Bruja blanca, magia negra

—?No me digas? —exclamé, ocultando una sonrisa mientras sus oscuros dedos extraían una bolsa de tomates pera.

 

—Estos alargados se llaman Roma —explicó dejándolos sobre la encimera—. Se usan en las ensaladas, en la pizza y para las salsas. Y los peque?os son los cherry. Se pueden a?adir a las ensaladas o comerlos como si fueran caramelos.

 

Nunca había comido tomates ?como si fueran caramelos?, pero me tomé uno en ese momento y descubrí que su sabor ácido no casaba demasiado con el del café.

 

—Mmmm, ?qué rico! —exclamé, y Jenks se echó a reír, suspendido junto al dintel, con el tomate que sus hijos habían birlado. Detrás de él esperaba una de sus hijas, frotándose las manos.

 

—Tengo tres que maduraron en la planta —mostrándome los cortes y magulladuras de su cabeza cuando se puso a buscarlos—. Costaban un ojo de la cara, pero eran increíblemente rojos.

 

—?Quieres quedarte alguno? —le pregunté. él alzó la vista con una sonrisa de oreja a oreja que le sentaba de maravilla.

 

—Tengo otra bolsa en el coche. Tendrás que buscarte a otra persona a quien sobornar para que te proporcione las herramientas para hacer cumplir la ley.

 

—Entonces, no te importará que se lo cuente a tu padre —bromeé, haciendo que su sonrisa se desvaneciera.

 

Jenks entró de nuevo, manejando con facilidad el pesado tomate.

 

—Aquí tienes, Glenn. Mis hijos lo sienten mucho. No volverán a hacerlo.

 

Cogí la fruta al vuelo cuando la dejó caer.

 

—Pueden quedárselo —dije, y cinco chicos pixie y la hija de Jenks se abatieron sobre mi mano discutiendo en un tono de voz extremadamente alto y me lo arrebataron.

 

—?Eh! —gritó Jenks echando a volar tras ellos.

 

—?Estás seguro de que no quieres un café? —dije al oír que se abría la puerta de Ivy—. Creo que la reina del reciclaje tiene un vaso de poliestireno por algún sitio. Puedes llevártelo.

 

Glenn sacó los dedos de la bolsa de tomates y echó las manos atrás, situándose de espaldas a la puerta, en una posición que recordaba a la de descanso militar.

 

Estaba empezando a comportarse como un policía y, frunciendo el ce?o, pensé en la carrera desesperada que realizamos Ivy y yo en dirección al puente.

 

—No, tengo que irme. Pero quiero que me des tu opinión sobre lo de anoche.

 

—Fue un verdadero asco, ?por qué?

 

—No me refiero a lo que te pasó a ti —dijo secamente—. ?Es que no lees los periódicos?

 

Intrigada, me aparté de la encimera y me dirigí a la mesa, donde encontré el diario, envuelto todavía en el plástico. Debajo había una foto de Jenks y mía delante del puente de Mackinaw que había rescatado el día anterior del incendio del frigorífico. Con cuidado, moví la fotografía y abrí el periódico.

 

—?Dónde tengo que mirar? —pregunté, encorvada encima.

 

—Primera página —respondió sin más.

 

?Oh, Dios! Con una mueca de dolor, leí: ?Tres hospitalizados. Posible ritual demoníaco de madrugada?. Había una fotografía de un montón de ambulancias en la oscuridad, y la escena estaba iluminada por un coche en llamas. La gente se arremolinaba delante de una tienda. Desde mi hombro, Jenks, que había vuelto de estar con sus hijos, dejó escapar un silbido.

 

—Esto… Yo estuve en casa toda la noche —dije pensando que, de un modo u otro, me culparían de aquello. Fuera lo que fuera—. Hablé con tu padre sobre las doce. Estoy segura de que avalará lo que estoy diciendo. —A continuación me incliné hacia delante y reconocí la silueta del local. ?La pista de patinaje de Aston′s?—. No estarás trabajando en esto, ?verdad? —pregunté, preocupada—. Glenn, es posible que te encuentres bien, pero tu aura sigue siendo muy delgada.

 

—Te agradezco el interés por mi persona —dijo apartando la vista del periódico y dirigiéndola hacia la caja abierta de la pizza—. ?Puedo coger un trozo? Me estoy muriendo de hambre.

 

—Y tanto —respondí mirando de reojo la instantánea en blanco y negro mientras Glenn atravesaba la cocina y agarraba un trozo de pizza—. Jenks, ?tú sabías algo de esto?

 

El pixie negó con la cabeza y aterrizó sobre el periódico, con las manos en las caderas, y la cabeza gacha mientras leía.

 

—Según lo que sabemos de la SI —explicó Glenn con la boca llena de pizza—, parece que la se?ora Walker se encontró con la se?ora Harbor. Hay tres personas en cuidados intensivos con da?os en el aura.

 

—?Eso es terrible! —exclamé, contenta de que no me hubieran echado las culpas—. ?Necesitas que vaya contigo a examinar la escena del crimen? —pregunté, animándome—. Es la pista de patinaje de Aston′s, ?verdad?

 

Glenn soltó una carcajada que acabó convirtiéndose en un ataque de tos y me quedé mirándolo, en lugar de a Ivy, que apareció de improviso en el umbral. Llevaba unos vaqueros y un jersey negro que le quedaban estupendamente, se había cepillado el pelo y se había maquillado ligeramente.

 

—No es necesario, pero gracias por el ofrecimiento —dijo, sin percatarse de la presencia de Ivy.

 

Ofendida, me senté en mi silla.