Emití un peque?o gru?ido y me crucé de brazos. En mi mente había deseos de venganza.
—?Vamos, Edden! Es así como nos ganamos la vida —dije—. ?Por qué no dejas que te ayudemos?
El peque?o agente me miró con expresión interrogante y un asomo de sarcasmo en sus ojos.
—Es así como Ivy se gana la vida. Tú no eres un detective, Rachel. Tan solo te dedicas a encarcelar a la gente. Apenas sepamos quién lo ha hecho, te lo haré saber. En caso de que se tratara de un brujo, te llamaré.
Aquel comentario me sentó como una bofetada en plena cara, y entrecerré los ojos. Ivy percibió mi irritación y se reclinó hacia atrás, decidida a permitir que me pusiera a chillarle. Sin embargo, en lugar de ponerme en pie y mandarlo de vuelta a la Revelación (lo que provocaría que nos echaran a ambos del hospital), me tragué mi orgullo y me limité a agitar el pie con rabia.
—Entonces, dale la dirección a ella —dije deseando darle una patada accidental en la espinilla—. Es capaz de encontrar el pedo de un hada en medio de un vendaval —a?adí, tomando prestada una de las expresiones favoritas de Jenks—. ?Y si se tratara de un inframundano? ?Estás dispuesto a correr el riesgo de perderlo solo por tu ?orgullo humano??
Quizás había sido un golpe bajo, pero estaba cansada de acceder a los lugares en los que se había cometido un crimen después de que hubiera pasado el personal de limpieza.
Edden contempló la actitud burlona y expectante de Ivy y, tras quedarse mirando la forma admirable en que contenía mi rabia, sacó un cuaderno de notas del tama?o de la palma de su mano. Sonreí al oír el chirrido del lápiz mientras anotaba algo, sintiendo que me invadía una agradable mezcla de contención e impaciencia. Encontraríamos al agresor de Glenn y le pagaríamos con la misma moneda. E independientemente de quién lo hubiera hecho, más le valía que yo estuviera allí con Ivy, o la vampiresa lo sometería a su personal versión de la justicia.
Edden arrancó la hoja de papel con energía y, con una mueca de descontento, se la tendió a Ivy. Ella me la entregó sin ni siquiera mirarla.
—Gracias —dije con resolución, guardándola.
La suave fricción de unos zapatos sobre la moqueta me hizo levantar la vista, y me di la vuelta para dirigir la mirada hacia el mismo lugar que Ivy, que estaba mirando por encima de mi hombro. Ford avanzaba hacia nosotros arrastrando los pies, con la cabeza gacha y mi bolso en su mano. Sentí un momento de pánico y él reaccionó alzando la vista y sonriendo. Entonces cerré los ojos. Glenn estaba bien.
—Gracias, Dios mío —susurró Edden poniéndose en pie.
No obstante, necesitaba oírlo y, cuando Ford me entregó el bolso, que me había olvidado en la habitación, y agarró el café que Ivy le ofrecía, pregunté:
—?Se pondrá bien?
Ford asintió con la cabeza, mirándonos por encima del vaso de papel.
—Su mente está bien —dijo, haciendo un gesto de desagrado por el sabor del brebaje—. No ha sufrido da?os. En este momento se encuentra sumido en lo más profundo de su psique, pero, apenas su cuerpo se haya repuesto lo suficiente, recuperará la conciencia. Imagino que tardará un día o dos.
Edden suspiró tembloroso, y Ford se puso rígido cuando el capitán de la AFI le estrechó la mano.
—Gracias. Gracias, Ford. Si puedo hacer algo por ti, solo tienes que decirlo.
Ford esbozó una tenue sonrisa.
—Es un placer poder darte buenas noticias. —Acto seguido, retirando la mano, dio un paso atrás—. Disculpadme, tengo que convencer a las enfermeras de que mantengan alejados a los médicos. No sufre tantos dolores como piensan, y están obstaculizando su recuperación.
—Lo haré yo —dijo Ivy poniéndose en marcha—. Les diré que puedo olerlo. No notarán la diferencia.
Un asomo de sonrisa curvó las comisuras de mis labios mientras se alejaba por el pasillo con paso lento pero decidido, llamando a una enfermera por su nombre. Edden no podía dejar de sonreír, y cuando cambió el peso del cuerpo de un pie a otro, me di cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas.
—Tengo que hacer un par de llamadas —dijo sacando el teléfono móvil. Entonces, preguntó vacilante—: Ford, ?sabes si Glenn puede oírme cuando le hablo?
Ford hizo un gesto de asentimiento, sonriendo con gesto cansado.
—Tal vez no lo recuerde, pero sí.
Edden pasó la mirada de Ford hacia mí. Era evidente que deseaba marcharse para estar con su hijo.
—Ve —lo animé, dándole un cari?oso empujoncito—. Y dile a Glenn que quiero hablar con él cuando se despierte.
Caminando a paso ligero, Edden se dirigió a la habitación. Suspiré, contenta de que aquella historia fuera a tener un final feliz. Estaba cansada de las otras. Ford parecía complacido, y aquello también suponía un alivio. Vivir así debía de ser un infierno. No era de extra?ar que no le contara a nadie lo que era capaz de hacer. Lo habrían acosado hasta el delirio.