Bruja blanca, magia negra

Desde encima de nosotros, Jenks murmuró:

 

—Yo me pregunto lo mismo al menos tres veces a la semana.

 

Con una expresión difícil de interpretar, Pierce alzó la vista y se quedó mirando a Jenks con sus profundos ojos azules, que parecían negros bajo el efecto de la tenue luz de las ventanas.

 

—No quiero someterlo —dije, escudri?ando en busca de cualquier indicio que denunciara la presencia de Al—. Solo pretendo hablar con él.

 

Arqueando sus pobladas cejas, Pierce inspiró para decir algo. Gui?é los ojos, pero entonces se detuvo, conteniendo la respiración como si estuviera escuchando algo que yo no podía oír. Jenks empezó a batir las alas a toda velocidad y sentí un escalofrío en la nuca.

 

—?Rachel? —Jenks había sacado la espada y la agitaba sin ton ni son—. Se está acercando…

 

—Escóndete, Jenks. Lo digo en serio.

 

Con un fuerte estallido, la presión del aire cambió. Tras agacharme instintivamente, me erguí, dirigiendo primero la mirada hacia las ventanas temblorosas y después hacia la nueva sombra que se alzaba en el espacio abierto que teníamos frente a nosotros. Con un rápido bandazo, Pierce se situó junto a mí. Al estaba allí. ?Joder! ?Ya era hora!

 

—?Discípula! —gritó Al, con un intenso brillo en sus ojos rojos de pupilas horizontales mientras miraba por encima de los cristales ahumados de sus gafas. Había adoptado una postura de enfado, con su abrigo de terciopelo y encaje otorgándole un aspecto siniestro en contraste con las oscuras ventanas. Al ver a Pierce, apretó la mandíbula—. ?Por fin te encuentro, pelagatos! ?Teníamos un trato!

 

—?No he sido yo! —gritó Pierce indignado—. ?Ha sido ella! —a?adió, se?alándome con el dedo mientras daba tres pasos hacia atrás.

 

?Un trato?, pensé mientras Jenks empezaba a maldecir. ?Ha sido ella?

 

—Al, puedo explicarlo —dije mientras le apuntaba con la pistola. Quería hablar con él, pero no iba a hacer ninguna estupidez al respecto.

 

—?Maldito gusano baboso! —dijo Jenks, revoloteando por encima de nosotros para iluminar la escena.

 

Al soltó un fuerte gru?ido y apretó los pu?os con fuerza.

 

—Os voy a hacer papilla. No sé si a uno, o a los dos —dijo en voz baja.

 

La satisfacción de haberle arrebatado a Pierce se mezcló con una considerable dosis de miedo. La adrenalina recorría mi cuerpo y me sentí viva. Pensé que había conseguido algo extraordinario, pero, por lo visto, no era así. Al agarró a Pierce y lo empujó hacia atrás. Jenks salió disparado hacia el techo y las sombras se volvieron más oscuras.

 

—?Eres mío, maldito pelagatos! —entonó Al—. Cuanto más dure, más sufrirás.

 

—La joven bruja me invocó —dijo desafiante—. No tengo obligación de regresar hasta el amanecer.

 

Aquello me dio mala espina. Sonaba como si ya hubiera sellado un pacto con Al y, lo que es peor, que se sentía cómodo con él. Maldita sea. He vuelto a hacerlo.

 

—?Te lo dije, Rachel! —dijo Jenks. Empujé a Pierce detrás de mí y el pixie descendió—. ?Lo siento, pero te lo dije!

 

—No tengo tiempo para esto —gru?ó Al. A continuación, hizo un gesto con la mano y Pierce se encogió y cayó sobre la moqueta, convulsionando, quedando a la altura de mis talones.

 

—?Eh! —grité, desplazándome para que Al no pudiera agarrarlo—. ?No has visto mi pistola? Para de una vez, Al. Tengo que hablar contigo.

 

Al no me escuchaba, y una neblina se alzó de sus manos enguantadas cuando las apretó con fuerza. Pierce soltó un gemido y se hizo un ovillo. Aquello no estaba funcionando.

 

—Al, si no lo dejas de una vez y me prestas atención, te dispararé —le amenacé.

 

Sus ojos rojos se giraron hacia mí.

 

—No te atreverás.

 

En ese momento apreté el gatillo. Al se apartó a un lado, se hizo un ovillo y, aterrizando sobre sus pies, se situó frente a mí. A mis espaldas, Pierce soltó un grito ahogado.

 

—?He fallado a propósito! —grité—. ?Deja de torturar a Pierce y habla conmigo!

 

—Rachel, Rachel, Rachel —dijo Al desde la oscuridad, con una voz que me hizo estremecerme—. Eso ha sido un error, bruja piruja.

 

Sin apartar la vista del demonio ni por un momento, me acerqué a tientas a Pierce para ayudarle a levantarse.

 

—?Te encuentras bien?

 

—Como un día de verano en los prados —respondió respirando con dificultad, limpiándose la cara.

 

Jenks se situó entre Al y yo, con gesto de enfado.

 

—Deja que se lo lleve, Rachel. Es un maldito gusano. Ya lo has oído. Ya ha hecho un pacto.

 

?Y qué? Yo también.

 

—Esto no tiene nada que ver con Pierce —dije secamente—. El problema está en que Al se dedica a raptar gente. —En aquel momento me giré hacia el demonio—. ?Y tú vas a escucharme!