—Esa es la cuestión, amor mío —dijo Skimmer, imitando a la perfección el acento de Kisten.
Ivy inspiró profundamente y contuvo la respiración, petrificada, cuando Skimmer empezó a dar vueltas a su alrededor.
—No tendrás ni una sola cosa buena en tu vida —dijo la peque?a vampiresa, y supe que estaba hablando sobre mí—. Ni una. Y yo voy a arrebatarte la que te queda. ?Sabes cómo?
—Como se te ocurra tocarla… —amenazó Ivy.
Skimmer soltó una carcajada.
—No me seas estúpida, peque?a Ivy. Soy mucho mejor que eso. Serás tú la que lo haga por mí.
No entendí a qué se refería. Skimmer ya había intentado amenazarme con que debía alejarme de Ivy y no había funcionado. No había nada que pudiera hacer, pero cuando la esquelética mujer se aproximó todavía más a Ivy con actitud insinuante, me pregunté qué estaría tramando la inteligente vampiresa.
El gemido de satisfacción que surgió de lo más profundo de su ser hizo que mis cicatrices se pusieran en guardia, movidas por un recuerdo. Con movimientos lentos y lascivos, Skimmer se detuvo, me miró, con Ivy entre nosotras, y rodeó su cuello con los brazos. Ivy se quedó inmóvil, paralizada, y a mí se me hizo un nudo en la garganta.
—?Quieres saber quién visitó a Piscary? —preguntó Skimmer, lanzándome una mirada por encima del hombro de Ivy—. Pues muérdeme.
Me quedé helada.
—Ahora mismo —continuó la peque?a mujer—, delante de tu nueva novia. Muéstrale la sangre, tu salvajismo, el monstruo que eres en realidad.
Inspiré profundamente y contuve la respiración. Sabía lo horrible que Ivy podía llegar a ser. Y no quería volver a presenciarlo.
—Te lo dije —susurró Ivy—. He dejado de practicarlo.
Un arrebato de pánico surgió de mi interior y me aparté de la pared de golpe.
—?Desde cuándo? —exclamé, pues me pillaba totalmente de nuevas—. Quiero que sigas practicándolo. ?Dios, Ivy! Es lo que eres.
Skimmer se limitó a sonreír, mostrando la punta de sus colmillos.
—Pero no es lo que quiere ser.
Observándome, jugueteó con el pelo de detrás de la oreja de Ivy hasta que el corazón estuvo a punto de estallarme de rabia. Estaba jugando con Ivy y yo no podía hacer nada. Ivy no podía moverse, no lograba reunir las fuerzas para alejarse. Skimmer tenía el control absoluto de la situación.
—Quiero que me muerdas —dijo Skimmer—. De lo contrario, no conseguirás nada.
Las manos de Ivy, fuertemente apretadas, empezaron a temblar.
—?Por qué me haces esto?
Con los ojos fijos en mí, Skimmer siguió contoneándose alrededor de Ivy, cada vez más cerca, mientras le besaba el cuello.
—?Disculpa? —susurró con actitud petulante—. Porque ha pasado mucho tiempo, Ivy. Y eres la mejor. Mataría por ti.
Me pegué a la pared, deseando huir de allí. Skimmer posó sus labios sobre una vieja cicatriz bajo la oreja de Ivy y me invadió el recuerdo del éxtasis que había experimentado cuando una atormentada Ivy tomó parte de mi sangre.
—No me hagas esto —susurró Ivy alzando las manos para coger los codos de Skimmer, aunque no logró apartarla. Era demasiado. Sabía que era una sensación maravillosa, y me apoyé de nuevo contra la pared, incapaz de apartar la mirada mientras las feromonas encendían mis propias cicatrices y descendían hasta mi entrepierna.
—No te estoy haciendo nada —dijo Skimmer—. Eres tú la que deseas hacerlo. ?Hasta qué punto quieres saber quién mató al cabrón de Kisten? ?Hasta qué punto lo amabas? ?Era amor verdadero o se trataba de uno más de tus juguetitos?
Apreté la mandíbula con más fuerza aún. Mi cuello estaba en llamas, repartía dosis del éxtasis prometido por mis músculos, haciéndolos temblar.
—Esto no es justo —acerté a decir—. Para.
Skimmer se movió hasta el lóbulo de Ivy.
—La vida raras veces lo es —dijo. La observé, sin poder apartar la mirada, mientras mordisqueaba suavemente la oreja de Ivy con sus blancos dientes—. Apártame —le susurró Skimmer—. No puedes. Eres un monstruo, cari?o mío. La peque?a pastorcita perderá su ovejita si su ovejita consigue ver en su interior. Te quedarás sola, Ivy. Yo soy la única que puede amarte.