Bruja blanca, magia negra

—Trato hecho.

 

Inclinándome, saqué la sartén de debajo de la encimera y la puse sobre los hornillos. Entonces empecé a elucubrar qué hechizos complementarios podía preparar para asegurarme de que Al no se cabreara tanto que me culpara de su error. Deberían ser hechizos terrenales para no tener que interceptar una línea. Por suerte, eran los que mejor se me daban. Especialmente los somníferos de duración determinada.

 

Ivy se puso en pie a toda velocidad y Jenks y yo dimos un respingo.

 

Una de dos, o no se había molestado en ocultar su velocidad vampírica, o tenía problemas para controlarla. Al ver nuestras caras de sorpresa, sonrió divertida.

 

—El coche de Glenn está al final de la calle —dijo, y Jenks se elevó con expresión de incredulidad—. Voy a vestirme —a?adió marchándose con el café en la mano.

 

—?Por el tanga rojo de Campanilla! —exclamó Jenks, siguiéndola—. ?Lo hueles desde aquí?

 

—Hoy sí —se la oyó responder a lo lejos conforme entraba en su habitación.

 

Me apreté el cinturón de la bata. ?Sería yo capaz de renunciar a ser tan especial para amar a alguien, o me buscaría un nuevo amor?

 

El chirrido de la puerta delantera y el alboroto que organizaron los pixies justo después me dieron a entender que Jenks había abierto la puerta al agente de la AFI y, cuando el hombre alto entró, con una bolsa de papel en la mano, lo recibí con una sonrisa. Los pixies revoloteaban a su alrededor, armando un gran jaleo al entrar y salir de la bolsa mientras la dejaba sobre la encimera. Su mirada se dirigió al hueco de la pared con expresión interrogante.

 

—?Qué le ha pasado a vuestro frigorífico?

 

—Lo reventé —dije fijándome en las magulladuras que empezaban a desvanecerse y en su cabeza recién rapada para disimular los destrozos que le habían quedado tras su estancia en el hospital. No recordaba haberlo visto nunca con vaqueros, y por debajo de su abrigo de cuero asomaba un suéter negro—. Te veo mucho mejor —dije cuando se quedó mirando mi bata.

 

—Ehhh… Son las tres de la tarde, ?no? —preguntó de pronto, como si no estuviera seguro.

 

—Sí, así es —respondí al tiempo que le daba un fuerte abrazo. Me alegraba tanto de verlo—. ?Qué tal van los amuletos que le di a tu padre? ?Te apetece un café? ?Unas tortitas? Por cierto, gracias por ayudarme a escapar del hospital. Te debo una.

 

No podía dejar de sonreír. Había creído que moriría, o que se pasaría meses ingresado, y en aquel momento se encontraba en mi cocina, con una bolsa de papel en la mano y solo un peque?o atisbo de estrés en su rostro.

 

Glenn desvió la mirada hacia la cafetera y, a continuación, volvió a fijarse en el espacio vacío.

 

—Veamos, los amuletos están funcionando, supongo, no tienes por qué agradecerme que te ayudara a salir y lo siento, pero no puedo quedarme a tomar café. El departamento se enteró de lo que os pasó anoche, y los chicos me pidieron que os trajera un detalle. No eres invencible, ?sabes? No llevas ninguna S escrita en el pecho. —Y con gesto vacilante, frunció el ce?o inclinándose lo bastante como para que percibiera el olor de su loción de afeitar—. ?Cómo está Ivy? Tengo entendido que se llevó la peor parte.

 

—Como una rosa —respondí secamente mientras curioseaba en el interior de la bolsa junto a los pixies para ver… ?Tomates? ?Ha comprado tomates con los fondos para regalos de la AFI?—. Esto… Se está vistiendo —a?adí sorprendida. ?De dónde los habrá sacado?

 

—?Joder! ?Sí que se recuperan rápido los vampiros! —dijo con una expresión interesada en sus ojos oscuros mientras se inclinaba para echar una ojeada al interior de la bolsa y yo seguía husmeando—. Yo necesité cinco días. No me extra?a que Denon quiera convertirse en uno.

 

—Sí, bueno… Todos cometemos errores. —Tres de los hijos de Jenks se alzaron con un tomate cherry, discutiendo sobre quién se quedaría las semillas—. Glenn, ?compraste todo esto tú solo?

 

él esbozó una amplia sonrisa, frotándose la nuca con la mano.

 

—Pues sí. ?Es mucho?

 

—No, si vas a celebrar una reunión familiar —respondí, sonriendo para que supiera que le estaba tomando el pelo—. ?Maldita sea! ?Estás hecho todo un hombre! ?De veras entraste en una tienda e hiciste la compra?

 

él se acercó a la bolsa, inclinándose para echar un ojo, con un gesto de impaciencia que resultaba encantador en un hombretón de color.

 

—Deberías haber visto cómo me miraban —dijo metiendo la mano y haciendo crujir la bolsa—. ?Sabías que hay más de una variedad de tomates? Este es un corazón de buey —explicó dejando un tomate del tama?o de mi pu?o sobre la encimera—. En rodajas, va muy bien para los sándwiches. Y la mujer de la tienda me explicó que también se puede cortar en gajos y cocinarlo a la parrilla.