Bruja blanca, magia negra

—Me has dado un susto de muerte —me quejé. ?Y qué hacías ahí de pie, mirándome?

 

—Lo siento.

 

Entonces soltó a Rex y se acercó al fregadero para calentar su taza bajo el chorro de agua hirviendo.

 

Con fingida naturalidad, me dirigí a mi silla y me senté, intentando que no diera la sensación de que la estaba evitando. No parecía arrepentida, más bien al contrario. Estaba… espectacular, con un ligero toque rosado sobre su piel de alabastro. Parecía sentirse muy cómoda con su bata negra, y se movía de una forma ligeramente provocativa. Sagaz. Era evidente que la noche en casa de Cormel había hecho mucho más que salvar su vida.

 

—?Cómo te encuentras? —le pregunté, vacilante, echando un vistazo a la pizza y decidiendo que mi estómago no la soportaría—. Cormel te trajo a casa alrededor de la medianoche. Ummm… Tienes muy buen aspecto.

 

El ruido del café al caer en la taza se escuchó con fuerza, y dijo sin mirarme:

 

—Increíblemente bien. No siento ni el más mínimo picor ni la más insignificante molestia. —Su voz sonaba tensa y abatida y, cuidadosamente, volvió a colocar la jarra en su sitio—. Me odio a mí misma, pero ma?ana me sentiré mejor. Me apoderé de la sangre de alguien para no morir. Mi único consuelo es que no eras tú. —Acto seguido se giró y, alzando la taza como si brindara, a?adió—: Por las peque?as victorias.

 

Al verla allí, junto al fregadero, con la isla central entre nosotras, no supe qué decir.

 

—Lo siento —dije quedamente—. No me importa lo que hiciste. Simplemente, me alegro de que estés bien.

 

Ella bajó la vista y se quedó mirando la taza que tenía entre las manos.

 

—Gracias. Las dos sabemos que el monstruo está ahí, ?verdad? No hace falta que salga a la luz.

 

Sus palabras rezumaban resignación, y protesté:

 

—Ivy, tú no eres ningún monstruo.

 

Ella me miró a los ojos por un instante y luego apartó la vista.

 

—Entonces, ?por qué me siento tan bien, después de lo que hice anoche?

 

No sabía qué responder, pero de pronto recordé a los ni?os del hospital, que habían comparado la magia negra con la quimioterapia.

 

—Lo único que sé es que te salvó la vida, y que me alegro de que estés bien.

 

Ella se llevó el café hasta el ordenador y, con los labios fruncidos, retiró dos libros de su silla y se sentó ante la pantalla apagada.

 

Tenía muchas más cosas que decir, pero no sabía cómo sacar el tema. Agucé el oído intentando escuchar un aleteo, pero no se oyó ni una mosca. Una de dos, o Jenks estaba en el santuario con sus hijos, o estaba cotilleando nuestra conversación con un sigilo inusitado.

 

—Esto… Ivy. Quiero preguntarte algo.

 

Apartándose el pelo de los ojos, agitó el ratón y reactivó la pantalla del ordenador.

 

—?Sí?

 

?Sí? Sonaba bastante inocente, pero el corazón me latía a toda velocidad, y sabía que ella lo sabía y que su indiferencia era fingida. Con las manos rodeando mi taza caliente, inspiré lentamente.

 

—Si pudieras, ?lo dejarías todo para convertirte en un humano?

 

Sin mover el ratón, fijó la vista en mí con gesto inexpresivo.

 

—No lo sé.

 

De pronto se escuchó un chasquido seco de alas de pixie y Jenks irrumpió dejando tras de sí una estela de polvo dorado.

 

—?Qué? —vociferó, situándose entre ambas con su acostumbrada pose de Peter Pan—. ?Rachel te dice que puede acabar con tus ansias de sangre y tú le contestas que no lo sabes? ?Qué demonios te pasa?

 

—?Jenks! —exclamé, aunque no me sorprendió en absoluto que hubiera estado espiando—. ?No he dicho que pueda convertirla en un humano! Le he preguntado si, en caso de que se le planteara la posibilidad, estaría dispuesta a hacerlo. Y deja de escucharnos a escondidas, ?vale?

 

Ivy negó con la cabeza.

 

—Supongamos que me convirtiera en un humano y que las ansias de sangre desaparecieran. ?Qué me quedaría? No es el deseo de sangre lo que me corrompió, sino Piscary. Seguiría mezclando la brutalidad con los sentimientos amorosos. La única diferencia sería que, si le hiciera da?o a alguien en un momento de pasión, me sentiría fatal. Al menos ahora, disfrutaría.

 

Jenks replegó las alas y, por unos instantes, el polvo que despedía adquirió un tono verdoso.

 

—?Oh!

 

—Por no hablar de que me volvería mucho más frágil y que descendería en la cadena alimentaria —a?adió concentrándose en la pantalla para evitar nuestras miradas mientras su rostro se te?ía de un ligero rubor—. Cualquiera podría aprovecharse de mí y probablemente lo haría, teniendo en cuenta mi pasado, pero ahora nadie se atrevería.

 

Sintiendo frío, me arrebujé en la manta.