Bruja blanca, magia negra

Que las luces que nos rodeaban fueran verdes y rojas no quería decir que fuera un vecindario humano. La mayoría de los vampiros celebraban la Navidad, del mismo modo que un buen número de humanos celebraban el solsticio. Ivy todavía no había retirado el árbol de la sala de estar, y nos intercambiábamos regalos cuando nos apetecía, y no en una fecha concreta. Por lo general, sucedía apenas una hora después de que yo hubiera vuelto de comprar los míos. El control de los impulsos era cosa de Ivy, no mía.

 

—Debe de ser esa —dijo quedamente, y Jenks agitó las alas para entrar en calor, consiguiendo ponerme de los nervios. Un poco más adelante, en la acera izquierda, había un grupo de coches patrulla aparcados y con las luces apagadas, lo que hacía que, con la escasa iluminación, parecieran de color gris. En una esquina, en un lugar en el que había un poco de luz, había dos personas de pie, curioseando, mientras sus perros tiraban con fuerza de las correas con intención de entrar. Todavía no había ninguna furgoneta de los informativos, pero no tardarían en llegar. Casi podía olerlas.

 

Tampoco se divisaba ningún coche patrulla de la SI, lo que supuso un alivio, ya que lo más probable habría sido que enviaran a Denon. No había vuelto a ver al vampiro de origen humilde desde el verano, cuando había puesto al descubierto su tapadera de los hombres lobo asesinos, y me hubiera jugado lo que fuera a que habían vuelto a degradarlo.

 

—Por lo visto, la SI no tiene intención de presentarse.

 

—?Y qué esperabas? A ellos les da lo mismo que le propinen una paliza a un miembro de la AFI.

 

Me acerqué lentamente al bordillo y aparqué el coche.

 

—Podrían hacerlo si el culpable fuera un inframundano.

 

Jenks soltó una carcajada.

 

—Lo dudo mucho —opinó.

 

Tras decir aquello, sentí un tirón en mi gorro, lo que significaba que se estaba introduciendo bajo la suave lana para el viaje de entrada.

 

Desgraciadamente, tenía razón. Por mucho que a la SI le correspondiera investigar los delitos cometidos por las especies sobrenaturales, no tendrían ningún reparo en ignorar un crimen si les venía en gana y, de hecho, lo habían hecho en más de una ocasión. Aquel era el motivo por el que se había creado la AFI, una fuerza policial formada por humanos. Tiempo atrás creía que, en cierto modo, la SI le daba mil vueltas a la AFI, pero después de un a?o colaborando con ellos, estaba impresionada y gratamente sorprendida por la información que conseguían recabar.

 

Hacía solo cuarenta a?os que, durante la Revelación, todas las especies del Inframundo, entre las que se encontraban los vampiros, los brujos y los hombres lobo, habían colaborado activamente para evitar que los humanos se convirtieran en la última especie en vías de extinción después de que una variedad de tomates alterada genéticamente sufriera una mutación y acabara con una buena parte de la población humana. Aunque, para ser sinceros, si los humanos hubieran desaparecido de la faz de la Tierra, la mayor parte de los inframundanos lo hubiera pasado muy mal cuando los vampiros hubieran empezado a perseguirnos a nosotros, en vez de a los maleables, ingenuos y felices humanos. Por no hablar de que tanto al jefe supremo de los vampiros como al de los hombres lobo les gustaba mantener su alto nivel de vida, y eso no era posible sin el respaldo de una población.

 

—?Qué estás haciendo? —preguntó Ivy con la mano apoyada en la puerta al verme revolver bajo el asiento.

 

—Debo de tener una identificación de la AFI por algún sitio —musité, retirando la mano de golpe cuando, inesperadamente, mis dedos tocaron algo frío y blando.

 

Ivy me miró con una tenue sonrisa en sus labios cerrados.

 

—Todos los miembros de la AFI conocen tu coche.

 

Emitiendo un suave sonido que indicaba que estaba de acuerdo, desistí y me puse los guantes. En efecto, ninguno de ellos tendría problemas en reconocerlo, teniendo en cuenta que me lo habían dado como pago por haberles ayudado en una ocasión, algo que la mayoría parecía haber olvidado últimamente.

 

—?Estás listo, Jenks? —pregunté. Como única respuesta, me pareció oír una larga ristra de palabrotas. Algo sobre mi acondicionador y vómito de hadas.

 

Ivy y yo salimos a la vez. La emoción de una misión me invadió al oír el ruido de las puertas cerrándose de golpe. Una vez de pie, junto a mi coche, inspiré profundamente, permitiendo que el aire cortante y seco llegara hasta el fondo de mis pulmones. Las nubes tenían el aspecto compacto que solo adquieren después de una fuerte nevada, y podía oler el asfalto, blanco por la sal y tan frío y seco que podía quemar los dedos con solo tocarlo.