Bruja blanca, magia negra

De pronto todos empezaron a discutir e Ivy aprovechó para abandonar el círculo y acercarse hasta donde nos encontrábamos. Entonces, tras hacerle un gesto con la cabeza a Al, me sonrió distraídamente.

 

—Ha funcionado —dijo—. Bien. Me alegro por ti, Rachel. Bienvenido a la caótica vida de Rachel, Pierce. Las próximas horas prometen ser muy divertidas.

 

Sacudí la cabeza, pero antes de que pudiera responder, Al le agarró la mano y besó la parte superior de su guante negro.

 

—Tu bienvenida significa más para mí, Ivy Alisha Tamwood, que un millar de almas. Ver trabajar a Rachel es un prodigio de catástrofes encadenadas.

 

Aquello resultó algo insultante.

 

—Este no es Pierce —dije quedamente—. Es Al. Pierce está en la fuente.

 

Ivy retiró la mano de golpe, obligándole a soltarla. Glenn oyó la respuesta, al igual que la mayoría de los agentes, pero era el único que sabía quién era Al. Entonces interrumpió sus instrucciones a mitad de una frase y yo me encogí de hombros para darle a entender que la captura de almas de la AFI no estaba en su orden del día. Edden lo miró con expresión interrogante y Glenn se quedó callado un momento hasta que recordó lo que estaba diciendo y luego continuó, colocándose de manera que pudiera tener a Al bajo control. El demonio resopló cuando el precavido agente se desabrochó la funda de la pistola. El gesto tampoco les pasó desapercibido a los demás oficiales, e Ivy dividió su atención entre Al y Pierce, que en aquel momento contemplaba los camiones de bomberos con la boca abierta.

 

Algo no me cuadraba y paseé la mirada por la plaza negándome a creer que Mia hubiera estado allí. Podía entender que hubiera matado a un hombre para alimentar a su hija, pero hasta aquel momento siempre se había concentrado en individuos, no en grupos de personas. Incluso aunque hubiera creído que era responsable de aquello, la lógica me decía que no era así.

 

Justo en el momento en que su hijo adoptaba un tono autoritario, Edden se separó del grupo de agentes de la AFI y, mirando a Al con severidad, se acercó a nosotros.

 

—Rachel, lo siento —dijo dirigiendo la vista hacia mí—. Estoy haciendo lo mejor para la ni?a, dentro de los límites que marca la ley, pero no puedo jugarme el cuello por Mia. No después de esto.

 

Me quedé allí de pie, temblando. Tenía demasiado frío para protestar. Glenn estaba dando una última orden, y los agentes le miraban con gesto sombrío.

 

—Buscad a cualquiera con una ni?a peque?a, probablemente a una mujer, pero también podría ser un hombre, o un hombre y una mujer juntos —estaba diciendo—. No debería haber muchos bebés por aquí.

 

Ivy tenía la cadera ladeada.

 

—Mia no inició el fuego —intervino con aspereza.

 

—?Más vibraciones vampíricas? —se mofó Edden, provocando una risita burlona de Al.

 

—Hay más de una banshee en esta ciudad —continuó Ivy—. Yo la he visto. Era una mujer alta, con el pelo largo y aspecto intimidatorio. Iba vestida como si debiera ir rodeada de un montón de guardaespaldas. No tenía rasgos asiáticos, sino más bien amerindios. La mayoría de la gente la habría definido como hispana.

 

?Amerindia?, pensé, e inmediatamente me vino a la memoria el almuerzo del día anterior en el último piso de Carew Tower.

 

—Esa es la se?ora Walker —dije sintiendo que el pulso se me aceleraba—. Edden, es posible que Mia haya estado aquí, pero también la Walker, lo que hace que la cosa cobre sentido. Aquí no dispone de sus presas habituales, de manera que se alimenta donde buenamente puede, y solivianta a las masas para hacerse más fuerte.

 

El rostro de Edden mostraba una expresión reflexiva, pero hizo un gesto con la mano a Glenn para que pusiera a sus hombres en marcha; estos, coreando palabras de confirmación, se dispersaron. Se produjo un vacío que hizo que bajara la temperatura.

 

—Por supuesto que la se?ora Walker ha estado aquí —admitió con voz ronca, aunque percibí un atisbo de duda en ella—. Está siguiéndole la pista a Mia. Lo extra?o hubiera sido que no estuviera.

 

Ivy suspiró y dejó descansar el peso del cuerpo en la otra pierna, pero yo fui mucho más directa.

 

—?Maldita sea, Edden! —grité—. ?Por qué eres tan cabezota? ?Estás tan obnubilado por esa mujer que no consigues ver las cosas con perspectiva?

 

Los pocos agentes de la AFI que se encontraban lo suficientemente cerca como para oírme se giraron de golpe, y Glenn nos miró con los ojos como platos. De pronto me puse nerviosa y el achaparrado capitán hizo todo lo posible por relajar la mandíbula.

 

—?Y tú eres tan estúpida y tienes el corazón tan dolido que tampoco logras hacer lo mismo? —me respondió con un ladrido.