Bruja blanca, magia negra

 

El viento fluía entre los rascacielos que se alzaban junto al río levantando peque?as partículas de hielo y arenilla que me golpeaban las piernas como alfilerazos. Odiaba las medias. Incluso las negras con brillo. Arrebujándome en mi elegante abrigo largo de pa?o, me apresuré para alcanzar a Ivy, que caminaba a paso ligero con la cabeza gacha. Intentar realizar aquel hechizo en el aparcamiento habría resultado bastante penoso y, aunque solo fuera por eso, me alegraba de tener invitaciones. Además, una vez que estuviéramos dentro, Jenks podría salir. En aquel momento se encontraba en el interior de mi bolso, sentado en uno de esos calentadores de manos que usan los cazadores. Con él cubriéndome las espaldas e Ivy vigilando la puerta del ba?o de se?oras, aquello iba a ser pan comido. Eso sí, si conseguíamos llegar arriba a tiempo. Si no nos dábamos prisa, la medianoche nos iba a pillar en el ascensor.

 

Una ráfaga de aire me trajo el olor a frito de los puestos de comida callejeros y miré con los ojos entrecerrados en dirección a una de las entradas de Carew Tower, que se encontraba justo encima de Fountain Square. Había gente por todas partes, arremolinándose en las calles cerradas al tráfico mientras los coches patrulla, tanto de la AFI como de la SI, les impedían el paso. No era tan horrible como la noche del solsticio, en la que cerraban el círculo por sorteo, pero el alboroto que se produciría a media noche provocaría una emoción colectiva lo bastante intensa como para realizar el hechizo. Se parecía mucho a la noche en la que había invocado a Pierce por primera vez, intentando recuperar a mi padre para que me diera un consejo, incluso el tiempo.

 

Entonces, haciendo memoria, agarré con fuerza mi abultado bolso con cuidado de no aplastar a Jenks. En su interior tenía todo lo necesario para realizar el hechizo, incluido un juego completo de ropa para Pierce y mi pistola de pintura. Junto a mí, Ivy caminaba con pasos cortos y ligeros por culpa de los tacones.

 

—Imagino que estará plagado de brujos —dejó caer conforme recorríamos la calle.

 

—Cualquier excusa es buena para divertirse, ?no? —dije. A continuación la observé con detenimiento. Estaba especialmente pálida, con el abrigo largo y el pelo ondeando al viento. Y preocupada.

 

—Te ponemos nerviosa, ?verdad?

 

Ella me miró a los ojos y subió a la acera.

 

—No, para nada.

 

Le sonreí.

 

—Gracias.

 

La entendía perfectamente. La mayor parte de los vampiros me ponían nerviosa, sobre todo cuando se reunían.

 

El portero nos abrió las puertas de cristal para que no tuviéramos que usar las giratorias y entramos juntos. El cese del viento resultó un gran alivio y abrí el bolso enseguida.

 

—?Estás bien, Jenks? —dije, asomándome al interior y encontrándomelo sentado incómodamente junto al calentador.

 

—?De maravilla! —farfulló—. ?Por los tampones de Campanilla! Creo que me he roto un ala. ?Qué demonios estáis haciendo ahí fuera? ?Aeróbic?

 

—Procura estarte quietecito hasta que lleguemos arriba —le advertí para que no saliera y descubriera que, en realidad, en el resonante vestíbulo no hacía tanto frío—. Solo tengo dos invitaciones.

 

—?Como si pudieran detenerme! —dijo, y yo sonreí al ver la risa disimulada de Ivy.

 

Dejé el bolso abierto mientras Ivy y yo nos dirigíamos taconeando y con andares especialmente femeninos al ascensor del restaurante, donde el hombre con el uniforme blanco revisó nuestras invitaciones y nos pidió los abrigos. Sentí el aire frío de las puertas giratorias sobre mis hombros desnudos y dejé marchar mi abrigo a rega?adientes. Habían abrillantado al máximo la puerta del ascensor y resistí la tentación de recolocarme las medias mientras me giraba para apreciar mejor el trabajo que había realizado para tener aquel aspecto.

 

Con los tacones, las medias y el vestido largo de color negro con escote palabra de honor adornado con una gargantilla estaba muy guapa. Lo había comprado la semana anterior, casi escuchando la voz de Kisten en mi cabeza cuando me negué a seguir las recomendaciones de la dependienta que me sugería algo más llamativo. Había estado a punto de llevarme el reducido vestidito que me marcaba el culo, pero al final había decidido guiarme por lo que habría dicho Kisten. Estaba impresionante con el pelo recogido en una elaborada trenza para la que habían sido necesarios cinco de los hijos de Jenks. Había resistido incluso el viento.