Bruja blanca, magia negra

—?Lo hice para salvar tu jodida vida! —Las rodillas me temblaban, y las cerré con fuerza—. No espero que me des las gracias, teniendo en cuenta que siempre te has caracterizado por tu incapacidad para mostrar agradecimiento cuando alguien hace algo que te da miedo, pero me gustaría que dejaras de volcar sobre mí tu vergüenza o tus sentimientos de culpa.

 

Había terminado y, despidiéndome de la posibilidad de conseguir un hechizo de Pandora o su comprensión, me di media vuelta y me dirigí a grandes zancadas hacia la ventana. El restaurante se había desplazado, y en aquel momento me encontraba mirando directamente hacia la plaza. ?Maldita sea! ?Por qué se negaba incluso a escuchar?

 

El familiar zumbido de alas de Jenks me hizo alzar la cabeza, y me froté un ojo un segundo antes de que se posara en mi hombro.

 

—Tú sí que sabes cómo tratarlo, ?eh? —dijo el pixie.

 

Me sorbí la nariz y me enjugué las lágrimas.

 

—?Has visto? —murmuré—. El muy cabrón me ha hecho llorar.

 

Las alas de Jenks me hicieron sentir una fría corriente en el cuello.

 

—?Quieres que lo pixee?

 

—No, no hace falta, pero mis posibilidades de conseguir un hechizo de Pandora son tan sólidas como la fuerza del pedo de un fantasma en un vendaval.

 

Sin embargo, no era aquello lo que me molestaba. Era Trent. ?Por qué tenía que importarme tanto lo que pensara?

 

El tenue ruido de un zapato arrastrándose sobre la moqueta y el suave improperio de Jenks me hicieron darme media vuelta. Me sorprendí al ver a Trent. Tenía un vaso en la mano y me lo tendió.

 

—Aquí tienes tu agua —dijo en voz alta, con la mandíbula apretada.

 

Lo miré de arriba abajo, preguntándome qué demonios estaba pasando. Detrás de mí, Quen realizaba su labor de escolta, con los brazos cruzados y la expresión severa. Era evidente que era él quien le había obligado a regresar. Con un suspiro, agarré el vaso y volví a mirar por la ventana intentando aislarme de todo. Necesitaba encontrar un lugar tranquilo, lo más lejos posible.

 

—Jenks, ?podrías mirar si el ba?o está libre?

 

El pixie emitió un zumbido con las alas a modo de advertencia, pero despegó de mi hombro.

 

—Por supuesto, Rachel.

 

Desapareció enseguida, dejando tras de sí un coro de grititos de satisfacción provenientes de las damas de mayor edad.

 

—No tengo nada que decirte en este momento —dije quedamente a Trent.

 

él se desplazó, colocándose hombro con hombro conmigo. Juntos nos inclinamos hacia delante para contemplar la multitud que se congregaba a los pies del edificio. Debería haber optado por el aparcamiento, como había planeado en un principio. Aquello estaba empezando a tener todos los visos de uno de mis sonados fracasos.

 

—Yo tampoco tengo nada que decirte —dijo Trent, pero la tensión era palpable. Podía seguirle el juego. Ya había perdido, así que daba lo mismo—. ?Necesitas un hechizo de Pandora? —preguntó como quien no quiere la cosa, y yo di un respingo. ?Cáspita! ?Me habrá oído?

 

Fingiendo indiferencia, respiré sobre el cristal para empa?arlo.

 

—Sí.

 

Trent apoyó un hombro sobre el vidrio y me miró.

 

—Esa es una rama de la magia muy poco común.

 

?Por qué tiene que ser tan insufriblemente engreído?

 

—Lo sé. élfica, según mi madre.

 

En ese momento los músicos hicieron una pausa y él se quedó en silencio.

 

—Dime lo que necesitas recordar y tal vez pueda investigar al respecto.

 

Había pasado por una situación similar en otras ocasiones y en todas ellas había salido escaldada. No quería deberle nada, pero ?qué tenía de malo que lo supiera? Suspirando, me volví hacia él, pensando que apoyarse contra la ventana de aquel modo parecía peligroso.

 

—Intento recordar quién mató a Kisten Felps.

 

Trent relajó la mandíbula. Fue un movimiento muy sutil, pero yo lo percibí.

 

—Pensaba que querrías recordar algo de tu padre o del campamento ?Pide un deseo? —dijo.

 

Volví a mirar por la ventana. Había un grupo tocando allí abajo. Probablemente Ivy se lo estaba pasando mucho mejor que yo.

 

—?Y qué habría pasado entonces?

 

—Que podría haber dicho que sí.

 

Detrás de nosotros, la fiesta continuaba, y la emoción crecía conforme los camareros empezaron a repartir copas de champán para el brindis, cada vez más próximo. Mis ojos escudri?aron el techo en busca de Jenks. No habría nadie en los servicios cuando el reloj marcara las doce.

 

Nerviosa, agarré con fuerza mi bolso.

 

—?Qué es lo que quieres, Trent? —le pregunté, intentando acabar con aquello cuanto antes—. No me ofrecerías tu ayuda si no quisieras algo. Exceptuando verme muerta.

 

él esbozó una sonrisa ladeada y luego se puso serio.

 

—?Qué te hace pensar que quiero algo? Solo siento curiosidad por saber lo que te motiva.

 

Incliné la cabeza hacia un lado y, por primera vez en toda la noche, sentí que tenía el control.

 

—Te has acercado a mí dos veces, te has tocado el pelo tres y tenías una bebida en la mano mientras nos hacían la foto. En cuanto se den cuenta, lo sacarán en primera página. Pareces nervioso y disgustado, y tengo la sensación de que no consigues pensar con claridad.