Bruja blanca, magia negra

Jenks aterrizó en mi hombro con un largo y sonoro suspiro.

 

—?Dentro o fuera, Bis? —pregunté, y la gárgola se dirigió hacia el interior. Entonces se oyó una risa complacida desde las vigas del techo y cerré la puerta, aislándonos de la oscura noche. Las alas de Jenks estaban frías, y decidí preparar unas galletas para calentar la iglesia.

 

Caminando lentamente, me adentré en el santuario. Bis se encontraba en una de las vigas maestras junto a tres de los hijos mayores de Jenks. Tenía las orejas gachas mientras decidía qué hacer con ellos, y me pareció que estaba para comérselo cuando intentó parecer inofensivo volviéndose de color blanco y manteniendo las alas plegadas. Bis no entraba en casa a menudo, pero en esta ocasión toda la iglesia daba la sensación de replegarse, rodeando a la vampiresa herida, reforzándola para la lucha.

 

—?Se encuentra bien? —le pregunté recorriendo el pasillo de puntillas.

 

—Apesta a vampiro —opinó—, pero su aura es realmente gruesa.

 

Realmente gruesa. ?Más gruesa de lo normal?, cavilé, sin saber si aquello era bueno o malo, suspirando al tocar la puerta de Ivy al pasar. Me alegraba tenerla de nuevo en casa. La iglesia parecía… casi la de siempre.

 

Solo unos días más, pensé llegando a la cocina y encendiendo el horno para precalentarlo. Solo unos días más y todo volvería a la normalidad.

 

Sin embargo, cuando miré las botellas tapadas, alineadas y listas para utilizar, me pregunté si estaría en lo cierto.

 

 

 

 

 

25.

 

 

—?Oh, Dios! Creo que voy a vomitar —susurré, con la cabeza inclinada sobre el regazo, tapando el espejo adivinatorio con el pelo. El frío matutino, mezclado con las náuseas, hacía que me sintiera fatal y, cuando apoyé la mano en la cavidad del pentáculo que estaba grabado en la superficie del cristal, me mareé. La línea luminosa que penetraba en mi interior seguía haciéndolo con saltos y sacudidas. Era evidente que el aura todavía no había vuelto a la normalidad.

 

Rachel llamando a Al. Al, manifiéstate, pensé sarcásticamente, mientras hacía un último intento por ponerme en contacto con el demonio. Sin embargo, al igual que en las ocasiones anteriores, se negó a responder, dejándome en aquella especie de pantano, incómodo y vertiginoso. Me encorvé, sintiendo como si el mundo entero desapareciera bajo mis pies. El estómago me dio un vuelco y, apenas rompí la conexión, vomité sobre el suelo de la cocina.

 

—?Por todos los demonios! —exclamé casi en un susurro. Temblando, reprimí el deseo de arrojar el espejo hacia el otro extremo de la cocina y me incliné para ponerlo bruscamente en los estantes de debajo de la isla central. Entonces, derrumbándome sobre la silla, me quedé mirando la silenciosa habitación. Debían de ser las tres de la ma?ana. Ivy todavía no se había levantado, pero los pixies estaban despiertos, intentando no hacer ruido para no despertarla. Eché un vistazo a la pizza fría de la noche anterior y, sintiendo que las náuseas desaparecían a la misma velocidad que habían llegado, agarré un trozo y le di un mordisco.

 

??Está asquerosa! —mascullé, dejándola de nuevo en la caja. Era demasiado mayor para aquello.

 

No se oía ni el más mínimo murmullo, y hacía bastante frío, por lo que estar en bata no ayudaba mucho. Rex apareció en el pasillo, se sentó en el umbral y enrolló la cola alrededor de sus patas. Quité un trozo de salchichón picante de la porción de pizza que había desechado y se lo ofrecí; la gata se acercó lentamente, tomándolo con remilgada precisión.

 

—Buena chica —susurré, acariciándole las orejas después de que se acabara el bocado.

 

Tenía demasiadas cosas que hacer aquel día como para estar sentada en bata dándole un trozo de pizza fría a la gata y, tras coger la taza, la rellené y me quedé junto al fregadero viendo caer la nieve. Nuestros alimentos perecederos, amontonados en la mesa plegable, tenían un aspecto extra?o. Suspiré.

 

Faltaban pocas horas para Nochevieja, y a mí me habían excluido. Qué manera más agradable de empezar el a?o. Aun así, no debía extra?arme, teniendo en cuenta que estaba considerando realizar un hechizo para obligar a un demonio a encontrarse conmigo en un lugar público. Quizás debía entrar por la fuerza en alguna oficina vacía desde la que se viera la plaza. Tal vez soy una bruja negra.

 

Con un humor de perros, bebí un trago de café y cerré los ojos mientras notaba cómo descendía por la garganta y arrastraba la leve sensación de náusea que todavía me recorría. Me di la vuelta y estuve a punto de tirarme encima el café cuando descubrí a Ivy en la puerta, con su bata negra de seda, observándome con los brazos cruzados.

 

—?Joder! —exclamé, sonrojándome—. ?Cuánto tiempo llevas ahí?

 

Ivy sonrió con los labios cerrados, mientras las pupilas se le dilataban lentamente debido a la descarga de adrenalina que habría dejado escapar.

 

—No mucho —respondió, agarrando a Rex y dándole un achuchón.