Ivy también estaba espectacular con el vestido rojo que había sacado de su armario, gracias al cual había pasado de sus ajustadas prendas de trabajo a una glamurosa sofisticación en tan solo diez minutos. Sobre los hombros llevaba un chal de encaje. Sabía que se lo había puesto pensando en los posibles vampiros, a los que les resultaba mucho más tentador un cuello que se entreveía que la piel desnuda. Por separado estábamos bien; juntas estábamos impresionantes, con su herencia asiática formando un hermoso contraste con mi pálida piel de pescado muerto.
Una pareja mayor que nosotros, que despedía un excesivo olor a perfume y loción de afeitado, se nos colocó delante cuando las puertas plateadas se abrieron y todos entramos. Una descarga de adrenalina me recorrió de arriba abajo y me coloqué mi abultado bolso delante. Aquello tenía que funcionar. Había preparado los hechizos de sustancia para Pierce exactamente de la misma manera que la primera vez, y había cargado mi pistola de pintura con hechizos somníferos de larga duración. Ivy se ocuparía de la puerta del ba?o y Jenks me ayudaría con Al. No se les escaparía nada y, cuando todo hubiera acabado, podríamos celebrar el A?o Nuevo juntos: fantasma, vampiresa, bruja y pixie.
En el interior del ascensor había otro portero, por si no sabíamos cómo apretar un botón y, mientras me situaba nerviosa justo en el centro, el vello de la nuca se me erizó. Lentamente me volví para mirar a la pareja que había subido con nosotros, y descubrí que ella tenía los labios fruncidos y que el hombre miraba fijamente hacia delante con una expresión tensa en su rostro. Me volví de nuevo e Ivy se rió disimuladamente.
—Es muy divertido salir por ahí contigo —susurró inclinándose hacia un lado—. La gente no te quita ojo.
?Bah! ?Qué más da! Avergonzada, me quedé mirando al hombre del ascensor mientras disimulaba una sonrisa. Conforme salían, la mujer, de mayor edad, que estaba bastante elegante en su estilo, le dio un palmetazo en el hombro a su marido con su bolso de abalorios. él lo aceptó como un hombre, pero advertí que ya estaba mirando de reojo a las camareras con sus modestas faldas cortas.
Lo primero que me llamó la atención fue el murmullo de las conversaciones y el olor a canapés hipercalóricos, y relajé los hombros al percibir la agradable temperatura. Situada discretamente en la curva del restaurante, una banda interpretaba en directo suaves melodías de jazz. Habían retirado todas las mesas a excepción de un anillo alrededor de las ventanas. La gente, elegantemente vestida, se relacionaba entre sí sujetando peque?os platos con comida o copas de champán, y las esporádicas risas femeninas mezcladas con el tintineo de cerámica fina invocaban una sensación de alta sociedad. Algunos camareros se movían lentamente, mientras que otros pasaban como centellas, de manera acorde con su cometido en cada momento. Y detrás de todo, como telón de fondo, se encontraba la mismísima Cincinnati.
Me olvidé de mí misma por un instante y me detuve para disfrutar de la vista. El paisaje me había parecido muy hermoso durante el día, pero en aquel momento, con las luces y la oscuridad del cielo… era embelesador. Los Hollows brillaban intensamente, poniendo de manifiesto el perfil del terreno conforme se alzaba y se alejaban, una cinta luminosa sobre la autopista lo bordeaba de forma imprecisa. El río era una sombra negra, y podía ver el lugar donde había erosionando las colinas a lo largo del milenio.
La carcajada de una mujer y el destello de Jenks saliendo disparado de mi bolso hicieron que volviera la vista hacia el local. Casi de inmediato, la conversación pareció subir de tono. Jenks dio un par de vueltas a mi alrededor para estirar las alas y aterrizó en el hombro de Ivy. Ella también estaba admirando el paisaje, absorta.
—Se la ve tan pacífica desde aquí arriba —dijo cuando un miembro del servicio pasó por delante de ella, interrumpiendo su línea de visión.
Jenks soltó un bufido.
—También cuando estás a pocos centímetros del suelo —dijo, haciéndome pensar en mi jardín—, el problema está en lo que sucede entre medias.
En ese momento una mujer pasó lentamente con una bandeja en la mano y nuestras miradas se cruzaron. Ella sonrió a Jenks y me entregó un platito.
—Tenemos veinte minutos —dije, nerviosamente, poniendo peque?os trozos de comida en él—. ?Te importaría revisar a fondo los ba?os, Jenks?
—Como gustes, Rachel —dijo, desapareciendo de nuestra vista.
Por la forma en que nos miraban, tanto a Ivy como a mí, resultaba cada vez más obvio que aquella era casi una fiesta de oficina. Todos parecían conocerse entre sí, e iban vestidos de forma muy similar; elegantes pero algo pasados de moda, casi como una especie de frikis de clase alta. No me extra?aba que Ivy y yo llamáramos la atención.