Bruja blanca, magia negra

Ella se detuvo para mirarme fijamente a los ojos y yo me paré, dejando un coche entre nosotras.

 

—Mira, no estoy diciendo que quiero que me muerdas —dije, gesticulando con las manos—, pero he convivido contigo mientras intentas dejar la sangre y, cuanto más te esfuerzas en ser algo que no eres, más confundida te sientes y más difícil resulta vivir contigo.

 

Ivy abrió la boca y sus ojos mostraron un sentimiento de traición.

 

—La abstinencia es lo único que tengo, Rachel.

 

Se dio media vuelta y se dirigió hacia el coche, como una sombra negra entre los tonos grises y blancos de la nieve que caía.

 

—Buen intento, Rache —mascullé, pensando que quizás tendría que habérselo dicho de otra manera. Con las manos en los bolsillos, me puse en marcha lentamente. El trayecto de vuelta a casa iba a ser una delicia. Cuando Ivy dejaba de morder no era nada divertido, pero tenía derecho a estar cabreada conmigo. ?Cómo era posible que no la apoyara en su deseo de elegir quien quería ser? A decir verdad, sí que la apoyaba, pero la abstención no era la solución. Necesitaba romper el círculo. Tenía que deshacerse por completo de la adicción. Tenía que haber algo en los libros de Al para eso. O tal vez Trent…

 

Tras golpear con el bolso la luz trasera del coche junto al que pasaba, seguí las huellas que iba dejando Ivy sobre la capa congelada de nieve y lodo del pasillo. De pronto escuché el sonido deslizante de la puerta de una furgoneta al abrirse y levanté la cabeza. A tres metros de mi coche un hombre salió tambaleándose de un monovolumen que estaba junto a Ivy. Ella ni se enteró, caminando como iba con la cabeza gacha y aspecto vulnerable. Mierda.

 

—?Ivy! —exclamé, aterrorizada por el destello de una pistola en su mano, pero era demasiado tarde. El hombre la empujó contra el lateral de un todoterreno aparcado a medio coche de distancia—. ?Eh! —le grité, pero entonces me giré en redondo al escuchar junto a mí el suave sonido de la nieve al comprimirse. Al agacharme instintivamente, me encontré frente a frente con Mia.

 

—Bruja —dijo con los labios morados por el frío, justo antes de extender el brazo.

 

Sintiendo cómo mi cuerpo se llenaba de adrenalina, me tiré hacia atrás, pero el pie derecho se me resbaló al golpear el parachoques del coche que acababa de pasar. Caí al suelo agitando violentamente los brazos y dejando caer el bolso. La banshee me agarró la mu?eca, justo en el lugar en el que se juntaban el guante y el abrigo, y me quedé completamente inmóvil, arrodillada delante de ella. Su hija había estado a punto de matarme. Mierda, mierda, mierda.

 

La capucha se le había caído hacia atrás y sus ojos eran unas briznas azules bajo los faros. Con sus fríos dedos rodeando mi mu?eca, se inclinó hacia mí.

 

—?Con quién has hablado hoy? —me preguntó, remarcando en un tono enfadado cada una de las palabras.

 

Con el corazón a punto de salírseme del pecho, miré detrás de ella. Ivy tenía la cara contra la ventana del todoterreno, con el brazo retorcido y una pistola apuntándole a la cabeza. Había una sillita para ni?os en el monovolumen abierto, y del interior salía el feliz balbuceo de un bebé. ?Por qué demonios no me habré traído mi pistola de pintura?

 

—Te buscan para interrogarte —dije, pensando que si le daba una rápida patada conseguiría quitármela de encima—. Si vienes conmigo, se considerará un gesto de buena voluntad.

 

Apenas salieron de mi boca, me di cuenta de lo estúpidas que sonaron mis palabras, y Mia entornó los ojos y tensó el rostro.

 

—?Crees que me importa? —preguntó con desdén—. ?Con quién has hablado?

 

Me preparé para darle una bofetada, y las pupilas de los ojos de Mia, casi blancas en la tenue luz, se dilataron hasta volverse negras. Entonces inspiré el aire entre los dientes y casi me desmayé. Un centelleante aluvión me recorrió de arriba abajo, haciendo que levantara el brazo. Acto seguido sentí un intenso frío, y la sensación de que me ponían del revés me revolvió el estómago. Como una marioneta a la que han cortado las cuerdas, me desplomé, con el brazo estirado que Mia seguía sujetando por la mu?eca.

 

—Pa… para —farfullé con la cabeza gacha luchando por seguir respirando. ?Maldición! ?Qué estaba haciendo? Nunca debí aceptar aquel caso. Era una jodida depredadora. Una antigua depredadora, de las que se encontraban en lo más alto de la cadena alimentaria, como los caimanes. Mientras seguía allí arrodillada, cada vez más helada y aturdida, sentí cómo me moría por etapas, contemplándolo como una espectadora, y sin poder detenerlo.