—Iba a preguntarte si querías acompa?arme esta noche a una fiesta de Nochevieja —dijo—, pero será mejor que te quedes las dos entradas. Necesitarás un montón de energía ambiental para hacer funcionar ese hechizo. La azotea del edificio debería estar lo suficientemente cerca.
Mi boca se entreabrió y me quedé mirando las elegantes invitaciones que tenía en la mano. Ya no entendía nada de lo que estaba pasando. Jenks me había dicho que estaba cabreado. ?Por qué me estaba ayudando?
—No puedo aceptarlas.
él hizo crujir las vértebras de su cuello y dio un paso atrás.
—Por supuesto que puedes. Solo tienes que guardártelas en el bolsillo y decir gracias. Mi supervisor estará allí. —En ese momento se sorbió la nariz—. Deberías conocerlo.
Una sonrisa dudosa se dibujó en mi rostro. ?Quería que conociera a su supervisor? A lo mejor pensaba que podíamos hacernos una foto juntos.
—Y yo que me consideraba una persona perversa —dije, sintiendo que los ojos empezaban a escocerme. Maldita sea, me está dejando. Bueno, ?qué otra cosa podía esperar?
Marshal no me devolvió la sonrisa.
—Es pelirrojo. No tendrás problemas en reconocerlo. —Con la mirada distante, bebió un trago de café—. Es un importante benefactor, así que le invitan a todas partes. No es un brujo, de manera que no le importará tu exclusión. Tendrás a alguien con quien hablar hasta que alguien se lo diga.
Mi rostro perdió toda expresión al escuchar la total indiferencia con la que había pronunciado la palabra ?exclusión?, como si no significara nada.
—Gracias —dije dócilmente—. Marshal, lo siento —a?adí mientras estiraba el brazo para coger el abrigo, que reposaba en el respaldo de su silla, y creí morir cuando alzó una mano para detenerme antes de que pudiera acercarme. Me quedé helada donde estaba, sintiendo el dolor.
—Fue muy divertido —dijo Marshal, mirando al suelo—. Pero entonces te excluyeron y, Rachel… —En aquel instante alzó la vista, con la mirada llena de rabia—. Me gustas. Y me gusta tu familia. Lo pasaba muy bien cuando estábamos juntos, pero lo que más me cabrea es que, justo cuando empezaba a considerar compartir mi vida contigo, vas y haces algo tan estúpido que provoca que te excluyan. Ni siquiera quiero saber de qué se trata.
—Marshal.
Nunca tenía una oportunidad. ?Nunca tenía una maldita oportunidad!
—No quiero hacer esto —dijo, no dejándome que lo interrumpiera—. Créeme —a?adió, gesticulando con las manos—, lo he pensado mucho. Te aseguro que he sopesado bien lo que quería y lo que estaba dispuesto a dar a cambio de una posible vida contigo. Venía dispuesto a enfrentarme a todo y a todos con tal de descubrir quién te había hecho esto y averiguar la manera de que te rescindieran la exclusión, pero entonces… —Marshal apretó los dientes, haciendo que los músculos de su mandíbula se hincharan—. Lo único que conseguiría es que me excluyeran a mí también. No puedo vivir al margen de la sociedad. Eres una mujer hermosa, y me lo paso de maravilla contigo —dijo, como si intentara convencerse a sí mismo—. Incluso aunque consiguieras que te retiraran la exclusión, ?qué harás después? Me gusta mi vida. —En aquel momento se me quedó mirando y parpadeé rápidamente—. Ahora solo estoy enfadado porque tú no puedas formar parte de ella —concluyó.
Sentía como si no pudiera respirar, y me agarré al borde de la isla central para ocultar la sensación de vértigo.
—Sin resentimientos, ?de acuerdo? —dijo dando media vuelta.
Asentí con la cabeza.
—Sin resentimientos —acerté a decir. Marshal no era una mala persona por querer dejar la relación. Quería formar parte de algo, y resultaba evidente que no era capaz de dejar mis necesidades a un lado para dar preferencia a las nuestras. Tal vez, si mi vida no hubiera sido una mierda, no se habría notado tanto y podríamos haberlo intentado, pero en aquel momento no. No era culpa suya. Era yo la que lo había jodido todo, y pedirle que pagara el precio conmigo no era justo.
—Gracias, Marshal —susurré—. Por todo. Y si alguna vez necesitas ayuda desde el lado oscuro… —dije, agitando las manos con impotencia mientras sentía que se me formaba un nudo en la garganta—. Llámame.
Una débil sonrisa curvó la comisura de sus labios.
—Serás la única a quien recurra.
Se marchó y oí cómo se desvanecían sus pasos conforme se alejaba de mí. Escuché un suave murmullo cuando se despidió de los pixies y el ruido de la puerta al cerrarse.
Aturdida, me derrumbé sobre mi silla, junto a la mesa. Con la mirada perdida, agarré el libro de hechizos y cubrí con él la carta de la universidad. Me enjugué las lágrimas, lo abrí y empecé a buscar.
26.