Bruja blanca, magia negra

—Te daré mi teléfono. Ivy probablemente llamará apenas llegue la AFI. Avísame y diles que no irrumpan en el local, ?de acuerdo?

 

—Eso puede hacerlo Jenks —respondió, de mala gana.

 

Me llevé una mano a la frente, sintiendo que empezaba a dolerme la cabeza.

 

—Si mi instinto no me enga?a, ese horrible tipo de allí se va a poner hecho un energúmeno mucho antes de que llegue la AFI. Voy a necesitar vuestra ayuda y, cuando llegue el momento, podrás dar salida a toda tu testosterona. Entretanto, Jenks puede ponerte al corriente de lo que Remus ha estado haciendo en los últimos veinte a?os para que no te cagues en los pantalones, ?de acuerdo?

 

Seguidamente le entregué el móvil y, cuando me lanzó una mirada burlona, Jenks pareció recuperarse un poco y chasqueó las alas.

 

—De acuerdo —accedió el pixie, volando con dificultad hasta el receloso brujo, y tras echarle un vistazo, aterrizó en su hombro y le indicó que debían empezar por la parte delantera.

 

Dos menos, pensé mirando a Al. El rostro del demonio se iluminó.

 

—Anda Al, sé un buen chico y siéntate en la primera mesa que libere Pierce.

 

—Prefiero estar más cerca —dijo, mirando por encima de sus gafas a la pareja sentada a la mesa más próxima. Ellos se pusieron en pie a toda prisa arrastrando las sillas y, apenas salieron disparados por la puerta, Al tomó asiento, colocándose la levita con sumo cuidado.

 

De acuerdo. Ha llegado la hora de ganarse el sueldo, pensé, exhalando con fuerza. Me tomé un segundo para desabrocharme otro botón del abrigo y sentir el reconfortante peso de la pistola de pintura en mi bolso mientras me acercaba a Ford, Mia y Remus. Ivy probablemente le diría a Edden que fuera discreto, pero no me hubiera extra?ado que, en su afán por capturarla, se presentara con seis coches patrulla con las luces encendidas y las sirenas a todo volumen.

 

Si Mia no se comportaba como era debido, aquello iba a acabar en menos que canta un gallo. Había intentado matarme en dos ocasiones y, aunque sabía que debía estar preocupada cuando saludé quedamente a Ford y me senté en la silla que me sujetaba, lo único que sentía era un profundo cansancio. El hecho de que Edden hubiera conseguido una orden de arresto y pudiera dispararles era un consuelo. Mientras quitaba la tapa del café y daba un primer sorbo, sentí que todos tenían los ojos puestos en mí. Una vez la ardiente y potente bebida me bajó por la garganta, mis hombros se relajaron. Con tan solo un peque?o esfuerzo podía ver tanto la puerta como el mostrador.

 

Una de dos, o Mia pensaba sacrificar a Remus y prometer que sería buena, o aquello era un complot para verme muerta, pero no creía que Ford estuviera interpretando erróneamente la situación. La campanilla de la puerta sonó de nuevo cuando una pareja se marchó mirando hacia atrás con expresión aterrorizada, y Jenks me miró con los pulgares levantados. Aquello estaba buenísimo, e intenté tomar buena nota de lo que era por si sobrevivía. ?Latte italiano con frambuesa?

 

Alcé la vista por encima del borde del vaso de papel. Cuando apartó la vista de mí para mirar a Al, la expresión de Remus era una mezcla de miedo y rabia; una combinación ciertamente peligrosa. Mia, sin embargo, irradiaba una inquietante seguridad mientras sostenía en sus brazos a Holly, que dormía con su mono de nieve rosa. Nadie hubiera dicho que los buscaban por agresión y posible homicidio. Iba a entregar a su marido a cambio de la libertad. Lo sabía. ?Qué sabía ella del amor?

 

—Mia —dije, al ver que nadie abría la boca—. ?Has sido tú la que ha iniciado el fuego?

 

—No —respondió en voz baja, para evitar que la ni?a se despertara, y Holly movió las manos en sue?os. Mia me miraba fijamente, intentando impresionarme con lo que ya creía que era la verdad—. Ha sido la Walker. Intenta que mi propia ciudad se vuelva en mi contra. Te dije que tenía la sutileza de un tronco cayendo en el bosque. —Había alzado la voz, y sus palabras estaban sorprendentemente cargadas de odio—. Quiere a Holly.

 

Mia se aferró a su hija, y la ni?a se revolvió para adoptar una postura más cómoda, moviendo los labios como si estuviera succionando. Remus cerró los pu?os, y cuando se dio cuenta de que me había fijado en sus potentes manos, las apartó de mi vista.

 

Puse las mías debajo de la mesa y, sin mover los codos, saqué mi pistola de pintura y me la coloqué sobre las rodillas.

 

—No he pensado en ningún momento que fueras tú —dije, intentando que se relajaran—. Estoy intentando detener a la se?ora Walker, Mia, pero te han visto cerca del fuego. La AFI no va a volver a saltarse sus propias normas para ayudarte. Tienes que entregarte. Alguien va a resultar herido. Como, por ejemplo, yo.

 

Remus se puso en pie y el corazón me dio un vuelco.