—Es imposible hablar contigo, ?sabes? No tienes ni idea de lo que he hecho o de lo que soy capaz. Y eso tiene un coste. Nada es gratis. ?Sabes qué te digo? Que cojas a mamá y te vuelvas a tu segura casa, en tu seguro y moderno vecindario, con tu segura mujercita, y vivas tu segura y previsible vida, tengas unos hijos seguros y previsibles y mueras de una forma segura e inútil después de no haber hecho nada con tu vida. Yo me quedaré aquí y haré algo de provecho, porque eso es lo que hace la gente que está viva. No pienso dejarme llevar por los demás para encontrarme en el lecho de muerte preguntándome qué habría pasado si no hubiera llevado una vida segura.
La expresión del rostro de mi hermano se ensombreció. Tomó aire para decir algo, pero cambió de opinión. Deslizando la caja entre sus brazos, bajó las escaleras.
—Muchísimas gracias, Robbie —dije entre dientes—. Mírame. Estoy temblando. Vengo a comer con vosotros y acabo temblando.
Me dirigí hacia la escalera con la última caja de amigos muertos. Podía oír a Robbie y a mi madre hablando, pero no conseguía entender lo que decían. Cuando iba por la mitad de la escalera, me detuve. Mi cabeza quedó a la altura del suelo, eché un último vistazo. El libro no estaba allí arriba. Era evidente que lo tenía Robbie y que no pensaba dármelo. Tal vez podía buscar algo en internet. No era precisamente seguro hacerlo, pero quizás verlo activara mis recuerdos lo suficiente como para reconstruirlo.
Con las rodillas temblándome, bajé la escalera de espaldas, llegué al pasillo de paredes verdes y casi me choco con mi madre.
—?Oh, mierda! —exclamé tartamudeando. Por su expresión de abatimiento y los ojos vidriosos supe de inmediato que lo había oído todo—. Lo siento, mamá. No hagas caso de lo que he dicho. Solo estaba enfadada con él. No lo decía en serio. Deberías irte a Portland y estar con Takata. Esto… Donald.
La desdicha de mi madre se transformó en sorpresa al escuchar el verdadero nombre del rockero.
—?Te dijo su nombre?
Le devolví la sonrisa, aunque estaba muy disgustada.
—Sí, después de darle un pu?etazo. —El ruido de la puerta de atrás al cerrarse me sobresaltó. Era Robbie, que salía a tomar un poco el aire para tranquilizarse. Me daba lo mismo—. Lo siento —mascullé pasando junto a ella en dirección a la cocina—. Le pediré disculpas. No me extra?a que se fuera a vivir al otro lado del continente.
Mi madre cerró la trampilla de la buhardilla de un portazo.
—Tenemos que hablar, Rachel —dijo por encima del hombro mientras se dirigía, en dirección opuesta, a mi antiguo dormitorio.
Con un suspiro, me detuve sobre la moqueta verde, entristeciéndome más cuando la vi entrar en mi habitación. Estaba empezando a dolerme la cabeza, pero me apoyé la caja de los peluches en la cadera y la seguí con decisión, preparada para el sermón que me esperaba. No tenía intención de entrar en una pelea con Robbie, pero me había cabreado, y había cosas que tenía que decirle. Cosas como: ??Dónde demonios está mi libro??.
No obstante, apenas entré en el que había sido mi cuarto y encontré todos los objetos personales de mi padre apilados sobre mi cama, me quedé helada.
—Esto es para ti —dijo se?alando las polvorientas cajas—. Si lo quieres. Robbie… —Inspiró lentamente y, por un breve instante, se puso la mano en la frente—. Robbie cree que debería tirarlas, pero no puedo. Hay demasiadas cosas de tu padre en su interior.
Dejé la caja de los peluches en el suelo, sintiéndome culpable.
—Gracias. Sí, me encantaría. —Entonces tragué saliva y, al ver su aflicción, le dije—: Mamá, siento mucho que me hayan excluido. ?No es justo! Se están comportando como unos estúpidos, pero quizás debería dejarlo todo y marcharme.
Ella se sentó en la cama, sin mirarme.
—No. No deberías hacer algo así. Pero necesitas descubrir la manera de que te retiren la exclusión. Por muy rebelde que hayas sido siempre, no estás hecha para vivir al margen de la sociedad. Te gusta demasiado la gente. He oído lo que le decías a tu hermano. Le asusta ser un cobarde cuando te ve vivir según tus propias convicciones, de manera que te grita para sentirse seguro.
Me acerqué y empujé una caja para sentarme a su lado.
—No debería haber dicho eso —admití—, y de verdad pienso que deberías irte a… Portland. —Al decirlo, percibí un regusto amargo en la boca y me derrumbé—. Tal vez… —a?adí intentando deshacer el nudo que se había formado en mi garganta—. Tal vez debería olvidarme. Quizás, si me alejara de todo, me retirarían la exclusión.
Pero entonces tendría que dejar a Ivy y a Jenks, y no podría hacer eso.
Mi madre tenía los ojos brillantes cuando me cogió la mano.
—Yo me voy a ir, y tú te quedarás. Pero no voy a dejarte aquí sola.
Reprimí un escalofrío al pensar en sus intentos de encontrarme novio y, cuando tomé aire para protestar, me entregó un libro suave y brillante.
—?Es este el que estabas buscando? —preguntó quedamente.
Me quedé mirándolo con la boca entreabierta. Adivinación arcana y ciencia tangencial, noveno volumen. ?Era el libro! ?El que necesitaba!
—Es el libro que te dio Robbie en el solsticio, cuando tenías dieciocho a?os, ?verdad? —oí que me preguntaba—. Le pedí a Robbie que me lo diera, aunque no estaba segura de que fuera este. Y creo que también necesitarás esto.