Bruja blanca, magia negra

—No la estoy alejando de ti —dije, esta vez en un tono más calmado—. La ayudaste a que no se derrumbara cuando papá murió. Yo me comporté como un cobarde. Y un estúpido. Pero si no le permites marcharse ahora, serás tú la cobarde.

 

No me gustaba lo que estaba oyendo, pero, imaginando que podía estar en lo cierto, alcé la vista y me quedé mirándolo. Tenía el gesto torcido y una expresión de desagrado, pero era así como me sentía.

 

—Quiere estar más cerca de Takata. Y Takata no puede vivir en Cincinnati —explicó en un tono bastante convincente—. Aquí no tiene amigos, al menos, no de verdad. Y, gracias a ti, ya no podrá vender sus hechizos… Ahora que te han excluido.

 

De pronto me quedé estupefacta y mi rostro palideció.

 

—?Lo… lo sabíais?

 

él bajó la vista por un breve instante y después volvió a mirarme a los ojos.

 

—Estaba con ella cuando se enteró. No le dejarán que siga vendiendo. Ni tampoco comprar. Prácticamente es como si fuera ella la excluida.

 

—?Eso no es justo! —Me dolía el estómago y posé las manos sobre él.

 

Girándose hacia un lado, Robbie se llevó una mano a la cintura y la otra a la frente.

 

—?Por el amor de Dios, Rachel! ?Te han excluido?

 

Avergonzada, di unos pasos hacia atrás.

 

—No… no sabía que lo harían —titubeé. Entonces, al darme cuenta de que había conseguido invertir la situación, levanté la barbilla—. Sí. Por hablar con demonios.

 

Robbie se mordió ambos labios simultáneamente y me miró la cicatriz demoníaca de la mu?eca.

 

—De acuerdo —reconocí—. Y tal vez por pactar con ellos cuando no tengo más remedio. Y he pasado algún tiempo en siempre jamás. Más que la mayoría.

 

—Vaya, vaya.

 

—Y estuve en una prisión demoníaca —a?adí, sintiendo una punzada de culpa—. Pero se trataba de una misión para Trent Kalamack. De hecho, él también estuvo allí y nadie se lo ha echado en cara.

 

—?Alguna cosa más? —se burló.

 

Con un gesto de dolor, dije:

 

—Has visto las noticias, ?verdad?

 

La agonía de mi derrota o, más concretamente, las imágenes de un demonio arrastrándome del culo en plena calle, habían sido incluidas en los titulares.

 

El enfado de Robbie se desvaneció para dejar paso a un bufido divertido.

 

—Aquello debió de doler.

 

Esbocé una sonrisa, pero se esfumó rápidamente.

 

—No tanto como lo que me estás haciendo.

 

él suspiró y acercó la caja al hueco del suelo.

 

—Aquí no le queda nada, Rachel.

 

Mi resentimiento regresó.

 

—Estoy yo.

 

—Sí, pero, gracias a los líos en que te metes, ya no puede ganarse la vida.

 

—?Maldita sea, Robbie! —protesté—. ?No quería que esto sucediera! Si se va, me quedaré sola.

 

él se dirigió a la escalera.

 

—Tienes a tus amigos —dijo, con la cabeza gacha mientras empujaba la caja con el pie por el suelo de madera laminada en dirección a la trampilla.

 

—Unos amigos que has insistido en dejar bien claro que no apruebas.

 

—Pues búscate unos nuevos.

 

Pues búscate unos nuevos, me burlé para mis adentros. Molesta, fui a coger la última caja de los peluches que llevaban los nombres de mis amigos muertos. Había un montón. Entonces pensé en Marshal y en Pierce. ?Cómo iba a decirle a Marshal que me habían excluido? Por lo que se refería a esa amistad en concreto, nunca debí intercambiar energía luminosa con él.

 

Robbie levantó la segunda caja.

 

—Tienes que cambiar algunas cosas.

 

Había un intenso olor a polvo y tomé aire para responder.

 

—?Como qué? Lo intento, lo intento con todas mis fuerzas, pero no hay nadie decente que pueda soportar la mierda que puede llegar a ser mi vida.

 

Una vez más, el rostro alargado de Robbie se endureció y empezó a bajar las escaleras.

 

—Eso no es más que una excusa. Te han excluido y estás haciendo da?o a mamá. Esto va más allá de quiénes son tus amigos. Aunque, mirándolo bien, tal vez es ahí donde radica el problema.

 

—No metas a Ivy y a Jenks en esto —le espeté, haciendo que mi preocupación por Ivy saliera a la luz en forma de rabia—. Demuestran más valor en un solo día del que tú demostrarás en toda tu vida.

 

Robbie se me quedó mirando con el ce?o fruncido, con la cabeza justo por encima del suelo.

 

—Ya va siendo hora de que crezcas un poco —dijo—. Deberías quemar tus libros demoníacos y conseguir un trabajo de verdad. Si no empiezas a pensar dentro de los límites establecidos, acabarás en una caja de madera.

 

Enfadada, me coloqué los peluches en la cadera.