Bruja blanca, magia negra

Frustrada, me cambié el teléfono de oreja. Seguía sin pillarlo.

 

—Mia no te tiene miedo —dije—. Lo único con lo que puedes negociar es con Holly, y es bastante inconsistente. Le preocupa que caiga en manos de la Walker. Si prometes que no entregarán a la ni?a al tribunal de menores, que no habrá custodia temporal y que permitirás que permanezca en todo momento junto a su madre, es posible que decida entregarse, aunque solo sea para demostrarte lo ruin y despreciable que eres.

 

—No pienso prometerle nada —dijo Edden, con una rabia tan profunda que Jenks chasqueó las alas preocupado—. Abandonó a mi hijo para que muriera. Su hija es problema de los servicios sociales, no mío.

 

Furiosa, le respondí airadamente:

 

—Tienes razón. Para cuando Holly empiece a campar a sus anchas, tú ya te habrás retirado. Mientras que yo habré logrado que se reconozcan mis méritos. Si es que sigo con vida. ?Vamos! —lo animé, al darme cuenta de que se había quedado callado—. ?Por qué no intentas verlo desde una perspectiva más amplia? Si le dices a Mia que su hija puede quedarse con ella, tal vez consigas que se entregue como gesto de buena voluntad. De ese modo, todos saldremos ganando y tú te habrás mostrado como un ser humano benevolente que permite a una pobre mujer encarcelada quedarse con su hija. Ella cumplirá la pena por haberle dado una paliza a Glenn y después podrá reinsertarse pacíficamente en la sociedad prometiendo ser buena. La tendrás controlada y, lo que es mejor, tendrás controlada a Holly.

 

—?Y qué me dices de los Tilson? —preguntó. Torcí el gesto, aunque él no pudo verlo. ?Oh, no! ?Me había olvidado de ellos!

 

Seguí trabajando la mezcla, sintiendo un dolor incipiente en el hombro.

 

—Lo más probable es que culpe de todo a Remus, y bien sabe Dios que se merece todo lo que le pase. Una vez que la tengas entre rejas, tendrás el control. Cada cosa a su tiempo.

 

De nuevo, se produjo un largo silencio.

 

—Veré lo que puedo hacer.

 

Aunque a rega?adientes, se trataba de una concesión y, antes de que pudiera decir nada, la línea se cortó.

 

—?Edden! —exclamé, pero era demasiado tarde. No podía presentarme delante de Mia con un ?veré lo que puedo hacer? y, contrariada, coloqué el teléfono en la base de carga y emití un sonido de frustración mirando al techo—. Las típicas chorradas corporativistas —murmuré.

 

Jenks voló hasta la isla central y dejó de mover las alas mientras yo terminaba de pesar la última brizna de polvo.

 

—?Por qué la estás ayudando, Rachel?

 

Con los ojos puestos en la balanza, soplé para retirar un poco de polvo y contuve la respiración hasta que apareció el resultado.

 

—No lo hago —respondí, satisfecha con la cantidad—. Intento que no me culpen del resurgir de una especie de inframundanos letal. Si conseguimos mantenerla en prisión el tiempo suficiente, Remus estará muerto para cuando salga, y no le resultará tan sencillo tener otro hijo.

 

Era el turno de las virutas del reloj y, una vez hube terminado, abrí el horno para sacar la última botella. Jenks se aproximó a disfrutar de la corriente de aire caliente y, una vez que deposité todo en su interior y le puse el tapón, sentí una punzada en mi consciencia. No era como si alguien estuviera interceptando la línea que pasaba por el exterior de la iglesia, sino más bien la sensación de ser capaz de percibirla sin necesidad de intentarlo. Entonces alcé la vista y descubrí a Bis entrando con dificultad en la cocina, con la piel del mismo tono blanco del techo, en lugar de su color oscuro habitual. Mi sonrisa de bienvenida se desvaneció cuando me quedé mirando sus ojos rojos y me di cuenta de que sus enormes y peludas orejas estaban inclinadas, casi paralelas a la cabeza.

 

Al ver que lo había notado, la joven gárgola descendió hasta la encimera.

 

—?Por la santa madre de Campanilla! —exclamó Jenks, cruzando la mitad de la cocina como una exhalación y dejando una estela de polvo como la tinta de un pulpo—. ?Qué demonios te pasa, Bis?

 

Dejé la botella junto a las otras dos, alineadas bajo la cubeta que utilizaba para las disoluciones, y me sequé las manos en los vaqueros.

 

—Hola, Bis —dije—. ?Vienes buscando un poco de calor?

 

Bis agitó las alas extendidas y, con la espalda encorvada, enrolló su cola leonina como si estuviera nervioso.

 

—Hay dos coches ahí fuera. Creo que se trata de Rynn Cormel.

 

Inspiré el aire entre los dientes, sintiendo una descarga de adrenalina que hizo que me doliera la cabeza.

 

—?Está Ivy con ellos? —pregunté, poniéndome en marcha.

 

—No lo sé.