Bruja blanca, magia negra

—?No se puede regular la intensidad? ?Me va a ver todo Cincinnati!

 

De inmediato se apagaron las luces y, antes de que pudiera ponerme de pie, las alas de Jenks zumbaban junto a mi oreja.

 

—No. Lo siento. ?Quieres que siga buscando?

 

Parpadeando para conseguir adaptar mis pupilas a la oscuridad, anduve a tientas hasta encontrar una silla encima de una mesa vuelta del revés.

 

—No. Entra suficiente luz del exterior —dije—. Lo haré junto a la ventana.

 

él se sacudió creando un peque?o círculo de luz y, tras colocar en él la silla, apoyé el bolso encima. A continuación instalé otra justo al lado y una tercera a un metro y medio de distancia.

 

—?Qué tal vamos de tiempo? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago mientras escarbaba en el bolso. Finalmente, mis ojos se adaptaron a la falta de luz.

 

Jenks aterrizó en el respaldo de la silla y me di cuenta de que el brocado de la tapicería era el mismo sobre el que me había sentado apenas un día antes.

 

—Faltan menos de dos minutos.

 

—?Por qué demonios tienen que ser tan puntillosos con estas cosas? —protesté dejando caer unos vaqueros en la silla que tenía al lado. De repente me asaltó el recuerdo de Pierce desnudo sobre la nieve ocho a?os antes e intenté deshacerme de él, mientras sacaba el resto de la ropa. Los zapatos me los había dado Ivy y olían a vampiro. Había preferido no hacer preguntas y me había limitado a darle las gracias. En lo alto de la pila coloqué mi pistola de pintura, a diferencia del crisol de piedra rojo y blanco de mi madre, que lo situé en la silla que tenía enfrente. Con el pulso acelerado, dispuse las tres botellas en la repisa de la ventana. Ya casi estamos.

 

Deslicé las manos por el vestido para secarme las palmas. A pesar del frío, estaba empezando a sudar y con aquel traje resultaría imposible disimularlo.

 

—De acuerdo. No puedo alzar un círculo protector, de manera que tendrás que mantenerte a salvo —dije a Jenks.

 

El pixie agitó las alas con tal fuerza que se volvieron casi invisibles.

 

—?Joder, Rachel! ?Ten un poco de piedad!

 

Dejé escapar un suspiro.

 

—Cuando Al aparezca, mantente lejos de su vista hasta que acceda a dejar en paz a todo aquel que esté conmigo, ?entendido?

 

Jenks se me quedó mirando.

 

—Claro. Como tú digas.

 

?Como si fuera a creérmelo!

 

—?Tiempo? —pregunté.

 

—Medio minuto.

 

Las botellas tintinearon cuando elegí una, y Jenks voló hasta la ventana y bajó la vista en dirección a Fountain Square mientras yo desenroscaba el tapón de cristal esmerilado y vertía el líquido en el crisol. El tintineo de la poción hizo regresar a Jenks, que se quedó suspendido de manera que la corriente de sus alas movía la superficie; entonces opinó:

 

—Por el olor, no me parece que funcione.

 

Su preocupación me hizo recordar los hechizos localizadores defectuosos.

 

—Tengo que invocarlo cuando todos se pongan a cantar.

 

—?Ah, vale! —Algo más tranquilo, iluminó el respaldo de la silla—. Y estará desnudo, ?no?

 

—Pues… sí.

 

Seguidamente sujeté la aguja de punción con el índice y el pulgar y aguardé. ?Dios! Esperaba de todo corazón que funcionara. Si conseguía que Al accediera, sería la primera vez que conseguía algo de él sin tener que prescindir a una parte de mi alma.

 

Desde arriba, se oía el débil susurro de la cuenta atrás, pues el cemento y la maquinaria que nos separaban de la multitud hacían que los gritos de entusiasmo resultaran casi inaudibles. Diez segundos. Rompí la parte superior de la aguja y me la clavé en la yema del dedo. El agudo pinchazo me hizo dar una sacudida y empecé a masajearlo.

 

—Espera —me advirtió Jenks—. Espeeeera… ?Ahora!

 

Con el corazón a mil, dejé caer una gota sobre el crisol, después otra y, finalmente, una tercera.

 

—Piensa en algo agradable —susurré mientras Jenks volaba hacia mí y ambos esperábamos la llegada del olor a secuoya que me indicaría que había realizado el hechizo correctamente. Como una ola, el cálido aroma se expandió.

 

—?Ahí está! —exclamó Jenks alegremente. Acto seguido, la expresión de su rostro, iluminada por su propio polvo, se desvaneció. Me alejé de la silla. De acuerdo, lo había hecho. Ahora vería si podía ser tan sensata como todos esperábamos.

 

—?Joder! —exclamó el pixie cuando el líquido empezó a humear de forma espontánea. El pulso se me aceleró y agarré mi pistola de pintura. Al iba a cabrearse de lo lindo. Si aquello no conseguía captar su atención, nada lo haría.

 

—Avísame cuando huelas a ámbar quemado, ?vale? —mascullé.