Bruja blanca, magia negra

—Deberías hacer caso al pixie —dijo Al, subiéndose el encaje de sus mangas antes de dar una patada hacia atrás con el resultado de seis mesas derribadas contra la pared como si fueran fichas de dominó—. Si fueras lista, te desprenderías del rechazo que sientes hacia mí, y me suplicarías mi compasión. Te va a matar.

 

Empecé a temblar y empujé a Pierce lejos de mí. Apenas Al se apoderara de él, todo se acabaría. Y yo quería hablar con Al.

 

—Pierce no me hará da?o —le reproché con voz temblorosa; Al sonrió y sus compactos dientes captaron un destello de la luz ambiental.

 

—Dile lo que eres, bruja piruja.

 

De pronto me asaltaron las dudas. Al verlo, Al se apoyó en una mesa y lentamente bajé la pistola.

 

—Solo quiero hablar contigo. ?Por qué tienes que montar este número?

 

—Te va a traicionar —profetizó Al, acercándose un paso más y obligándome a alzar de nuevo la pistola.

 

—?Por qué iba a ser diferente de cualquier otro hombre? —dije.

 

Jenks resopló y, al oírlo, Pierce le lanzó una mirada severa.

 

—Si me concedieras un momento, podría explicarme.

 

—Apuesto a que sí —dije. A continuación, en un tono más caritativo, a?adí—: Más tarde, ?de acuerdo? Me gustaría hablar con Al. —Seguidamente me concentré en el demonio—. Es la única razón por la que te lo he arrebatado. La única —insistí, cuando Jenks agitó las alas mostrando su desacuerdo. Al ver que Al me estaba prestando atención, relajé la postura—. No puedes raptar a la gente cuando te asomas a comprobar si me he presentado a nuestra cita. No es justo.

 

—Bla, bla, bla —se burló. Acto seguido, con una teatralidad poco habitual en él, chasqueó los dedos y desapareció.

 

Jenks agitó fuertemente las alas a modo de advertencia.

 

—?Cuidado, Rachel! ?No se ha ido!

 

—?De veras? ?Tú crees? —susurré, y me volví hacia Pierce, que había emitido un sonido de atragantamiento.

 

—?Maldita sea, Al! —grité, mientras caía hacia atrás y veía, frustrada, que el demonio lo tenía cogido del cuello, con los pies balanceándose a diez centímetros del suelo.

 

—Este ya es mío —bramó, acercando Pierce a su cara—. Deja que te haga saltar una línea, gusano. Un a?o en una de mis mazmorras te ense?ará a no escaparte más.

 

—?No he sido yo! —acertó a decir, con el rostro morado en la tenue luz—. Ella me trajo aquí con un hechizo. Fue así como nos conocimos —explicó Pierce con dificultad—. Cuando… tenía… dieciocho… a?os.

 

Sus últimas palabras se convirtieron en un gorjeo cuando Al lo sacudió y me pregunté seriamente cuánto dolor era capaz de soportar un fantasma con un cuerpo temporal.

 

—?Basta ya, Al! —grité, dejando la pistola y agarrando su brazo cubierto de terciopelo—. Ni siquiera lo habría tocado si no me hubieras ignorado y retirado tu maldita línea. ?Solo quería hablar contigo! ?Vas a escucharme de una vez por todas?

 

—Lo hago por tu propio bien —dijo el demonio, mirándome por encima de sus gafas, sin soltar a Pierce—. ?Te matará, Rachel!

 

—?Me importa una mierda! ?Déjalo en paz y escúchame!

 

Pierce emitió un sonido ahogado y Al miró hacia la lejanía. Nerviosa, le solté el brazo y me retiré, situándome bajo el polvo de Jenks.

 

—?No lo has rescatado para que sea tu novio? —preguntó Al, agitando los dedos que rodeaban el cuello de Pierce y que estaban cubiertos por sus ensangrentados guantes blancos.

 

—?No! —exclamé, mirando a Jenks—. ?Por qué piensa todo el mundo que somos novios?

 

Pierce se desplomó cuando Al le soltó. El demonio pasó elegantemente junto a su cuerpo contraído y se retiró hasta la ventana mientras el brujo emitía todo tipo de elegantes improperios con un acento arcaico. Jenks abrió mucho los ojos, impresionado.

 

Al me miraba con incredulidad.

 

—?No sois amantes?

 

—No.

 

—Pero es el típico caramelo para Rachel —dijo Al con una expresión confundida, demasiado real para ser fingida.

 

Detrás de él, Pierce, que se encontraba a gatas, alzó la cabeza. Sus ojos azules brillaban con intensidad y tenía el pelo revuelto.

 

—?Vete al infierno! No puedes matarme hasta que no esté vivo.

 

—Pero, por lo visto, puedo hacerte mucho da?o —declaró Al, y Pierce volvió a hacerse un ovillo.

 

El cuello empezó a sudarme. De acuerdo, Al estaba allí y me estaba escuchando.

 

—Al —dije alzando la voz para que volviera a concentrarse en mí y dejara de atizar a Pierce—. Tenemos que hablar sobre el hecho de que te dediques a raptar gente. Tienes que dejar de hacerlo. No solo va a acarrearme algo mucho peor que la exclusión, sino que acabarás siendo conocido como el demonio que rapta en lugar del demonio que demuestra ser más listo que los estúpidos humanos e inframundanos. ?Vamos! ?Es tu reputación la que está en juego!

 

En el suelo, Pierce tomó aire y se relajó después de que Al suspendiera lo que quiera que le estuviera haciendo y se irguiera.

 

—Pero este no te lo puedes quedar —dijo.

 

—Ni tú tampoco. Deja que se vaya.

 

Pierce me miró a los ojos.

 

—Mi adorada bruja… Hay cosas que no entiendes. Si me permitieras explicarme…