—Ya puedo yo sola —dije. Justo en ese instante me estremecí al sentir la mano de Al agarrándome el hombro, obligándome a permitirle ayudarme con el abrigo—. Déjame —le pedí, pero mis opciones se veían limitadas por la multitud. Apenas terminé de meter el segundo brazo en la fría manga, Al se inclinó y, rodeándome los hombros con los brazos, me abrochó el primer botón.
—Admiro la manera en que estás minando la moral de Trent —susurró Al desde detrás de mí, moviéndome la barbilla con sus manos enguantadas para obligarme a mirar a Trent y a Quen—. Lentamente, como un trozo de hielo derritiéndose. Y con su propio orgullo. Magistral. No sabía que tuvieras ese don, Rachel. El dolor envejece después de un tiempo, pero es más rápido y, a no ser que lo hagas por amor al arte, lo que realmente importa son los beneficios.
—No estoy minándole la moral —dije quedamente, mientras Al retrocedía y yo agitaba los hombros para terminar de ajustarme el abrigo. Trent y Quen se estaban marchando, y el jefe de seguridad volvió la vista atrás en una ocasión antes de que desaparecieran, con una expresión vacía. Una vez se hubieron marchado, respiré aliviada. Al menos no sería responsable de la muerte de Trent. O no aquella noche.
El aullido de las sirenas aumentó y fui hacia una segunda puerta. Pierce se apresuró a sujetárnosla y, al verlo, me quedé de una pieza.
—?De dónde has sacado el abrigo?
El fantasma se ruborizó, pero fue Al el que se inclinó hacia delante diciendo:
—Lo ha robado, por supuesto. Aquí donde lo ves, posee muchas habilidades. ?Por qué crees que estoy tan interesado en él? O en ti, mi querida bruja piruja.
Con un humor de perros, me dirigí hacia el exterior, sumergiendo la cabeza en la bufanda y deseando estar en cualquier sitio menos allí. Si les había pasado algo a Ivy o a Glenn, iba a matar a alguien.
28.
Esto no va a salir bien, pensé mirando con gesto de arrepentimiento a Al, que caminaba junto a mí por la calle cortada en dirección a Fountain Square. Tenía frío y, encorvándome, me arrebujé en mi abrigo y gui?é los ojos para buscar a Ivy entre las luces intermitentes. Pierce nos seguía muy de cerca, intentando no parecer un imbécil, pero tenía los ojos como platos y era evidente que venía de fuera de la ciudad, por no decir de otro siglo.
La plaza era una especie de caos organizado. Lo que parecían cinco vehículos de la SI llegaban en ese preciso instante, dos coches patrulla de la AFI y de la SI ya estaban allí aparcados desde el comienzo del evento, al igual que las ambulancias y las unidades móviles de los informativos de rigor. Por si esto fuera poco, había que a?adir los camiones de bomberos, cuyas mangueras expulsaban una gran cantidad de agua a propulsión que se convertía en minúsculas agujas de hielo que se me clavaban en la cara. Era el frío lo que le confería un aspecto lamentable, con el viento que atravesaba mi abrigo y me llegaba hasta lo más profundo de mi ser. Incluso en el interior de mi bolso, Jenks iba a pasarlo mal.
De todas formas, allí había congregada mucha menos gente de la que hubiera cabido esperar, pues los inframundanos, por naturaleza, eran expertos en esfumarse y evitar todo aquello que oliera a escándalo. Un pu?ado de curiosos competía por captar la atención de los equipos de noticias. Evitando el contacto ocular, aceleré el paso para situarme detrás de la cinta amarilla, donde solo podían gritarme preguntas que podía fingir no oír.
Junto a la fuente seca, había un grupo de gente a la que estaban atendiendo por quemaduras y por lo que parecía intoxicación por inhalación de humo. El fuego se había extinguido, pero los bomberos seguían dirigiendo las mangueras hacia el escenario, con lo que, en mi opinión, estaban actuando para el personal de los informativos. En aquel momento divisé la figura achaparrada de Edden a la orilla de la zona acordonada y se volvió hacia mí cuando le grité. Parecía tener frío con el esmoquin, pero mostraba un aspecto sagaz mientras levantaba la cinta amarilla para que pasáramos por debajo. De inmediato me sentí protegida y, cuando bajé la guardia, me puse a temblar violentamente por el frío.
—Me alegra que te unas a nosotros —dijo, echando un vistazo a los dos hombres que estaban detrás de mí—. ?De dónde has sacado a los gemelos?
?Los gemelos?, pensé, conteniendo la respiración mientras me daba la vuelta descubriendo a un Pierce malhumorado en vaqueros junto a otro sonriente con gafas oscuras y una llamativa corbata de color rojo. ?Santo cielo!, pensé, sintiendo una astilla de preocupación penetrando en mi interior. Al se llevó el dedo índice a los labios, y yo me volví de golpe hacia Edden dispuesta a seguirle el juego. Aquello me evitaría meterme en líos, al menos durante unos minutos más.
—?Oh! ?Ya sabes cómo somos las brujas! —dije, sin saber muy bien por qué. Solo sabía que tenía que decir algo—. ?Eh! ?No es ese Tom? —dije al vislumbrar entre los heridos el que me pareció un rostro familiar.