Yo eché un vistazo a la parte de atrás y luego a la delantera.
—En Junior′s, ?verdad? —dije secamente, volviendo en redondo. Pierce estiró el brazo para apoyarse en el salpicadero mientras su alargado rostro se volvía completamente blanco, pero Al no se movió ni un milímetro, tieso como un palo en el centro de mi peque?o asiento trasero. El coche se balanceó violentamente, hasta recuperar la estabilidad justo en el momento en que se escuchaba el claxon de otro coche—. Eso está fuera del cerco que ha levantado Edden, ?verdad? —pregunté—. ?Cómo lo hace? ?Esa mujer debe tener un don especial con las fuerzas de seguridad! ?Le importaría dejarme pasar? No soy la banshee que están buscando.
Jenks ense?ó a Pierce a llamar a Ivy para que informara a la AFI mientras yo cruzaba de nuevo el puente y me dirigía de vuelta al centro de Cincy. Tenía serias dudas de que Mia quisiera rendirse. Lo más probable es que tuviera en mente sacrificar a Remus para librarse de los problemas y mi tensión aumentó apenas llegamos a Junior′s. Estaba hasta los topes, pero Al hizo algo que implicaba unas palabras en latín y un gesto similar al que yo misma solía hacerles a los conductores que me cortaban el paso en la calle Vine, y el Buick que estaba a punto de aparcar en el último hueco cambió de opinión. El pulso se me aceleró cuando divisé el coche gris de Ford tres vehículos más adelante. Ivy. Tal vez debíamos esperar a Ivy y a la AFI, pero podía ser demasiado tarde.
—Vosotros dos quedaos en el coche —dije mientras Jenks se sumergía en mi bolso y cerré la cremallera. Ni siquiera vi salir al demonio del coche. Acababa de agarrar el bolso y de cerrar la puerta cuando, de pronto, me lo encontré allí, a una distancia demasiado corta. Las luces de seguridad iluminaron sus cabellos, cuidadosamente repeinados y con marcados surcos, su mandíbula apretada y sus ojos demoníacos, que casi relucían en la tenue luz. No dijo ni una palabra. Estaba esperando. Desde el otro lado del coche, Pierce salió y me lanzó una mirada de preocupación.
—Os invito a un café —dije, amonestando a Al—. Después os quitaréis de en medio.
Acto seguido, Pierce me agarró del codo y yo me alejé arrastrando los tacones. No oí a Al siguiéndonos, pero estaba ahí.
La puerta nos dio la bienvenida con el sonido de una campanilla, y los cuatro entramos en el local, yo con mi vestimenta propia del restaurante de Carew Tower, Al con su habitual traje de terciopelo y encaje, Pierce con los vaqueros y el abrigo robado, y Jenks en el interior de mi bolso. A pesar de todo, no se nos quedó mirando tanta gente como habría cabido esperar. Era A?o Nuevo, y la gente iba vestida de la forma más variopinta. Junior′s no estaba demasiado lejos de Fountain Square y el lugar estaba abarrotado; los clientes hablaban a toda velocidad, alterados a causa del fuego del centro y de los controles policiales. Si Mia se encontraba allí, estaba convencida de que estaría empapándose de la exaltación.
—Rachel, si me concedieras un momento…
—Ahora no, Pierce —dije mientras dejaba salir a Jenks. El pixie se elevó, sin despedir ni una mota de polvo, y voló pesadamente hasta la lámpara más cercana, donde se apalancó junto a la caliente bombilla. Desde allí me hizo un gesto con los pulgares hacia arriba pero, cuando apoyó los codos en las rodillas y se encorvó, me di cuenta de que lo estaba pasando fatal. Hasta que no llegara la AFI, me encontraba completamente sola. O peor aún, me tocaba hacerle de ni?era a Al.
Mientras esperaba en la cola, me metí los guantes en los bolsillos y escruté el suelo. De pronto un subidón de adrenalina me recorrió de la cabeza a los pies cuando divisé a Mia justo en el centro del local, con Remus a un lado y Ford al otro. Tenía a Holly descansando en su regazo, con los ojos cerrados y cara de no haber roto un plato. Entonces mi mirada se cruzó con la de Ford, que me hizo un gesto con la barbilla y se levantó para buscarme una silla. Sin embargo, la mesa me pareció demasiado peque?a para hablar con dos asesinos en serie.
Pierce me rozó el brazo con la mano y di un respingo.
—Mi adorada bruja…
—?No me llames así! —mascullé, consciente de que estábamos rodeados. Había demasiada gente allí. Alguien iba a resultar herido.
—Rachel, he de admitir que mi aspecto en este momento no es, precisamente, gallardo, pero me gustaría prestarte mi ayuda.