Bruja blanca, magia negra

Sin embargo Jenks estaba fascinado, yendo y viniendo desde donde estaba yo hasta la columna de humo, prácticamente invisible de no ser por la peque?a cantidad de polvo que despedía.

 

—?Ahí lo tienes! —dijo el pixie emocionado, y yo me coloqué detrás de una de las sillas. En algún momento durante la realización del hechizo, el polvo se utilizaba para proporcionarle a Pierce el material necesario para conferirle un cuerpo temporal. La neblina empezó a adquirir una silueta cada vez más humana en la débil luz ambiental. No sabía en qué condiciones me lo iba a encontrar. Existía la posibilidad de que, a aquellas alturas, Al le hubiera golpeado brutalmente. Por desgracia, iba a estar tan ocupada con Al que no iba a poder ayudarle.

 

—Apártate, Jenks —le pedí, y el pixie empezó a volar de nuevo de un lado a otro. La niebla empezaba a espesarse y Jenks soltó un improperio cuando la forma vaporosa pareció encoger y avanzar poco a poco. De pronto apareció Pierce, de espaldas a mí, con los pies desnudos sobre la moqueta y la cabeza casi rozando el techo. Como Dios lo trajo al mundo.

 

El brujo se volvió a la vez que se agarraba al respaldo para no caerse. Sus ojos recayeron sobre mí y soltó la silla, tambaleándose mientras intentaba cubrirse.

 

—?Por el amor del cielo! —exclamó, echando la cabeza hacia atrás para retirar la mara?a de pelo negro de su cara, con el rostro crispado por lo que parecía rabia—. ?Tendrías a bien decirme qué diablos estás haciendo, mi adorada bruja?

 

Jenks alzó el vuelo, con la espada desenvainada.

 

—?Será capullo! ?No eres más que un saco de huesos desagradecido!

 

—?Jenks! —grité inspirando profundamente en busca del más ligero atisbo de olor a demonio mientras me inclinaba sobre la silla para acercarle la ropa a Pierce. él la cogió con una mano y, lentamente, se bajó de la silla y se colocó de espaldas a mí mientras intentaba ponerse los pantalones.

 

Yo escudri?aba el oscuro y retumbante suelo buscando pruebas que me revelaran la presencia de un demonio, pero Jenks parecía más interesado en Pierce, sorprendiéndolo al colocarse justo delante de su rostro, despidiendo un montón de chispas brillantes.

 

—?Te estamos salvando el culo! ?Eso es lo que estamos haciendo! —le espetó—. ?Y en cristiano, la expresión más adecuada es ?joder?!

 

De pronto percibí un ligero olor a ámbar quemado y sentí un subidón de adrenalina, pero provenía de Pierce.

 

El fantasma estaba metiendo sus sólidas piernas en los pantalones sin preocuparse por los calzoncillos. A pesar de la oscuridad, era difícil no darse cuenta de lo atractivas que resultaban, con sus marcados músculos, que daban a entender que estaban acostumbradas a trabajar.

 

Como si hubiera notado mi mirada sobre él, se dio la vuelta, intentando subirse la cremallera.

 

—?Qué estás haciendo? —preguntó, claramente consternado—. Soy de la opinión de que mi rescate no es responsabilidad tuya.

 

Ni rastro de Al.

 

—Bueno es saberlo —dije, nerviosa—, porque dentro de unos tres segundos aparecerá Al y tendrás que preocuparte de tu propio culo. Yo voy a estar ocupada. Y ahora, ponte detrás de mí y mantente al margen, ?de acuerdo?

 

Pierce desistió de subirse la cremallera y agarró una camisa blanca del suelo.

 

—?Me has rescatado sin un plan? —dijo con su exótico acento del Viejo Mundo mientras introducía los brazos en las mangas y empezaba a abotonarse—. Este es un asunto tremendamente grave. Sin duda.

 

—Por supuesto que tengo un plan, pero rescatarte no era el propósito principal —repliqué, ofendida—, sino el catalizador. ?Ponte detrás de mí!

 

Pierce agarró los zapatos y se situó a saltitos detrás de mí mientras se ponía uno de ellos. Llevaba la camisa por fuera para taparse la bragueta abierta y, al igual que había hecho con los calzoncillos, pasó de ponerse los calcetines.

 

—Entonces, ?no me has rescatado?

 

—No exactamente.

 

—Te estaría muy agradecido si tuvieras a bien explicármelo —dijo, en un tono casi desilusionado. Una vez acabó de ponerse los zapatos, alzó la vista, mostrando una expresión en su rostro delgado y anguloso que daba a entender que se había llevado una decepción. En la penumbra, pude ver que estaba despeinado y que su estrecha barbilla no presentaba ni rastro de pelo. Aunque sus ojos azules parecían inocentes, sabía que detrás de ellos había una mente taimada, inteligente y perversa. Y me estaba mirando. ?Maldita sea! ?Para ya, Rachel!

 

—Lo siento, Pierce. ?Podemos discutirlo después de que me haya ocupado de Al?

 

él se irguió, quedando más o menos a mi altura.

 

—?Después? —inquirió.

 

En aquel momento eché un vistazo a la oscura sala, agarrando con fuerza mi pistola mientras empezaba a sudar.

 

—Al se negaba a hablar conmigo y pensé que la mejor manera de forzar la situación era apoderarme de ti sin que se diera cuenta. ?Quieres ponerte detrás de mí? No puedo interceptar líneas ni alzar círculos. Mi aura es demasiado delgada.

 

—?Piensas someter a un demonio con una aura delgada? Yo tampoco puedo comunicarme con siempre jamás. ?Has perdido el juicio?