Bruja blanca, magia negra

—Rachel —susurró—. ?No es ese el departamento que te excluyó? —Cuando vio que asentía con la cabeza, a?adió—: Tal vez podría conseguir que te retiraran la exclusión.

 

Reflexioné sobre lo que acababa de decir. Que lo hubieran enterrado en terreno no consagrado y que hubiera pactado con demonios no decía mucho en su favor, pero había trabajado para el departamento de la ética y la Moral. En cierto modo, eran como la SI. Una vez que entrabas a formar parte de él, te convertías en miembro vitalicio. No podías retirarte, pero podías morir.

 

Trent le estrechó la mano. Parecía gratamente impresionado.

 

—?Ah! Yo soy Trent Kalamack. Director ejecutivo de…

 

Pierce retiró la mano de golpe y se puso rígido.

 

—Industrias Kalamack —dijo, con el gesto torcido, limpiándose la mano en los pantalones—. Conocí a tu padre.

 

—?No puedo creerlo! —dije, situándome en un lugar en el que podía verlos a los dos.

 

El rostro de Al se iluminó.

 

—Es increíble la gente que puedes llegar a conocer en un ascensor —dijo.

 

Trent se me quedó mirando.

 

—Dispones de un hechizo para resucitar a los muertos. Y es blanco —constató el elfo.

 

Tomé aire para responder y Al nos interrumpió con delicadeza.

 

—Y está en venta, a un módico precio por haber sido realizado por una aprendiz. Eso sí, sin garantía. Tengo dos aquí mismo —dijo, dándose unas palmaditas en el bolsillo—. Es temporal. La maldición para darles un cuerpo permanente es muchísimo más complicada. Se necesita que muera alguien, ?sabes? Imagino que eso la convierte en magia negra, pero a ti no parece preocuparte matar gente para conseguir tus propios fines, ?no es así, Trenton Aloysius Kalamack? —preguntó con una sonrisa tonta—. Me llama la atención que acuses a mi discípula de ser una bruja negra cuando tú matas para obtener beneficios, sin embargo ella… —En ese momento vaciló, fingiendo quedarse pensativo—. ?Vaya! Ahora que lo pienso, nunca ha matado a nadie que no se lo pidiera de antemano. ?Te lo puedes creer?

 

Trent se ruborizó.

 

—Yo no mato para obtener beneficios.

 

—No —masculló Pierce desde el rincón—. Si te pareces a tu padre, lo haces en aras del progreso.

 

En ese momento, todos nos volvimos hacia Pierce. Justo entonces sonó la campanilla del ascensor y, al abrirse las puertas, hubo algo que distrajo nuestra atención.

 

—?Espléndido! ?Un fuego! —exclamó Al alegremente, saliendo del cubículo a grandes zancadas y dirigiéndose hacia la multitud que se agolpaba en el vestíbulo. Lo primero que percibí fue el olor a humo, y salí tras Al a toda prisa. No quería perderlo de vista bajo ningún concepto. Las conversaciones en voz alta de los invitados vestidos de esmoquin y trajes de noche se mezclaban con las de algunos grupos en vaqueros y cazadoras que habían entrado en busca de un poco de calor, pero que todavía no estaban preparados para volver a casa. O quizás no podían porque las calles estaban cortadas.

 

Intentando vigilar tanto a Al como a Pierce, me acerqué al guardarropa. La mano de Pierce se posó sobre mi brazo mientras le tendía el recibo al encargado y, volviéndome hacia él bruscamente, tuve que reprimir mis deseos de darle un guantazo.

 

—Te conviene mantenerte alejada de ese, mi adorada bruja. Su padre era la personificación del mal —me advirtió el brujo, con los ojos puestos en Trent.

 

—?En serio?

 

?A quién debo creer? ?A un fantasma o a mi padre? Mi padre era un buen hombre, ?no? Nunca habría trabajado para la personificación del mal. ?Verdad?

 

Confundida, agarré mi abrigo y escruté la multitud en busca de la levita de terciopelo de Al. Divisé a Quen y me encogí ligeramente de hombros para indicarle que todo iba bien, con la esperanza de evitar que entrara en el ?modo batalla? cuando viera al demonio que, en una ocasión, le había dado una paliza a su jefe.

 

Trent intentaba abrirse paso hasta Quen, aunque lentamente, por culpa de las personas que lo reconocían y se empe?aban en saludarlo. Le se?alé el lugar exacto en el que se encontraba, y el servicial guardaespaldas se puso en marcha con el abrigo de su patrón colgado del brazo.

 

Finalmente divisé a Al junto a las puertas, ligoteando con un par de gemelas que llevaban gorritos de bebé para festejar el A?o Nuevo, y abrí la cremallera del bolso.

 

—?Dentro, Jenks! —sugerí mientras me dirigía a rescatar a las gemelas, y el pixie obedeció. Tenía frío, y probablemente estaba deseando sentarse en el calentador. Sabía que odiaba verse obligado a esconderse de aquel modo, pero no tenía más remedio, y, mientras cerraba la cremallera, me prometí tratarlo con delicadeza durante el resto de la noche.

 

Conforme avanzábamos, empecé a ponerme el abrigo, sacudiéndome de encima a Pierce cuando intentó echarme una mano.