Bruja blanca, magia negra

Jenks iba muy por delante de mí, y casi corrí hacia la puerta, presionando los interruptores conforme avanzaba. El gong de la campana que utilizábamos como timbre sonó una vez, no demasiado fuerte, y me sacudí los restos del hechizo de la camisa.

 

Aunque el santuario rebosaba luz, el vestíbulo estaba a oscuras. En ese momento me invadió una sensación de alivio, pues Bis había retirado las pintadas del cartel exterior, seguida por la reflexión de que realmente tenía que invertir en una mirilla. O en unas luces. Con el pulso acelerado, agarré la manivela, agachándome cuando Bis aterrizó junto a la puerta aferrándose a la pared como un enorme murciélago. Ahora tenía las orejas pegadas a la cabeza y se desplazó hasta colocarse a la altura de mi cabeza. Jenks se encontraba en mi hombro y, esperando que los pixies siguieran durmiendo, abrí la puerta.

 

Rynn Cormel se encontraba en el porche de mi casa, algo ladeado, bajo la luz amarillenta del cartel. Tenía prácticamente el mismo aspecto que unas horas antes: el abrigo largo, el sombrero redondo, los restos de nieve sobre sus relucientes zapatos y las manos en los bolsillos. Detrás de él, en la oscuridad de la calle, había dos coches de una longitud considerable. No eran limusinas, pero les faltaba poco para serlo.

 

Con una sonrisa de bienvenida, inclinó la cabeza hacia Jenks y hacia mí, echando un rápido vistazo al lugar desde el que acechaba Bis, casi como si pudiera ver a través de la pintura y las tablillas.

 

—?Se encuentra bien? —pregunté, jadeante.

 

—Mejor que bien —respondió con su voz áspera y un marcado acento neoyorquino—. Es una obra maestra —a?adió sacando una mano enguantada del bolsillo para se?alar el segundo coche.

 

Jenks chasqueó las alas y se acercó aún más a mi cuello en busca de calor mientras yo entrecerraba los ojos. Un grupo de personas empezó a descender del segundo coche, pero no había ni rastro de Ivy, y su comentario pasó a no hacerme ninguna gracia.

 

Rynn Cormel sonrió al ver mi evidente enfado, cabreándome todavía más.

 

—No me he aprovechado de ella, Rachel —dijo secamente—. Piscary es un artista y soy capaz de apreciar una obra de arte sin necesidad de poner mis dedos encima, echándola a perder.

 

—?Es una persona! —le espeté, con los brazos cruzados para protegerme del frío, sin salir del pórtico.

 

—?Y magnífica, por cierto! Te felicito por tu buen ojo.

 

?Dios! Aquello era vomitivo. Jenks movió las alas contra mí, y yo miré más allá de Rynn, divisando en la tenue luz el cuerpo de Ivy desfallecido en los brazos de un tipo corpulento. Llevaba una camiseta negra que le marcaba los bíceps mientras transportaba a Ivy como si nada. Detrás de él había un segundo tipo con abrigo y botas.

 

—?Has dicho que estaba bien! —le acusé, dándome cuenta de que estaba inconsciente.

 

El maestro vampírico se echó a un lado mientras subían las escaleras, y yo me aparté de su camino cuando entraron, como si se tratara de su propia casa, dejando un fuerte olor a vampiro tras de sí.

 

—Y lo está —dijo mientras pasaban junto a mí—. Está dormida, y probablemente preferiría seguir así hasta bien entrada la noche. Sus últimas palabras dejaron bien claro que quería volver a casa. —Entonces sonrió, agachando la cabeza para parecer perfectamente normal, perfectamente vivo. Perfectamente letal—. Utilizó palabras que no dejaban lugar a dudas. Pensé que no podía hacerle ningún da?o.

 

Ya me imaginaba yo que no.

 

—?Su habitación está a la derecha! —les grité. No quería seguirlos y dejar a un antiguo presidente de los Estados Unidos de pie en el porche. Jenks despegó de mi hombro y, en medio de una gran cantidad de polvo por la indecisión, salió tras ellos.

 

—Ya los guío yo —dijo el pixie—. Por aquí.

 

Me volví de nuevo hacia Cormel con los brazos todavía cruzados sobre el pecho. No me importaba que diera la sensación de estar a la defensiva.

 

—Gracias —dije secamente, pensando que me mostraría más sincera cuando averiguara lo fastidiada que estaba Ivy.

 

Una vez más, el hombre alto inclinó la cabeza.

 

—Gracias a ti.

 

No dijo nada más y el silencio se volvió incómodo. Bis alzó una oreja y Cormel desvió la mirada. Entonces se escuchó un suave golpe en el interior de la iglesia y después, nada.

 

—Voy a intentar encontrar la manera de conservar su alma después de muerta —aseguré.

 

—Lo sé —respondió con la sonrisa que había salvado el mundo, aunque yo percibí al monstruo que se escondía tras ella. Tenía que evitar que Ivy se convirtiera en aquello. Era repugnante.

 

Sin apartar la vista de Cormel, escuché cómo se acercaba el sonido de los pasos y de las alas del pixie. Estaba de pie, en el umbral de la puerta, con las piernas abiertas y los brazos cruzados, y me negué a moverme cuando los hombres pasaron rozándome; tras bajar los escalones de cemento, se adentraron en la oscuridad. Con una última inclinación de cabeza, Rynn Cormel se dio media vuelta y los siguió, subiéndose al primer coche, cuya puerta acababa de abrir uno de sus hombres. Acto seguido, escuché cerrarse otras dos puertas y, lentamente, se alejaron calle abajo.