Bruja blanca, magia negra

—Soy yo la que está conduciendo —mascullé, mirando a Jenks con expresión de disculpa. Con estos estúpidos tacones, tengo los dedos de los pies congelados. ?En qué demonios estaba pensando?

 

—Sí, pero no lo estás haciendo como deberías —protestó el demonio con mejor humor del que me hubiera gustado. No me había puesto ninguna objeción cuando le pedí que se sentara en los asientos traseros, pero quizás era porque así podía vigilar mejor a Pierce. Francamente, no parecía que fuera a hacerme ningún da?o. Incluso en aquel momento, cuando lo miré, su expresión frustrada se transformó en una impaciente esperanza.

 

—Mi adorada bruja… —empezó a decir cuando nuestras miradas se cruzaron. Justo en ese preciso instante, mi móvil empezó a vibrar, sin hacer apenas ruido.

 

—?Acaso sabrías contestar? —le pregunté, dándole un manotazo a Al cuando intentó coger mi bolso. El demonio volvía a tener su aspecto habitual, y mis dedos no hicieron ningún sonido cuando golpearon la gruesa mano de Al, que estaba cubierta por sus habituales guantes blancos.

 

La luz cambió, y ralenticé la marcha para conducir con cuidado debido a las placas de hielo que se acumulaban cerca del puente.

 

—Ya le ayudo yo —se ofreció Jenks, descendiendo hasta el interior de mi bolso—. Estoy seguro de que has visto a Rachel usarlo, ?no? —dijo con sarcasmo dirigiéndose a Pierce—. Llevas un a?o espiándonos.

 

Pierce frunció el ce?o mientras sacaba el delgado móvil rosa de mi bolso.

 

—No me parece que el artilugio sea para tanto —dijo, indignado—. Y no he estado espiándoos. Rachel, si me permitieras explicarme…

 

—Limítate a levantar la tapa, ?de acuerdo? —dijo Jenks, y yo le miré con el ce?o fruncido para pedirle que fuera algo más amable.

 

El olor a ámbar quemado se hizo más intenso cuando Al apoyó la parte inferior de los antebrazos en los dos asientos para formar un puente sobre el que apoyar la cabeza.

 

—?Puedo usar tu teléfono cuando hayas acabado? —preguntó con dulzura.

 

En aquel momento me pregunté qué sucedería si volvía a pisar el freno a fondo.

 

—No. Y siéntate como es debido o nos pararán para hacerme un control de alcoholemia.

 

—Menudo rollo —dijo con una sonrisa estúpida, dejándose caer sobre el respaldo.

 

Respiré algo más aliviada, deseando que Pierce se limitara a marcharse para volver a casa y fingir que aquel día nunca había existido. Qué desperdicio.

 

Desde el asiento trasero se escuchó la voz de Al, tarareando la sintonía de Jeopardy, hasta que Pierce encontró la juntura y, tras pelear un rato con él, acertó a abrir el móvil. Con movimientos indecisos, hizo amago de llevárselo al oído, deteniéndose cuando Jenks se situó delante con los brazos en jarras y ladró:

 

—?Aquí el secretario de Rachel! En este momento la muy huevona no puede atenderle. ?Quiere que le deje un mensaje?

 

—?Jenks! —me quejé. Al se rió disimuladamente y Pierce parecía consternado, sin embargo, Jenks, el único que podía escuchar a quienquiera que se encontrara al otro lado del teléfono, se puso serio.

 

—?Dónde? —preguntó. Un mal presentimiento se apoderó de mí, provocándome un escalofrío a pesar de que la calefacción estaba al máximo y haciendo que el pelo me cosquilleara en el rostro. Desde la parte posterior me llegó una sobrenatural risita de satisfacción. Lo único que conseguía ver a través del retrovisor era una sombra oscura y unos ojos rojos con las pupilas horizontales. El miedo me recorrió de arriba abajo. Mierda. Llevo un demonio en el asiento trasero. ?A qué estoy jugando?

 

—Así me gusta, bruja —dijo Al con una voz que provenía de la nada, y yo reprimí un estremecimiento—. Estás empezando a entrar en razón.

 

—Se lo diré —dijo Jenks, antes de darle una patada al botón para interrumpir la llamada. Di un respingo cuando Pierce cerró el teléfono de golpe y enderecé el coche volviendo al carril de la derecha al escuchar el sonido de un claxon.

 

Jenks alzó el vuelo, con un aspecto misteriosamente oscuro en el frío coche, sin despedir ni el más mínimo rastro de polvo.

 

—Era Ford —respondió, pillándome por sorpresa. Suponía que se trataría de Edden, o tal vez de Glenn—. Está en una cafetería del centro con Mia. Quiere hablar contigo, creo que la se?ora Walker le ha dado un buen susto.

 

?Oh, Dios! Ya empezamos.

 

—?Dónde? —pregunté, sintiendo que la tensión empezaba a acumulárseme en la garganta. Ivy. Tenía que llamar a Ivy.

 

Jenks se echó a reír, inundando el coche con el sonido de un amargo carillón.

 

—No te lo vas a creer —dijo.