Bruja blanca, magia negra

Con la boca abierta, caí de rodillas mientras la línea luminosa se convertía en una cinta de fuego y, con un grito, la empujé hacia ella, incapaz de seguir sujetándola. Mia blasfemó con discreción, y se tomó un breve respiro, pero después me arrasó una avalancha de hielo y los miembros se me durmieron de golpe. La fuerza de la línea no había conseguido ralentizarla lo más mínimo. Me estaba arrebatando el aura muy despacio, concienzudamente, haciéndome sufrir para tener más con lo que deleitarse.

 

Ivy estaba gritando, emitiendo un sonido desgarrador que contrastaba con los penetrantes chillidos de Holly. Era incapaz de pensar, arrodillada en la nieve mientras Mia me dejaba sin protección alguna. Levanté la vista cuando una brillante luz aumentó su intensidad. Me estoy muriendo, pensé, y la luz se movió y el coche del que provenía se estrelló contra la esquina delantera del monovolumen.

 

Se oyó el crujido del metal al chocar y un montón de piezas de plástico salieron disparadas. El impacto distrajo la atención de Mia y el dolor de mi aura al rasgarse se desvaneció. Levanté la vista y, con las manos y las rodillas apoyadas en el suelo, inspiré profundamente, como si aquello pudiera revestir mi alma.

 

—?Cuidado! —grité cuando el monovolumen empezó a deslizarse por el hielo, en dirección a Ivy. Mierda, iba a aplastarla contra él.

 

Ivy dio un salto hacia arriba y aterrizó en la capota del todoterreno, mientras Remus se tiraba al suelo y rodaba justo debajo. Holly aulló mientras el vehículo se detenía en seco. Un destartalado Chevrolet de un horrible color verde humeaba. El líquido del radiador salía a raudales, pero el motor seguía funcionando. Aquel trasto debía de pesar más que el monovolumen y el todoterreno juntos, y se habría necesitado una bomba atómica para destruirlo.

 

—?Holly! —gritó Mia, corriendo hacia su hija.

 

Apoyándome en el coche para ponerme de pie, vi que Tom salía del Chevrolet. ?Hijo de puta! No era la se?ora Walker la que había estado siguiéndolos, sino Tom.

 

Con un terrible gru?ido, Ivy se lanzó desde lo alto del todoterreno y aterrizó sobre Mia.

 

—?Dios, no! —susurré. Estaba temblando y, a pesar de que apenas podía caminar, me arrastré como pude hacia ellas. Mia tenía a Ivy cogida del cuello y, con una expresión terrorífica en su rostro, empezó a matarla. La luz de una de las farolas iluminó todo con una extraordinaria claridad. Ivy se resistía con todas sus fuerzas, con los dientes relucientes mientras luchaba.

 

Los agudos chillidos de Holly continuaron, y dirigí la mirada hacia Remus y Tom. El pu?o del brujo de líneas luminosas estaba envuelto en una bruma de color púrpura, pero el encolerizado hombre lo tenía agarrado y apretó hasta que Tom aulló de dolor. Propinándole una fuerte patada antes de alejarse, Remus dejó a Tom bramando de dolor. Me moví y Remus volvió la cabeza automáticamente. Sus ojos negros se quedaron mirándome con fijeza, advirtiéndome que no me moviera. Eran los ojos de un lobo, y me quedé petrificada. Entonces se dio la vuelta. Desde la cárcel una sonora sirena empezó a aullar, y el aparcamiento se vio ba?ado repentinamente por la potente luz de un montón de bombillas de criptón azul. ?Dónde demonios estaban?

 

Calmado y con una actitud reconfortante, el asesino en serie rescató a su desesperada hija del maltrecho monovolumen. Cantando una nana, miró a su mujer.

 

—?Ivy! —acerté a decir al verla tirada en el suelo, inmóvil. Mia estaba arrodillada a su lado, de espaldas a mí, con su abrigo azul extendido como las alas de un pájaro cubriendo a su presa. Tambaleándome, me dirigí hacia donde se encontraban, gritando—: ?Aléjate de ella!

 

Remus llegó antes que yo y, con una mano, tiró de Mia obligándola a ponerse en pie.

 

—?Suéltame! —gritó la mujer, intentando zafarse. No obstante, él la arrastró hasta el coche de Tom, cuyo motor seguía en marcha, y tras abrir la puerta del asiento del copiloto, la obligó a entrar. Los gritos de Holly competían en intensidad con las alarmas de la prisión, pero esta disminuyó cuando Remus se la entregó a Mia y cerró con un portazo. Lanzándome una agria mirada, caminó hacia el otro lado y se subió al vehículo. El motor rugió y Tom se apartó rodando mientras Remus lo dirigía a toda velocidad hacia la carretera. Después, cubriéndonos con una lluvia de partículas de lodo helado, desaparecieron.

 

Con el corazón a punto de estallar, llegué hasta Ivy y caí de rodillas sobre la nieve aplastada.

 

—?Oh, Dios mío! ?Ivy! ?Ivy! —exclamé dándole la vuelta y tirando de su cuerpo para apoyarlo contra el mío. La cabeza le pendía y tenía los ojos cerrados. Estaba extremadamente pálida y el pelo le caía sobre la cara.

 

—?No me dejes, Ivy! ?No puedo seguir viviendo sin ti! —grité—. ?Me oyes, Ivy?

 

?Oh, Dios! Por favor, no. ?Por qué tengo que vivir de esta manera?

 

Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas y ahogué un sollozo cuando abrió los ojos. Eran de color marrón, y me alegré profundamente. No estaba muerta, ni no muerta, ni nada parecido. Con el rostro demacrado, levantó la vista intentando mirarme con los ojos vidriosos, pero sin verme. En la mano sujetaba una cinta lila descolorida atada a una moneda. Los dedos la agarraban como si fuera la vida misma, con tal fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos.