Bruja blanca, magia negra

—Todos cometemos errores —dije, con las rodillas temblorosas—. ?Te refieres a la se?ora Walker?

 

—A la Walker —me corrigió. Casi podía oír las letras mayúsculas y el desprecio de Mia aumentó—. Es una asesina que mata con la sutileza de un tronco cayendo en mitad del bosque. Si se encuentra al este del Misisipi, en mi ciudad, tu suposición de que quiere a Holly es acertada. —En aquel momento apretó su delicada mandíbula—. No la conseguirá. Holly es especial. Gracias a ella recuperaremos nuestro poder, y no voy a permitir que esa puta se lleve todo el mérito.

 

El chirrido de un cansado Chevrolet intentando arrancar en la nieve rompió el silencio. En el extremo más lejano del aparcamiento se encendieron unos faros delanteros y se escuchó el ruido de un potente motor al ponerse en marcha. Repentinamente nervioso, Remus la llamó.

 

—?Mia?

 

Sacudí la cabeza, temblando. El frío empezó a girar en espiral alrededor de mis pies, lo que me daba a entender que Mia seguía succionándome el aura, pero, al menos, no me la arrebataba de forma efectiva.

 

—Lo siento, Mia —susurré mientras Holly empezaba a gimotear desde el interior del monovolumen abierto—. Sabemos que el especial es Remus, no Holly. Que la razón por la que puede tenerla en brazos es un deseo. Pero a la se?ora Walker le da igual. Quiere a tu hija y te matará para conseguirla.

 

Ivy cambió el peso del cuerpo de un pie a otro, probablemente culpándose de lo que estaba sucediendo. Nadie se movió mientras pasaba el coche, dos filas más allá, en dirección a la salida. De pronto me asaltó una idea insignificante. ?Por qué no había visto a nadie salir del edificio? A Remus tampoco parecía gustarle aquella situación.

 

—Mia… —la apremió, mientras la luz de seguridad mostraba sus rasgos preocupados.

 

Mia observó que las luces traseras del coche vacilaban al llegar a la calle y luego se alejaban. Entonces volvió a concentrarse en mí.

 

—Holly es especial —insistió—, y tú vas a asegurarte de que nadie me quite a mi hija, Rachel Morgan.

 

—?Y por qué debería ayudarte? —respondí secamente—. No eres más que un jodido parásito.

 

—Una depredadora —puntualizó—. Y tú me necesitas —a?adió estirando el brazo.

 

—?No! —grité, reculando hasta toparme de nuevo con el coche que tenía detrás. El pánico creció con el sonido de una débil detonación amortiguado por la nieve.

 

—?Ivy! —grité, justo antes de dar un respingo cuando Mia me agarró del cuello una vez más—. ?Qué has hecho? —susurré, viéndola a escasos centímetros de mí.

 

—No te muevas —me ordenó, con mirada furiosa—, o Remus la matará.

 

?Está viva? Entonces me retorcí y la energía de mi cuerpo me abandonó. No me importaba.

 

—?Ivy! —jadeé—. ?No consigo verla! ?Deja que la vea, puta insensible!

 

La expresión de Mia se volvió aún más desagradable, pero escuché la voz de Ivy desde detrás de ella.

 

—?Estoy bien! —la oí gritar. A continuación, tras un suave quejido, como si hubiera recibido un golpe, a?adió—: ?Como le hagáis da?o, te juro que acabarás peor que muerto, maldito humano!

 

Sin apartar sus fríos dedos de mi garganta, Mia echó un vistazo al monovolumen, desde el que se oía a Holly, esta vez llorando amargamente. El corazón empezó a latirme a toda velocidad cuando volvió a centrarse en mí. Con la mano todavía alrededor de mi cuello, alargó la otra y la dirigió hacia mi frente.

 

—?No! —le supliqué, convencida de que iba a matarme—. ?Por favor, no!

 

Con una sonrisa maliciosa, Mia apoyó su fría mano en mi mejilla en un gesto que casi podría definirse como tierno.

 

—Esta es la razón por la que vas a ayudarme, bruja. Quiero que veas lo que puedo darte.

 

Unos diminutos pinchazos explotaron en mi mejilla y solté un grito ahogado, poniéndome rígida mientras intentaba agarrarme al coche que tenía detrás. Un intenso calor empezó a penetrar en mí, familiar y reconfortante. Era mi aura, que volvía, rellenando las grietas y completándome. Se abría paso dentro de mí con el dolor de una costra que se está curando y los ojos se me abrieron como platos mientras miraba el color azul claro de los de Mia. Exhalé, pensando que había sonado como un sollozo, y luego contuve la respiración para saborear mejor la energía entrante. Estaba devolviéndomela. No provenía de una línea luminosa sino directamente de su alma. Me estaba devolviendo mi energía vital. Pero ?por qué?

 

Los pinchazos cesaron con una brusquedad sorprendente y me di cuenta de que estaba aprisionada contra un coche en un frío aparcamiento mientras una diminuta mujer me tenía secuestrada con el poder de mi alma.

 

Mia cerró el pu?o y se retiró, encorvada, con aspecto cansado.