a Ford con un tono de voz tan agudo que supuse que estaba hablando con Holly—. Tu mamá se encuentra bien, pero va a dormir durante un buen rato. Y la podrás ver todos los días, Holly. Te lo prometo. Quédate aquí con ella. Vuelvo enseguida.

 

No podía respirar. Sentía un dolor inmenso en el pecho.

 

—Rachel, ?te encuentras bien? —preguntó Ford, con voz angustiada. Sentí que me daba la vuelta y levantaba mi cabeza del frío cemento. Sus masculinos dedos recorrieron mi rostro, pero no sabía muy bien si tenía los ojos abiertos o cerrados. Sentía tanto frío y temblaba con tal violencia que el dolor se hacía aún más intenso.

 

El polvo de sus manos se convirtió en una húmeda arenilla cuando me enjugó las lágrimas, y el olor a cemento aumentó hasta filtrarse a través de mis pensamientos, mezclándose con mi dolor y formando un lodo acuoso de confusión. Respiré, sin saber si me encontraba en mi pasado o en mi presente. Estaba perdiendo el conocimiento. Sentía que todo se cerraba. La luz había desaparecido y no veía nada. Pero alguien me sujetaba, y olía a cemento húmedo.

 

—?Kisten? —pregunté, obligando a mis pulmones a funcionar. Alguien en el barco de Kisten olía así. A cemento viejo y abandonado. Me resistí y él me apretó con más fuerza, sujetándome las mu?ecas cuando intenté luchar contra él—. ?Tenemos que irnos! —sollocé, pero él se limitó a presionarme contra su pecho mientras gritaba conmigo, pidiéndome que recordara, diciéndome que me tenía y que no iba a permitir que recordara sola. Que me traería de vuelta.

 

El hedor a cemento me invadió, activando en mí un recuerdo. Penetraba dolorosamente en mi interior, arrastrado por el olor a piedra húmeda y a polvo. Y en ese momento, me entró el pánico.

 

?Tenemos que salir corriendo! El vampiro está a punto de llegar y tenemos que marcharnos de inmediato. Forcejeé para zafarme de Kisten pero él me agarró con fuerza, mezclando su voz con mi frustración mientras me enjugaba las lágrimas. Entonces di un respingo cuando afloró un recuerdo. Kisten me enjugó las lágrimas. No quiso marcharse de allí conmigo y después fue demasiado tarde.

 

No conseguía pensar, con aquel maldito polvo apelmazándome el cerebro, mezclando mi pasado y mi presente. No conseguía… pensar. ?Estaba allí o en el barco de Kisten? Había estado llorando. Había intentado salvarlo y él me había amado. Pero aquello no había cambiado nada. Había muerto igualmente. Y yo estaba sola.

 

No estás sola, oí retumbar en mi mente. Vete. Yo te traeré de vuelta.

 

Las mejillas se me llenaron de lágrimas, incluso mientras luchaba en vano, y mi mente se rebeló, dejándome caer en un recuerdo perdido durante un breve instante, desencadenado por el olor a polvo, la sensación de dolor y el sentimiento de amor convertido en el sufrimiento del sacrificio.

 

El corazón me latió fuertemente y cerré los ojos, cayendo.

 

 

 

 

 

31.

 

 

—?Hijo de puta! —grité, llena de rabia y frustración, enjugándome las lágrimas de impotencia y temblando por la adrenalina mientras me enfrentaba a Kisten, que me miraba con expresión afligida porque lo había encontrado en aquel minúsculo remanso de agua del río Ohio—. ?No me importa lo que digan las leyes vampíricas, tú no eres ninguna caja de caramelos! Tengo todo lo que necesito. Mi coche está en el aparcamiento, así que ?ponte el hechizo de disfraz y salgamos de aquí de una maldita vez!

 

Kisten se limitó a sonreírme con sus ojos azul claro y a pasarme una mano temblorosa por el párpado inferior que me dejó el frío aliento de la piel muerta.

 

—No, amor mío —dijo, con una voz que carecía por completo de su falso acento—. No puedo vivir al margen de las normas de mi sociedad. No quiero. Preferiría morir entre ellas. Siento mucho que me consideres un imbécil.

 

—?Te estás comportando como un estúpido! —grité, dando un fuerte golpe con el pie en el suelo. ?Dios! Si hubiera sido más fuerte, lo habría dejado fuera de combate y me lo habría llevado a rastras—. ?No hay ninguna razón para que lo hagas!