Bruja blanca, magia negra

?Oh, Dios! ?Marshal!, pensé, a punto de dejar caer la resbaladiza botella de almacenamiento al recordar la exclusión. ?Qué iba a decirle? O, mejor dicho, ?cómo iba a decírselo? ?Eh! ?Qué tal? Sé que acabamos de tener sexo con la ropa puesta, pero no te vas a creer lo que acabo de descubrir. La exclusión era contagiosa y no quería que se quedara sin trabajo por mi culpa. Para ser más exactos, no quería que nadie volviera a quedarse sin trabajo por mi culpa. Era como una jodida peste negra.

 

Mentalmente exhausta, enjuagué las botellas con agua salada y alargué el brazo para coger el pa?o de cocina. Además, ?las cosas estaban yendo tan bien! (A excepción, claro está, de aquel último embrollo). Finalmente había conseguido que los hombres lobo me dejaran tranquila devolviéndoles el foco. Gracias a haber salvado a Trent, los elfos ya no me molestaban a pesar de lo que podríamos denominar mis ?tendencias demoníacas?. Los vampiros estaban algo tensos, pero, en mi opinión, ya me había ocupado de ello. Ivy se pondría bien y nuestra relación iba a ser mucho menos caótica. Y justo cuando parecía tenerlo todo controlado, y que podía tener algo normal con un tipo normal y hacer cosas normales, mi propia gente se me había echado encima.

 

—Tiene que haber sido Tom —me dije entre dientes subiéndome de nuevo las mangas y quitando el tapón del fregadero.

 

Los tipos jóvenes y atractivos, con un buen trabajo y a los que no les importaba estar con una mujer que una vez a la semana pasa una noche en siempre jamás, no eran fáciles de encontrar. Tampoco es que Marshal y yo estuviéramos planeando pasar la vida juntos, pero ?por todos los demonios!, existía la posibilidad de que las cosas hubieran ido de ese modo. Pasado un tiempo, claro está. Pero ya no. ?Qué demonios ocurría conmigo?

 

De pie, delante de la oscura ventana, cerré los ojos y suspiré. No obstante, nuestro intercambio de energía había sido fantástico. ?Qué voy a contarle?

 

Con el ce?o fruncido, me dirigí hacia la encimera central y hacia los conjuros embotellados que esperaban ser formulados y envasados para el día siguiente. Me los llevaría a Fountain Square, encontraría un callejón y, cuando la multitud se pusiera a cantar Auld Lang Syne, los invocaría todos si fuera necesario. Y entonces hablaría con Al y dejaría claras unas cuantas cosas.

 

No obstante, aunque estaba deseando que llegara el momento, la idea de discutir con Al bajo la nieve junto a un fantasma desnudo y con una plaza llena de testigos me ponía los pelos de punta. Quizás podía alquilar una furgoneta y hacerlo en un aparcamiento de varias plantas. Al no me había dejado otra opción. Había intentado llamarlo, pero lo único que había sacado en claro por la molestia era un persistente dolor de cabeza y un escueto mensaje en el que me decía que me largara. Dadas las circunstancias, no tenía más remedio que hacerlo por las malas. Había accedido a no invocarlo, pero no había mencionado una palabra sobre no birlarle su última presa de delante de sus narices.

 

El suave zumbido de alas de pixies captó mi atención, y sonreí a Jenks con los labios cerrados cuando entró volando.

 

—Hola, Jenks —dije sacudiendo la botella negra para sacar el agua y secando el exterior, ansiosa por pasar a la parte divertida, que debía desarrollarse sobre mi encimera—. No habré despertado a tus hijos, ?verdad?

 

Jenks echó un vistazo a mis provisiones para preparar hechizos y dejó escapar una pizca de polvo dorado mientras se quedaba suspendido sobre la mesa.

 

—No. ?Todavía no ha llamado Cormel?

 

—No. —Fue una respuesta escueta, cargada de preocupación—. Pero se pondrá bien. De no ser así, cambiaré de profesión para convertirme en asesina de maestros vampíricos.

 

Aterrizó sobre la caja de pizza abierta, poniendo cara de asco a la salsa de ajo, que seguía intacta.

 

—Bien. Claro. Enfrentarse a una banshee está la mar de bien. Tenéis suerte de seguir con vida.

 

Coloqué la botella bocabajo en el horno frío y, tras encenderlo, dejándolo a baja temperatura, solté la puerta, que se cerró con un fuerte golpe. Se oyó un estrépito cuando la botella se volcó.

 

—?Qué te crees, qué no lo sabemos? —respondí, irritada—. Fue Mia la que nos atacó a nosotras, no a la inversa. ?Qué se suponía que debíamos hacer? ?Darnos la vuelta y hacernos las muertas?

 

—Si lo hubierais hecho, es posible que Ivy estuviera bien —masculló, aunque lo suficientemente alto para que lo oyera. Sacudí las últimas gotas de agua de la siguiente botella antes de darle una pasada superficial con el pa?o. La coloqué junto a la primera, que esta vez estaba apoyada contra la pared, y alargué la mano para coger la última.

 

—Ivy cree que es culpa suya que Mia aprendiera a matar sin dejar rastro —dije—. Intentó capturarla y, cuando no lo consiguió, aprendió la lección. La próxima vez, lo haremos juntas. —Al ver cómo bajaba las alas, a?adí—: Me refiero a todos nosotros. Tendremos que aunar fuerzas. Esa tipa es una zorra perversa.