Bruja blanca, magia negra

Entregué a Robbie el último vaso y saqué los cuencos del lavavajillas. La bruja de ojos furtivos de encima del fregadero hacía tictac y desde el fondo de la casa oí a mi madre trastear en busca de algo. Me resultaba extra?o estar allí, como cuando era peque?a. Yo fregaba los platos y Robbie los secaba. Evidentemente, ya no necesitaba subirme a una silla, y Robbie no iba vestido de grunge. Algunos cambios eran buenos.

 

Taconeando sobre los azulejos, mi madre entró con expresión de alegría. Me parecía tan satisfecha consigo misma que no pude evitar preguntarme qué estaría tramando, podía ser el hecho de tenernos a Robbie y a mí en casa.

 

—Gracias por la comida, mamá —dije mientras introducía un plato en el agua antes de que Robbie pudiera cogerlo—. Siento haberos hecho esperar tanto. De veras pensé que llegaría mucho antes.

 

Robbie emitió un sonido grosero, pero mi madre mantenía una expresión radiante mientras se sentaba con su vieja taza de café.

 

—Sé lo ocupada que estás —dijo—. Me limité a meter todo en una olla de cocción lenta para que pudiéramos sentarnos a comer cuando fuera que llegaras.

 

En aquel momento eché un vistazo a la antigua olla marrón enchufada a la pared intentando recordar la última vez que la había visto y si contenía comida o un hechizo. ?Dios! Esperaba que fuera un hechizo.

 

—Me han surgido un montón de cosas en el último momento. Créeme, de veras me hubiera gustado llegar antes.

 

?Y tanto que me hubiera gustado llegar antes! No les había contado la razón de mi retraso; no podía hacerlo teniendo en cuenta que Robbie buscaba cualquier motivo para pincharme a propósito de mi trabajo. Aquella noche su estado de ánimo rayaba la pedantería, lo que me preocupaba aún más.

 

Robbie cerró la puerta del armario con demasiada fuerza.

 

—Por lo visto, a ti siempre te surgen un montón de cosas, hermanita. Necesitas hacer algunos cambios en tu vida.

 

?Disculpa?, pensé entornando los ojos.

 

—?Como cuáles?

 

—No ha supuesto ningún problema, Robbie —interrumpió mi madre—. Sabía que probablemente llegaría tarde. Por eso he preparado esta comida.

 

Robbie volvió a gru?ir y sentí que me subía la presión sanguínea.

 

Mi madre se levantó y me dio un achuchón de costado.

 

—Si me hubiera enterado de que no estabas intentando hacer diez cosas antes de la Revelación, sí que me hubiera molestado. ?Te apetece un poco de café?

 

—Sí, gracias.

 

Mi madre era genial. Por lo general no tomaba partido en las discusiones que tenía con Robbie, pero si no lo hacía, mi hermano se pasaría la noche haciéndome reproches.

 

Le entregué un plato, negándome a soltarlo hasta que conseguí que me mirara, y le lancé una mirada para que cerrara la boca. Estaba convencida de que me había mentido cuando me había dicho que el libro no estaba donde lo había dejado y de que intentaba obligarme a hacer las cosas a su manera en lugar de utilizar la persuasión, pues sabía de sobra que no habría funcionado. Tenía que subir al ático sin que mamá se enterara. No quería preocuparla. Raptar a un fantasma para conseguir que un demonio quisiera hablar contigo no sonaba muy seguro, ni siquiera para mí.

 

Precisamente por esa razón, una vez que le pasé a mi hermano el último plato, utilicé una excusa perfecta mientras el fregadero terminaba de absorber el agua.

 

—Mamá —dije secándome las manos—, ?sabes si mis peluches están todavía en el ático? Hay alguien a quien me gustaría regalárselos.

 

Robbie dio un respingo y a mi madre se le iluminó la cara.

 

—Eso espero —respondió—. ?Para quién son? ?Para la hija de Ceri?

 

En aquel momento me permití mirar a Robbie con aires de superioridad y me acerqué para sentarme frente a mi madre. La semana anterior nos habíamos enterado de que el hijo que esperaba Ceri era una ni?a y mi madre se mostraba tan entusiasmada como si se tratara de su propia hija.

 

—No —respondí jugueteando con mi taza—. Me gustaría dárselos a los ni?os del ala infantil del hospital. Ayer conocí a un pu?ado de ellos. En concreto, a los que pasan más tiempo allí que en sus casas. Simplemente, me pareció justo. No creo que a papá le molestara, ?verdad?

 

La sonrisa de mi madre se volvió aún más hermosa.

 

—Al contrario. Estoy segura de que le parecería lo más adecuado.

 

Me puse en pie, inquieta y revitalizada. Por fin iba a hacer algo bueno.

 

—?Te importa si subo a por ellos ahora?

 

—Por supuesto que no. Y si encuentras alguna otra cosa que te interese, bájatela. —?Bingo! Con su consentimiento para fisgar con toda libertad, ya estaba en el pasillo antes de que me gritara—: Voy a poner la casa a la venta y los áticos vacíos se venden mejor que los llenos.

 

?Cómo?

 

La cuerda para bajar las escaleras del ático se me resbaló de la mano y la trampilla del techo se cerró de golpe. Convencida de que había entendido mal, regresé a la cocina. Robbie estaba sonriendo maliciosamente, apoyado en el fregadero con los tobillos cruzados mientras se bebía una taza de café. De pronto contemplé la animada cháchara de mi madre de aquella noche desde una perspectiva completamente diferente. No era la única que ocultaba las malas noticias. Mierda.

 

—?Vas a vender la casa? —pregunté con voz temblorosa al percibir la verdad en su expresión abatida—. ?Por qué?