Bruja blanca, magia negra

Pierce inclinó la cabeza y se retiró para realizar una media reverencia, sin apartar sus ojos de los míos con un asomo de sonrisa en sus labios. La forma en que me miraba me recordó a la noche que nos conocimos, cuando echamos a correr para salvar a una ni?a de un vampiro. Se había quedado prendado de mi ?espíritu fogoso? y era evidente que las cosas no habían cambiado. Desgraciadamente, yo sí.

 

—Tú me invocaste, adorada bruja, independientemente de que fuera tu objetivo principal o un propósito secundario. No me marcharé hasta que no consiga explicarme.

 

Genial.

 

Al se irguió justo en el mismo instante en que sonaba la campanilla del ascensor.

 

—Yo me quedo con él —declaró.

 

Chachi piruli.

 

Las puertas del ascensor se abrieron y Jenks soltó un largo y lento silbido.

 

—?Por el puto contrato de permanencia de Campanilla! —masculló, y yo me volví para ver a quién saludaba Al con el gesto de las orejas de conejito.

 

Sin poder dar crédito, empecé a sacudir la cabeza.

 

—Trent, esto no es lo que parece.

 

El joven político tenía la espalda pegada a la parte trasera del ascensor y mostró brevemente el terror que sentía antes de recuperar la compostura como si hubiera decidido que, si tenía que morir, lo mejor era hacerlo con elegancia.

 

—Esto se pone cada vez más interesante —dijo Jenks, y volví a presionar el botón de llamada.

 

—Cogeremos el próximo —dije, sonriendo.

 

—Pero ?si hay sitio de sobra! —exclamó el demonio, y mis tacones emitieron un fuerte traqueteo contra el marco de acero cuando me propinó un fuerte empujón. Trent me esquivó, apretándose contra la esquina cuando Al y Pierce siguieron mis pasos. Jenks se elevó para sentarse en lo alto del panel de control, golpeando con el pie la pantalla que mostraba en qué piso nos encontrábamos.

 

—No me lo puedo creer —dijo Trent, que había perdido su inquebrantable compostura—. Eres increíble, Rachel.

 

—Pues créetelo, peque?o fabricante de galletas —respondió Jenks en tono cantarín. Seguidamente, dirigiéndose a Pierce, a?adió—: ?Te importaría darle al botón de ?cerrar?? No tenemos todo el día.

 

El fantasma no tenía ni idea de lo que le estaban hablando, así que Jenks bajó volando y lo golpeó con el pie. Las puertas se cerraron y empezamos a descender.

 

—?Por todos los demonios! —exclamó Pierce, apretando la espalda contra la esquina opuesta y agarrándose a la barandilla—. ?Nos estamos cayendo!

 

Me aparté cuando vi que su cara se volvía de color verde y me choqué con Trent. El ascensor no era tan grande y todo el mundo le estaba dejando un montón de espacio a Al mientras él tarareaba la canción de la película… ?Doctor Zhivago?

 

—?Invocando a tu demonio en lo alto de Carew Tower? —me susurró Trent al oído.

 

Resentida, me desplacé un poco para situarme entre él y Al.

 

—Intento hacer del mundo un lugar más seguro —mascullé. Justo en ese instante mi rostro se iluminó al ver que Al nos miraba, pero mi sonrisa se desvaneció apenas apartó la vista—. Que yo sepa, no te está secuestrando, ?verdad? No me parece que te estés convirtiendo en un sapo —le espeté alzando cada vez más la voz—. ?Tengo todo bajo control! —A continuación le di un manotazo al botón del vestíbulo, rezando para que no nos paráramos hasta llegar abajo. No había manera de que aquel ascensor fuera lo suficientemente rápido.

 

—Te encerrarán por esto —aseguró Trent, que seguía muerto de miedo en el rincón.

 

—Tonterías —intervino Al mientras se limpiaba las gafas con un trozo de tela roja—. He venido solo para comer algo y celebrar el A?o Nuevo a este lado de las líneas, pero, sobre todo —dijo mirándome y poniéndose de nuevo las gafas—, para evitar que nuestra bruja piruja se suicide con un hechizo para transformar las cenizas en carne.

 

De repente se hizo el silencio, y mientras Jenks agitaba las alas con ímpetu, me volví hacia Trent. Estaba pálido y tenía el pelo revuelto, pero no nos quitaba ojo ni a Al ni a mí. Justo en ese preciso instante dirigió la vista hacia Pierce, que seguía en el rincón, blanco como la leche.

 

—?Puedes resucitar a los muertos? Eso es magia negra.

 

—?En absoluto! —protestó Al con grandilocuencia—. ?De dónde crees que ha sacado a este bastardo pelagatos nuestra bruja piruja? —preguntó dándole un empujón a Pierce, que soltó un grito ahogado—. Es un fantasma. —A continuación olfateó el aire—. ?No notas el olor a gusanos?

 

Eché la cabeza hacia atrás, golpeando la pared del ascensor. Aquello iba de mal en peor.

 

—?Eres un fantasma? —preguntó Trent.

 

Desde el rincón, Pierce le tendió una mano temblorosa.

 

—Gordian Pierce. Departamento de la ética y la Moral. ?Y usted?

 

—?Cómo has dicho? —exclamé, sintiendo que me ardían las mejillas.

 

Al se echó a reír y Jenks descendió hasta mi hombro.

 

El pixie empezó a hacerme cosquillas en la oreja, y a punto estuvo de llevarse un guantazo.