Ivy dejó su plato y Edden agitó inquieto su figura achaparrada.
—Se encuentra bien. Lleva uno de esos amuletos y sabe qué aspecto tiene. En cuanto aparezca, me llamará. Y baja la voz.
El pulso se me aceleró y coloqué mi rostro justo delante del de Edden.
—No se encuentra bien —dije entre dientes, en un tono casi amenazante—. Y no estoy segura del funcionamiento de todos los amuletos.
Sintiendo cómo aumentaba la tensión, Ivy esbozó una sonrisa profesional.
—Rachel, el ambiente empieza a estar muy cargado —dijo afablemente—. Voy a bajar a tomar un poco el aire. ?Te haces cargo tú de todo, Jenks?
—?Por las bragas de Campanilla! ?Por supuesto que sí! —exclamó aterrizando en mi hombro con actitud protectora.
Respiré aliviada. Lo había avistado. Bien. No creía que Mia apareciera, pero de lo que estaba completamente segura era de que no estaría allí arriba. Jenks y yo podíamos ocuparnos de Al. Pierce, si no estaba herido, podría colaborar.
—Mi hijo está bien —insistió Edden encorvando la espalda con el ce?o fruncido.
—Me gusta observar a hombres ?que están bien? —dijo Ivy, y, tras comprobar que su móvil estaba encendido, se lo guardó en su peque?o bolso y echó a andar hacia el ascensor—. Eras tú el que quería que vigiláramos la fiesta. Estaré abajo. Llamadme si me necesitáis.
—Lo mismo digo —farfulló Edden, de mala gana—. Tengo órdenes de arresto para la dos.
Ella asintió y echó a andar con gesto ufano. Apenas había dado tres pasos, dos tipos se le acercaron. No lo hagáis, pensé, pero ella se rió como la mujer alegre que nunca sería y los dos hombres pensaron que lo habían conseguido, aunque, si no se andaban con cuidado, lo que iban a conseguir era acabar hechos pedacitos.
—Quiero hablar con Ivy antes de que se vaya —dijo Jenks, despidiendo una espesa nube de polvo mientras permanecía suspendido delante de mí—. Sé amable con Trent, ?vale? Algún día necesitarás su ayuda.
—?Trent? —pregunté, poniéndome rígida al percibir el suave aroma a vino y canela. Jenks saludó con un gesto de la barbilla a la persona que se encontraba detrás de mí y salió disparado hacia el ascensor; Edden y yo nos giramos. La mandíbula se me cerró e hice un esfuerzo por separar los dientes. Era Trent, y había que reconocer que estaba tremendo.
—Hola, Trent —dije con sorna, intentando que no se notara lo que opinaba de él en aquellos momentos, a pesar de que resultaba muy difícil conseguirlo, con un ajustado esmoquin que resaltaba su altura y su esbelta figura. La tela parecía sedosa y suave, y provocaba que sintiera ganas de pasarle la mano por el hombro solo para sentir su tacto. Una sobria corbata de aspecto profesional con un dibujo que parecía decir que no era tan rígido le confería el aspecto de un hombre inteligente y astuto, pero era su porte lo que hacía que todo el conjunto funcionara. Llevaba una copa de vino en la mano, prácticamente llena, y se le veía cómodo y seguro de sí mismo, como si no tuviera dudas de quién era, qué quería y qué tenía que hacer para conseguirlo.
Al sentir sus ojos sobre mí, me erguí y recordé la buena pareja que hacíamos la noche que Kisten voló por los aires el casino flotante en el que nos encontrábamos. Kisten no tenía ni idea de que estuviéramos allí, pero gracias al aviso de Ivy, Trent y yo habíamos sobrevivido. En realidad, habíamos sido los únicos supervivientes. Al recapacitar sobre aquello, fruncí el ce?o. También habíamos escapado juntos de siempre jamás. éramos dos supervivientes.
Trent se percató de mi gesto, y la fachada de adolescente arrogante que solía utilizar para cautivar a las mujeres se agudizó. Acto seguido se pasó la mano por sus suaves cabellos de bebé para asegurarse de que se mantenían en su sitio y supe que estaba nervioso.
—Se?orita Morgan… —dijo, saludándome con el vaso para que no le estrechara la mano.
Aquello me sacó de quicio. Y ya me tenía bastante cabreada por mantener a Ceri alejada de mí, como si hubiera podido contagiarle una enfermedad mortal. Aunque no anduviera muy desencaminado…
—Compartimos una celda en siempre jamás —dije—. Me parece que podemos tutearnos, ?no crees?
él levantó una de sus pálidas cejas.
—Este a?o han elegido una ropa muy elegante para las sirvientas —dijo. Edden disimuló una carcajada y yo me puse a toser. Era lo único que podía hacer para no darle una bofetada.
El inconfundible clic de una cámara y el ga?ido del obturador me hicieron girar la cabeza, petrificada. Era el Cincinnati Enquirer, y su fotógrafa tenía un aspecto de lo más extra?o con aquel traje de lentejuelas hasta los pies y dos cámaras alrededor del cuello.
—Concejal Kalamack —exclamó con entusiasmo—. ?Le importa que le tome una fotografía con la se?orita y el capitán Edden?
Edden se acercó a mí, ocultando una sonrisa mientras murmuraba de forma que solo yo lo escuchara: