Bruja blanca, magia negra

—?Por qué lo hiciste, Ivy? Debiste dejarla marchar. ?Es una maldita banshee!

 

—Porque todo esto ha sido culpa mía —dijo entre jadeos, bajando la vista hasta la moneda que seguía sujetando fuertemente en el pu?o—. Mia, Remus… Todo. Yo soy la responsable de que Mia aprendiera a matar gente con total impunidad. Y te hirió gravemente. Me ocuparé de esto. Tú no puedes arriesgarte de nuevo.

 

—?Vas a ocuparte de ella tú sola? —pregunté, sintiéndome lejana e irreal en mi interior—. Yo tengo tanta culpa como tú. Para empezar, fui yo la que te dio el deseo. Le vamos a echar el guante, Ivy, pero no por separado. Tenemos que hacerlo juntas. ?A quién pretendo enga?ar? Se necesitaría un demonio para vencer a una banshee. Aunque, pensándolo bien…

 

No dijo nada, pero detrás de su apetito la expresión era de determinación. Entonces encendí la calefacción y una ráfaga de aire caliente inundó el interior del vehículo. A lo lejos, divisé el destello de las luces de un coche que se aproximaba a nosotras y me invadió una sensación de alivio tan fuerte que casi me dolió. Adiviné que se trataba de un Hummer por el espacio entre los faros. Eran ellos. Tenían que serlo.

 

—?Ahí están! —exclamé, e Ivy intentó sonreír. Tenía los dientes apretados y la mirada encendida, y me partió el corazón ver sus ojos enrojecidos y llenos de dolor mientras luchaba.

 

A tientas, busqué la peque?a palanca para devolverle los destellos y me aparté hacia un local de comida rápida. Dos coches se colocaron detrás de mí, negros bajo la luz de las farolas. Entonces me detuve, sin pisar el freno a fondo, pero casi. Antes de que tuviera tiempo de dejar el coche en punto muerto, descubrí a dos hombres en la puerta de Ivy. Se oyó un crujido metálico y la puerta se abrió, la cerradura estaba rota.

 

Un fuerte olor a incienso vampírico penetró en el coche y, con un sonido desgarrador, Ivy se abalanzó sobre el hombre que se agachaba para cogerla. Yo me di la vuelta, con los ojos llenos de lágrimas. Escuché un gemido, y cuando volví a mirar, el segundo hombre ayudaba al primero a llevarse a Ivy al Hummer negro. Ella estaba en su cuello, con la sangre desbordándose por las comisuras de sus labios. Su compa?ero les abrió la puerta e Ivy y el hombre al que estaba aferrada desaparecieron en el interior. Luego se volvió para mirarme, con una expresión difícil de descifrar, antes de seguirlos y cerrar la puerta.

 

La nieve caía. Me quedé sentada con la puerta del asiento del copiloto abierta, mirando por el retrovisor, con las manos en el volante, y sin parar de llorar. Ivy tenía que ponerse bien. No podía ser de otra manera. ?Esto no puede ir peor!

 

Un suave golpeteo en mi ventana me sorprendió; miré y vi a Rynn Cormel junto a mi coche. Llevaba vuelto el cuello del abrigo de cachemir para protegerse de la nieve y su sombrero empezaba a cubrirse de blanco. Tenía muy buen aspecto, pero el recuerdo de la crueldad con que me había tratado (a mí y a Ivy, para ser más exactos) era demasiado reciente para haberlo asimilado. Era un animal, y en aquel momento me di cuenta de lo que Ivy había querido decir cuando comentó que era solo un vampiro.

 

A pesar de su dinero, su poder y su atractivo, no era nada, y no merecía el amor o el afecto de nadie. No permitiría que Ivy se convirtiera en un ser semejante.

 

Limpiándome la nariz, bajé la ventanilla. En mi interior estaba entumecida.

 

Rynn Cormel se inclinó hacia delante de manera que su rostro quedó mucho más cerca del mío. Al ver el estado en que me encontraba, se sacó un pa?uelo de un bolsillo interior y me lo entregó.

 

—?Por qué no dejaste que te mordiera en lugar de montar todo este drama? —dijo, mirando de reojo hacia el Hummer inmóvil—. Lo único que necesita es sangre.

 

Independientemente de que fuera un animal, seguí sintiendo la necesidad de tratarlo con respeto.

 

—Porque no quería —dije utilizando su pa?uelo y dejándolo a un lado. Era posible que se lo devolviera después de lavarlo. Quizás—. No quiere perder su alma, y si me mordiera estaría aún más cerca de hacerlo.

 

él frunció el ce?o y se irguió, dando algunos pasos hacia atrás para poder verme.

 

—Es lo que es.

 

—Lo sé —respondí soltando el volante y apoyando las manos en mi regazo—. Y ella también lo sabe.

 

Con las cejas levantadas, Rynn Cormel articuló un suave sonido. Balanceándose sobre los pies, hizo amago de marcharse.

 

—Rynn —lo llamé haciendo que se detuviera—. Acepta lo que es, y te aseguro que haré todo lo que esté en mi mano para ayudarla a ser quien ella quiere.