Bruja blanca, magia negra

—Este no cuenta —dijo Al—. No es retroactivo.

 

—?Por el amor de Dios! ?Esto se está convirtiendo en una adicción! —exclamé, pero al ver que había conseguido llevarlo hasta ese punto, y que Pierce y él parecían tener un acuerdo, asentí con la cabeza—. Dilo —insistí.

 

Pierce se estaba alejando de Al, pero al demonio no le pasó desapercibida la jugada y tiró de él con fuerza.

 

—Accedo a no raptar, hacer da?o, ni asustar a la gente que está contigo y tampoco utilizaré nuestra relación para causar problemas. Eres peor que mi madre, Rachel.

 

—Y que la mía —farfulló Jenks.

 

—Gracias —respondí formalmente. En mi interior estaba temblando. Lo había conseguido. ?Maldita sea! ?Lo había conseguido! Y no me había costado ni mi alma, ni una marca, ni nada. ?Aleluya! ?Se me puede ense?ar!

 

Al apartó a Pierce de un empujón y se acercó a mí. Me puse tensa y después me relajé y aparté la pistola. Podía percibir el olor a ámbar quemado que despedía, y Jenks retrocedió en el aire, con la espada en ristre, como si estuviera a punto de lanzarla. Me quedé inmóvil, aturdida, y Al se me aproximó sigilosamente; juntos nos quedamos mirando a Pierce, nervioso por el examen riguroso al que lo estábamos sometiendo.

 

—Si le das un cuerpo —dijo como quien no quiere la cosa—, lo mataré.

 

Miré a Al. Su mirada había perdido la extra?eza, y aquello me asustó.

 

—Desconozco el hechizo —respondí de manera insulsa.

 

Al apretó la mandíbula y luego la relajó.

 

—Antes o después intentará matarte, Rachel. Deja que te ahorre la molestia de pagarle con la misma moneda.

 

Cansada, empecé a recoger mis cosas. La botella vacía, el crisol, la aguja usada… Las manos me temblaban, y cerré los pu?os.

 

—Pierce no me va a matar.

 

—?Y tanto que sí! —respondieron Al y Jenks, a coro.

 

—Cuéntale lo que eres, bruja piruja —a?adió Al después de echar una mirada recelosa al pixie—. Verás lo que pasa.

 

Pierce se había pasado casi un a?o en la iglesia. Me parecía bastante improbable que no supiera lo que era. Tan solo habían pasado unos minutos de la medianoche, pero estaba lista para volver a casa.

 

—?Por qué no te marchas antes de que alguien te reconozca? —dije mientras Jenks aterrizaba en mi hombro. La adrenalina había desaparecido, y empezaba a tener frío con mi vestidito negro de cóctel. Miré a mi alrededor, pero, a excepción de las dos botellas de poción que seguían en la repisa, no había nada que me perteneciera sino Pierce, que estaba de pie, estoicamente, junto a la ventana, intentando no parecer ingenuo mientras observaba las calles de Cincinnati llenas de gente celebrando el A?o Nuevo—. Ya tengo suficiente con que me hayan excluido. Gracias a ti —concluí.

 

El demonio esbozó una bonita sonrisa y, mirándome por encima de los cristales ahumados de sus gafas, dijo:

 

—?Marcharme? ?Pero si hace una noche maravillosa!

 

Sin perder la sonrisa, caminó hasta la ventana y agarró mis botellas para pociones. Yo extendí la mano para que me las entregara cuando las levantó y las acercó a la luz, gui?ando los ojos.

 

—?Has preparado más de una poción de sustancia? —preguntó. Al ver que no decía nada, destapó una de ellas y olfateó el contenido—. ?Bonita presentación! —murmuró, justo antes de metérsela en uno de los bolsillos de la chaqueta.

 

—?Eh! ?Eso es mío! —protesté, despertando de golpe de mi complacencia. Jenks despegó de mi hombro, pero Pierce me lanzó una mirada de desprecio, como si pensara que debería haberlo sabido y que estaba comportándome como una imbécil.

 

Al me ignoró mientras yo permanecía allí de pie, con los brazos cruzados y expresión malhumorada, enfundada en un vestido que quitaba el hipo bajo el restaurante más prestigioso de Cincinnati.

 

—Ni hablar. Son mías —dijo finalmente—. Eres mi discípula y puedo reclamar todo lo que prepares.

 

Di un respingo al descubrir que tenía a Pierce justo detrás. él me miró con expresión sentida e, intentando cogerme las manos, dijo:

 

—Rachel, me gustaría que habláramos. Mi corazón se muere por tener unas palabras contigo.

 

—Sí, ya me imagino —respondí secamente, retirando las manos—. ?Por qué no te largas? A ver si Al se decide a seguirte, necesito que me dejéis en paz de una maldita vez.

 

—Admito que todo esto te pueda parecer muy sospechoso —reconoció—, y cualquiera en tu situación estaría enfurecido, pero tú misma has tenido que tratar con las criaturas demoníacas en más de una ocasión. Dispongo de tiempo hasta el amanecer para convencerte de mi honorabilidad. —En ese momento miró a Al—. Accediste a no raptar a nadie. Tengo hasta la salida del sol.

 

Al realizó un gesto grandilocuente.

 

—?Si no hay más remedio! Pero no pienso dejarte a solas con ella.

 

Alcé las cejas, e incluso Jenks emitió un peque?o ga?ido.