Bruja blanca, magia negra

Al le colocó un pie en el cuello y Pierce se atragantó. Jenks bajó de las vigas que quedaban ocultas e iluminó con su polvo el reducido espacio.

 

—Da lo mismo —respondí, recordando a Nick y su afirmación de que era posible enga?ar a los demonios. Me pregunté cómo le iría—. Todos hacemos lo que esté en nuestras manos para sobrevivir. Soy yo la que decido si involucrarme o no, y he decidido que no.

 

—Lo siento, Rachel —susurró Jenks.

 

El rostro de Al mostraba una sonrisa burlona.

 

—Dali te negó su ayuda, ?eh?

 

—No se la pedí.

 

—?Ah, no? —inquirió, levantando el pie del cuello de Pierce.

 

Me encogí de hombros, aunque resultaba difícil ver en la oscuridad.

 

—?Para qué molestarlo si podía hablar directamente contigo, de discípula a maestro? —Ladeando la cadera, me aseguré de que pudiera ver mi silueta a través de la oscuridad menos densa de la ventana—. La única discípula. En cinco mil a?os. Y soy tuya, no de Dali.

 

Preocupado, Jenks empezó a despedir una cantidad de polvo aún mayor, iluminando un peque?o espacio. Al emitió un ligero sonido, como si estuviera pensando.

 

—No serías capaz —declaró confiadamente, pero la duda estaba ahí.

 

El corazón me latía con fuerza, y le lancé una mirada burlona. No creí que pudiera verla, pero mi postura era lo suficientemente clara. Detrás de Al, Pierce abrió un ojo, y encontró los míos de inmediato. A pesar de su indefensión, todavía mostraban un atisbo de desafío. Tenía una fuerza fuera de lo común, pero necesitaba mi ayuda. ?Maldición! Era el clásico cebo para Rachel.

 

—Te lo arrebaté solo para llamar tu atención —dije—. Ahora que la he conseguido, esto es lo que quiero.

 

—?Maldita sea mi estampa! —gritó Al, alzando los brazos al cielo—. ?Lo sabía! ?Otra lista no!

 

Sorprendido, Jenks dejó escapar un estallido de luz y, bajo la nueva iluminación, alcé el dedo índice.

 

—Número uno —dije—. No volverás a cortar la comunicación cuando intento ponerme en contacto contigo. No te llamo a menos que sea importante, de manera que tendrás que responder, ?de acuerdo?

 

Al bajó la vista del techo.

 

—?De veras no quieres acostarte con él? ?Por qué? ?Qué tiene de malo?

 

Me sonrojé y levanté otro dedo.

 

—Dos. Quiero que me muestres un mínimo de respeto. Dejarás de hacerles da?o a las personas que están conmigo y no volverás a raptar a nadie.

 

—Respeto —resopló Al—. ?Lástima! El respeto hay que ganárselo y, que yo sepa, tú no has hecho nada para merecértelo.

 

Detrás de él, Pierce hizo amago de alejarse, pero antes de que pudiera ponerse en pie, Al echó la pierna hacia atrás y el brujo acabó de nuevo por los suelos.

 

—?Disculpa? —exclamé—. ?Crees que todavía tengo que ganarme tu respeto? ?Qué me dices de no haberte invocado a pesar de que quería hablar contigo? ?O de conocer todos los nombres de invocación de tus amigos y no haberlos utilizado? ?O de no haber trabajado con ellos para que consiguieran sus propios familiares? Podría desvincularme de ti y recurrir a cualquiera de ellos. En cualquier momento.

 

La amenaza de abandonarlo no tenía ningún fundamento, pero haberle arrebatado a Pierce, sin utilizar ninguna línea luminosa y con unos recursos muy limitados, había logrado que me prestara atención. No quería otro maestro. Tal vez debía decírselo.

 

La luz proveniente del último estallido de Jenks se había desvanecido y no lograba ver el rostro de Al, aunque tenía claro que no se había movido.

 

—Tres —dije quedamente—. Quiero seguir siendo tu discípula e imagino que tú deseas lo mismo, ?verdad? No me obligues a esto, Al. Si lo haces, te dejaré, y no quiero hacerlo.

 

Pierce parecía dividido, y Al adoptó una expresión imposible de interpretar.

 

Inspirando profundamente, me concentré en Al, que había estado escuchando atentamente.

 

—?Y bien? ?Qué va a pasar? ?Vas a portarte bien, o seguirás haciendo tropelías?

 

El demonio se agachó lentamente y, agarrando a Pierce por la pechera, lo levantó.

 

—Lo siento, pelagatos —dijo, subiéndole la cremallera de los pantalones y arreglándole el cuello con unos movimientos tan rápidos que dejó a Pierce estupefacto y desali?ado—. Ha sido un terrible malentendido.

 

Le dio una palmadita en la espalda haciendo que se tambaleara. Con la cara como un tomate, Pierce recuperó el equilibrio y empujó a Al para que le quitara las manos de encima. Rígido por el orgullo, nos dio la espalda y, tras recolocarse la ropa y pasarse la mano por el pelo, nos miró de nuevo. Sin embargo, yo lo evité.

 

Durante el rápido intercambio, Jenks se había acercado a mí y, suspendido en el aire, se quedó mirándolos con desconfianza. Aun así, yo no me sentía satisfecha y me quedé allí de pie, de espaldas a los ventanales.

 

—Entonces, ?accedes a no raptar, abofetear, matar o asustar a la gente que está conmigo? Quiero oírlo.